Pero el dron “pajarito“ lo único que tiene de los zánganos son sus antenas largas y sus ojos poderosos unidos, convertidos en un visor sensible y en un sistema óptico que le permiten observar lo que no podemos desde la superficie. Es un personaje que comparte en igualdad de condiciones el éxito de la expedición, que precisamente lleva ese nombre como homenaje a Jorge Enrique Sánchez, inspirador y fundador del único periódico ambientalista que se ha editado en la Amazonia, y por causa de lo cual se ganó el apelativo cariñoso de “pájaro verde“.
Y el diminutivo se explica porque su hijo, Jorge Enrique, Junior, quien física y emocionalmente es una réplica del viejo, fue el promotor y financiador de este periplo por la Costa Atlántica y el Caribe colombianos.
Precisamente, su capacidad para mostrarnos lo que existe y lo que ocurre, pero que no está a nuestro alcance, transforma la perspectiva al dejarnos ver, por ejemplo, a los “reverendos“ convertidos en mundanos, los colores más vivos, al hombre del subsuelo y al desarrollado. Hasta las tristezas y las alegrías que desde lo alto, tienen su equivalente con las angustias y las esperanzas.
Algunas veces sufre humillaciones, como cuando se aproxima a zonas de exclusión aérea, entonces “pajarito“ se resigna y se retira, no sin antes advertir que lo han detectado, que le hacen seguimiento, que su condición ha pasado de mirón a ser espiado. Otras veces protesta contra la muerte pues se le han acabado las baterías y aunque no tiene la velocidad del avión, esa aparente desventaja se convierte en superioridad a la hora de ver con más detalles los objetos que enfoca.
El término dron ya fue asimilado por el diccionario de la RAE y pese a que su desarrollo se utilizó en la segunda guerra mundial,
fue apenas a finales del siglo XX cuando estos equipos operaron con radio-control y todas sus características de autonomía.
“Pajarito“ tiene, como todos los de su tipo, algunas desventajas de tipo técnico pues su enlace vía satélite es susceptible de ser hackheado con el propósito de abortar su misión, pero en el caso de fotografía recreativa y artística se supone que no existen enemigos. Algunos envidiosos, solamente.
También sufre desventajas económicas por los costos de mantenimiento, pero las principales son de tipo ético porque muchas personas pueden ser fotografiadas y grabadas de manera ilegal, en distintos escenarios, lo que sería una violación del derecho de la intimidad.
Pero dejemos la moral tranquila, o mejor los moralismos hipócritas porque al estar confabulado con el grupo, “pajarito“ mira lo que le pedimos y, en más de una ocasión, desde su posición vanguardista, nos ha señalado la mentira, el delito, los cómplices, los “cruces“, las ausencias y hasta la pena que algunos sienten por lo que no tienen.
En las fotos y videos que nos hace “pajarito“, siento el viento y veo las olas que vienen desde los más remotos confines marítimos; los personajes ficticios de la politiquería, los muertos en vida, el azul intenso, el verde oscuro y las demás tonalidades que ofrece el mar multicolor en San Andrés. También me ha mostrado la agonía del monte incendiado en Cartagena, los cazadores furtivos en el parque Tayrona, la pareja de novios que lo intentan todo debajo de un árbol frondoso y hasta las putas que se disputan los clientes con afán y empujones.
Anoche, cuando le hacían la limpieza y el mantenimiento diario de rutina, me quede mirando sus hélices, toqué su cuerpo y le hice una pregunta:
-Tú que todo lo ves, ¿cómo está el camino de la paz?, le susurré limpiando su ojo mágico
-En Colombia no habrá paz mientras no haya justicia social, me contestó una grabación.
Me desperté preocupado pues no pude explicarme cómo una grabación de hace 30 años, en la voz de Jaime Bateman, sonara con tono robotizado desde las entrañas de “pajarito“.
Tal vez porque se trata de un axioma político.
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