Sandra Ballesteros, una palanquera que llegó a San Andrés antes de cumplir sus16 años, hace parte del enjambre de vendedores que circulan por las calles céntricas de la isla- principalmente por los alrededores de las playas- que exponen productos y ofrecen servicios a los visitantes. Son los personajes populares de la vida cotidiana y quienes, además, sirven de conexión entre los turistas y la naturaleza particular del archipiélago.
Son el nudo que estrecha, cierra, afloja o traba las relaciones de los visitantes con hoteles, restaurantes, alquileres de vehículos o apartamentos; los que suministran la ropa, las gorras, las chanclas, los alimentos, las bebidas y las golosinas. Hacen las trenzas, un arte desarrollado en las playas, ese peinado que, entretejiendo el cabello largo y cruzándolo alternadamente, con municioso cuidado, ofrece múltiples opciones, no solo para la playa sino también para eventos especiales.
Son los conectores con los “pulpos“ que manejan el transporte a Providencia y los lugares cercanos de interés y los que controlan los motos acuáticas y otros servicios adicionales.
Y, los que como Sandra, endulzan la vida con las tradicionales cocadas, el almíbar de afrecho y agua de coco, cuya textura y sabor dependen de los modos de preparación.
Increíblemente, cuando le pregunté sobre cómo ve a la isla hoy, Sandra puso sus cocadas en un muro, ahí muy cerca a la tienda de Juan Valdez, y se puso a llorar.
-Perdóname, cachaco, pero estas lágrimas son sinceras, la isla está herida de muerte por causa de la negligencia de los políticos, por la corrupción, por la ambición y porque los que más tienen no tienen solidaridad con la gente raizal que cada día está más jodida.
-La isla no es solo urbanismo y turistas, aquí vive gente de carne y hueso que no tiene empleo, que no tiene vivienda y cuyos hijos deben ir a la escuela, añadió la vendedora, sinceramente conmovida.
-Tengo 4 hijos, 3 paridos y 1 adoptado y cada día cuando los mando para la escuela siento el dolor de ver las playas acabadas, sin baños públicos y la inseguridad creciendo hasta el punto de que ya matan a la gente, la atracan y a pesar de este territorio tan pequeño, no encuentran a los responsables.
-Pero tranquilo, periodista, que las penas, como las risas, son transitorias y confío en que dentro de muy poco tiempo los gobernantes se den cuenta de su olvido y la isla volverá a ser el paraíso que fue. Lo único que no ha cambiado ha sido ese barco encallado, me dijo señalándolo. Lo veo ahí en el mismo sitio desde cuando llegué de mi querida Palenque, me dijo.
Se declaró fiel, aunque admitió que tiene tentaciones, principalmente cuando su marido se va de viaje para el continente.
-Tengo más de 40 años, me levanto todos los días a las 5 de la mañana, combino las labores de preparación de las cocadas con el alistamiento de los muchachos y la elaboración de las comidas, he sobrevivido a dos cirugías y a desde las 4 de la tarde salgo de la casa con el producto que me da lo suficiente para vivir con dignidad.
-Y recuerda, cachaco, que todos tenemos una cita, a la cual no le hemos fijado fecha, es la muerte. Esa fecha que le produce miedo a los mentirosos pero que los honestos esperamos como una gratificación y un descanso, me dijo poniéndose la bandeja cóncava en su cabeza.
Y se despidió con una ley de la oralidad informal: “el día es breve y el trabajo es una oración, un trabajo que aprendí desde el vientre de mi mamá porque desde allí aprendí a gozar el dulce de la vida“.
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