jueves, 26 de febrero de 2015

Desfile del "yipao"...los willys, del trabajo al espectáculo



Fatigados por el trabajo en las montañas, en donde tomaron posesión de las trochas y caminos trazados hace varios siglos por los arrieros y sus mulas, los jeeps bajaron al pueblo para notificarle a los cuyabro y visitantes que a pesar del paso del tiempo no hay en ellos ni el menor
asomo de nostalgia y desgano que nos invade a los mayores de 70.

Para demostrar que su hora crepuscular es la más larga y renovada, y que cuando se aproximan a la noche de su existencia es cuando mayores glorias cosechan. Porque su corazón de acero se metió, con la doble y el bajo, en el alma de la gente que cada año se aglomera en calles y avenidas de Armenia para ovacionarlos, para agradecerles, pero principalmente para gozar con voluptuosidad de sus ya famosos piques tradicionales y delirar con los piques acrobáticos. Es el baile de los jeeps willys que, erectos sobre sus llantas traseras, avanzan en medio de los aplausos y, de pronto, como presos de un ataque de locura, giran sobre su propio eje con un progresivo aumento de la velocidad hasta niveles que despiertan un sentimiento combinado de miedo y placer.

Locura, si, porque los 4 acróbatas más reconocidos que participan en este acontecimiento artístico, abandonan las cabrillas de sus jeeps en medio de la rotación, el vehículo queda aparentemente al garete, se paran sobre el “capó” y tienen tiempo de agitar un poncho que, por la velocidad, dibuja sobre sus cabezas una aureola, bien merecida. Otro de los malabaristas, en un jeep modelo 54, se sienta sobre el parachoque delantero, desenfunda su machete, lo rastrilla en el piso tras una contorsión peligrosa, se quita el sombrero, se lo pone de nuevo, salta a la carretera y se reincorpora a su cabina.
Es el culto del arte expresado en una delirante y apasionada gritería que se repite cuadra a cuadra, a medida que avanzan los camperos con las cabezas levantadas que dejan ver sus entrañas y su sexo. Es cuando uno ve al pueblo absorto, unido, olvidado de sus penurias y hasta de sus rencores; es el monopolio de la admiración por parte de “Loba”, “El Pollo”, “Guama” y “Pesebre”, los ídolos del pique acrobático, coronados por el rumor del tumulto, cuyos ecos retumban en toda la ciudad. Es la sencillez y laboriosidad de los jeeps, transformada en soberbia y armonía.
Este acontecimiento tradicional, considerado por el público como el más clásico y atractivo de las festividades aniversarias de la ciudad, fundada por Jesús María Ocampo, “el tigrero”, un 14 de octubre  de  hace 135 años, moviliza el mayor número de espectadores por encima de los de más actos de la programación festiva.
Miles de campesinos que viven en parajes a los que antes de los jeeps solo llegaron las mulas empujadas por los madrazos de los arrieros, vienen a la capital quindiana para admirar la potencia de los carros y el genio de sus conductores que a fuerza de malabarismos por entre las trochas les llevan la comida y les sacan las cosechas.

Los habitantes de las zonas urbanas, igualmente agradecidos con estos vehículos que han visto desde niños y reconocido como un componente del entorno y la cultura de la región cafetera, se lanzan a las calles de manera masiva como en los años gloriosos del ciclismo, cuando en las escuelas y colegios decretaban asueto para que recibiéramos y despidiéramos la caravana encabezada por “Cochise”, Ruben Darío Gómez, Hernán Medina Calderón, el “Ñato” Suárez, Pedro J. Sánchez, Carlos Montoya y el quindiano Luis E. Olarte, entre otros.
Pero los turistas que llegan a la ciudad atraídos por la fama nacional e internacional alcanzada por el desfile del yipao, son quienes mayor perturbación positiva experimentan y desde muy temprano se apostan en los sitios de privilegio como si se tratara del concierto de su artista favorito. Jairo Rincón, un ingeniero santandereano de sistemas, que ha recorrido casi todo el país, confesó: “no he visto un espectáculo semejante en ninguna parte del mundo” y “tampoco he podido explicarme el truco para mantener la rotación de esos camperos”.
Además de los acróbatas, el desfile del yipao muestra otras categorías como el transporte humano, el coroteo o trasteo, el transporte de carga, de productos agrícolas, la expresión artística, el clásico o vehículos antiguos de exhibición, que junto con el emblemático de la cultura cafetera son considerados fuera de concurso.
Los yipaos de trasteo son una evocación, un rescate del olvido en que empiezan a caer nuestros ascendientes cercanos, sus costumbres, los instrumentos de labranza y de actividades domésticas, y en general los elementos que hicieron parte del entorno familiar. 
El arte de empacar consiste en  meter lo máximo, sin dañar nada, es el arte de acomodar el cuadro del Corazón de Jesús, ante todo, y bien alto; las camas, los testeros, las ollas, los armarios, la escopeta, la escalera, la bacinilla, el chifonier, la guitarra, los canastos, el reloj de péndulo, los nocheros, los espejos, el pilón, la máquina de coser y también la de moler. También el fogoncito Esso-candela, los colchones, las matas, el radio y la radiola, la bicicleta, las pomadas, la olla "india" para el sancocho, la pala, el azadón, la foto del matrimonio, tan grande como la del Corazón de Jesús y la de la virgen del Carmen y hasta los condimentos. El perro, el gato, las gallinas y los conejos en una jaula van metidos…hasta las cucarachas viajan en el yipao del trasteo.
Para don Gilberto Bobadilla y su familia, quienes desfilaron en el jeep No 41, “el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús” es la antigüedad más cuidada, después del pilón de piedra”. Para don José Abdonías Díaz Peralta, por su parte, la bicicleta Philips de su bisabuelo y la “mica” esmaltada y con peladuras de la tía Felisa, son los elementos “bandera” de su coroteo que exhibió en el willys No 37, modelo 54. Ariel Hurtado, Nelson Jairo Beltrán y Gabriel Grajales, quienes transportaron los trasteos en los jeeps marcados con los números 44, 45 y 42, respectivamente, “el coroteo que no tenga su Corazón de Jesús” debe ser descalificado. Es decir, que el símbolo de la Moral y de la religiosidad, tiene mayor valor que las herramientas de trabajo.



Luciendo el primor de sus carrocerías o mostrando los rostros empantanados por el barro de los caminos, los yipaos de carga desfilaron con sus características heroicas -la fuerza y la capacidad- como una legión de amigos, como hormigas laboriosas, como una recua de mulas porque, al fin y al cabo, son las mulas modernas, a gasolina, de los campesinos.
El café, el plátano y  las guamas, como trilogía inseparable fueron los más abundantes de la muestra, pero otros frutos de la tierra también asistieron a esta fiesta de los camperos que han visto pasar generaciones y degeneraciones de otros vehículos. Muchos los admiran, algunos los odian y todos los envidian pues “estos willys no tuvieron antecesores ni tendrán sucesores”, según leí en un aviso pegado junto a la placa de un yipao de libros, que participó en la categoría emblemática.
Como pétalos de una rosa gigante, imaginaria, los jeeps se desgranaron, se dispersaron, los unos hacia las montañas, otros hacia las carreteras modernas y unos pocos hacia los garajes en donde sus dueños los tienen como una tacita de plata que solo sacan a las exhibiciones en distintos eventos regionales y nacionales.


Batiendo sus laureles, los jeeps bajaron las llantas delanteras, se llevaron  la algarabía popular, jirones de historia folclórica  del Quindío y su gran libro de memorias en el que se ha escrito la cotidianidad de los habitantes de esta tierra, desde cuando estos carros llegaron por primera a vez a los parajes más recónditos hasta cuando fueron proscritos de las carreteras por un decreto nacional que derogó después el expresidente Samper en un acto trascendental en el parque Bolívar de Armenia.
Fatigados, pero no vencidos, los jeeps son una leyenda que viola con insolencia la fama de los vehículos nuevos y se mantiene vigente, como una lámpara votiva, como un homenaje perenne a los forjadores de esta raza del hacha y el machete.




miércoles, 25 de febrero de 2015

El pescador de ranas con huesos azules


En los bakaki uitoto es frecuente encontrar narraciones dramáticas en las que el amor deviene en odio y se relatan las crisis de la pareja en su permanente defensa y ataque, algo así como el resumen de las relaciones tiernamente violentas. La tristeza profunda es señal de que hubo amor y son igualmente comunes los relatos de eventos amorosos despedazados por animales que enredan aún más los vericuetos afectivos de las personas.
Los protagonistas de esta historia son un experto cazador de ranas, su esposa y un tigre enamorado que, inmiscuido entre la pareja, llegó a meterse en el cuerpo del hombre para acceder a los favores pasionales de la mujer. Pero fracasó en sus intenciones porque dejó algunos cabos sueltos.
Las ranas cantaron intensa y prolongadamente esa noche, en un anuncio inequívoco de la llegada del invierno. La pareja habló de la abundancia de los batracios, especialmente de la rara especie que tiene los huesos azules y de otra, de sapos especiales, preferidos por la etnia uitoto para ser preparados como juamboy. El hombre tuvo un arranque de pasión y jugó con su esposa hasta avanzada la noche, al son de la sinfonía de los anuros desde las aguas estancadas.
A las 4 de la mañana, pleno y feliz, salió hacia la laguna en busca de la materia prima para su banquete gastronómico pero fue tanta la prisa que no llevó siquiera el hacha para alumbrar –la mecha especial que fabrican algunos indígenas, hecha con esparto y protegida para que resista al viento-. En consecuencia, le tocó preparar un popay para orientarse con sus llamas “inextinguibles”. Se construye con la corteza de cualquier árbol, que se raja desde abajo con un objeto cortante y se van sacando “hilos” que se atan sucesivamente como una faja que se enciende y arde durante mucho tiempo.
Movido por la envidia y por el deseo de poseer a la mujer del pescador, el tigre aprovechó la soledad, atacó al hombre que apenas pescaba sus primeras ranas de huesos azules, lo mató y se metió en su cuerpo. Durante el forcejeo, un pedazo del brazo izquierdo del pescador cayó al balde en donde guardaba las ranas y sapos que había pescado.
En cuerpo ajeno, el tigre se dirigió a la casa con su pesca y comenzó a cometer errores pues no investigó previamente las costumbres del pescador. Se acostó en el suelo y dejó el recipiente con las ranas de huesos azules y otros batracios muy cerca. La señora advirtió este hecho inusual en su esposo, quien siempre preparaba y lavaba las ranas y después se acostaba en su chinchorro. Sin embargo no le dio mucha importancia a este comportamiento y lo atribuyó a momentos de mal genio o cansancio excesivo de su marido.
Lo atendió con amabilidad y le dio caguana una y otra vez, en otra actitud que la sorprendió porque se bebió toda la existencia. Intrigada por los cambios que veía en su esposo, le pidió que trajera leña para preparar más caguana y otros alimentos. El hombre-tigre salió en una dirección distinta a la que conducía al lugar de la leña y entonces la sorpresa de la señora comenzó a crecer, de manera simultánea con la preocupación.


Tampoco llevó el hacha para cortar la leña y al preguntarle con qué iba a preparar los palos para el fogón, el felino suplantador se sorprendió. Su sorpresa produjo malestar y sospecha en la esposa del pescador dado que ya eran muchas las equivocaciones. Se equivocó de nuevo en el sitio en donde se colocaba el hacha y la asustada mujer tuvo que indicarle que el instrumento estaba junto a la madera, al pie de la cocina. El hombre-tigre salió también preocupado pues notó cómo sus errores habían causado intriga entre la señora que le gustaba tanto.
Las sospechas y temores derivados de las conductas anormales de su “esposo” llegaron al límite cuando, tras la salida del hombre por la leña, la señora recogió el balde con las ranas de huesos azules. Casi muere del susto al ver medio brazo cercenado que flotaba entre los animales capturados.
A toda prisa, tomó a su pequeño hijo entre los brazos y en su canoita de guajo emprendió viaje para donde su papá que vivía aguas abajo. Angustiada, escandalizada y muy asustada, la mujer enteró a su padre de las actitudes irregulares del individuo y sobre el macabro hallazgo del brazo en el balde. Aunque el viejo pensó que se trataba de una huida por causa de disgustos conyugales, la protegió.
Entre tanto, al regresar con la leña el malvado tigre dedujo que la señora lo había descubierto y, olfateando su rastro, llegó hasta el río en donde se le perdió la pista. Enseguida pensó que la señora había ido a donde su papá pare refugiarse y se deslizó apresurado por sus aguas.
El tigre metido en el cuerpo del pescador llegó agitado y, sin saludar, le preguntó al suegro por su esposa. De una, el viejo advirtió el cambio de conducta de su yerno y le explicó que la mujer debería estar en su casa, como era lo normal. Anduvo por distintos partes de la vivienda, pero siempre con una actitud desconocida para el viejo quien lo enfrentó, lo miró fijamente a sus ojos y con la sabiduría que da la experiencia concluyó que efectivamente se trataba de otra persona.
Para confirmar sus sospechas y castigarlo si lo hallase responsable, el suegro invitó al supuesto yerno a mambear. Le pasó un lacuji –un tabaco preparado para ocasiones especiales, que se fuma por la nariz- y entonces el usurpador del oficio del pescador lo tomó y lo aspiró profundamente. El suegro notó la fuerte perturbación sufrida por su falso yerno y lo acosó para que fumara por el otro orificio nasal.
Al terminar el procedimiento, cayó, se estiró y poco a poco recobró su condición física original. El viejo se asustó al ver ese tigre grande y feroz pero en un acto casi reflejo, lo mató. Aunque no pudo recuperar a su yerno verdadero, evitó que le hiciera daño a su hija y a su nieto.
El amor conyugal quedó intacto y la mujer se comprometió con su padre a mantener el respeto por su marido desaparecido porque “no soy capaz de liberarme de las dulces ataduras afectivas que construí con mi pescador”. De regreso a su casa, con su hijo saboreó el banquete de las ranas de huesos azules.



martes, 24 de febrero de 2015

Cataño en Transmilenio



Solo, en medio del tumulto. Resignado ante el frío que sopla quemando. Atento a las palpitaciones del corazón que retumban en mis oídos, con una respiración de aire contaminado por los gases de los automóviles y por una cloaca gigante paralela a la avenida, espero impaciente la llegada del alimentador del transmilenio mientras observo las caras de tristeza y ansiedad  en ese grupo inquieto por el paso de los minutos.
Me asombro ante  la disputa feroz por el ingreso y, empujado, casi levantado por el grupo, caigo a una de las sillas del bus, que se pone en movimiento después de los sonidos intermitentes que anuncian el cierre de las puertas.
Es un retrato fiel del individualismo voraz que se asume como un instrumento de supervivencia en las grandes ciudades, en una clara deshonra de la organización social de la raza humana, en una apostasía colectiva contra la solidaridad. Es un espanto que se agita a medida que el automotor se sacude en los huecos de las vías y en los arranques de los semáforos.
En medio de esta anarquía y como movidos por un pánico general, los ocupantes se lanzan veloces a la plataforma para iniciar una nueva disputa: el acceso a los vagones de los buses articulados. Algunos tienen tarjetas, otros hacen cola para comprarlas, angustiados, cobijados y temblorosos como  Yo.
En el interior de la estación del portal norte siento un aire de devastación porque todo el mundo corre, nadie habla, pero la mayoría mira sus relojes y los tableros de las rutas en el horror de esa hora pico de la mañana. Es un apuro instintivo pero emblemático de la lucha por la supervivencia de un pueblo que no tiene tiempo para la reflexión.
Movidos por gestos espontáneos y con desconfianza mutua, los viajeros entran igualmente veloces a los vagones y aquellos que encuentran una silla vacía se sienten vencedores en ese fugaz momento, previo a las horas de desesperanza que siguen en su actividad cotidiana.
Me senté junto a una jovencita. Su belleza y agradable fragancia mañanera fueron un premio para este heroico triunfo presentido de obtener puesto entre 200 aspirantes que, como náufragos, se disputan las últimas opciones, los últimos palos, las últimas tablas. Que empujan y presionan ferozmente en busca de un lugar en el vagón que está a punto de arrancar.
La voz lenta y plana producida por el ingenio electrónico para manipular sonidos, anuncia las primeras paradas y el destino del gusano que avanza veloz por su carril exclusivo ante la mirada envidiosa de los cientos de conductores atascados en un embotellamiento monumental en la autopista norte. En cada estación se repite la disputa, un desembarco y una invasión colectiva ajena a los pasajeros que, sentados o de pie, sienten en su corazón la esclavitud de la rutina y algunos de ellos, como Yo, pensamos en los dictadores que se proclaman redentores o soñamos con algunos métodos para rescatar la Libertad, la justicia y la equidad. Y hasta nos reímos, solitarios, de las payasadas y manipulaciones mediáticas de los miembros del gobierno nacional y de toda la clase política.


A diferencia del  chofer del bus convencional, quien representa al trabajador multifuncional por las diversas operaciones que ejecuta de manera simultánea y por su procaz locuacidad, el conductor de transmilenio solo mueve su pie derecho, entre el acelerador y el freno, pues las máquinas son automáticas. Y su mano izquierda presiona un botón para la apertura y cierre de las puertas. Por reglamento, no puede hablar con los pasajeros y entonces es apenas una silueta representativa de la amarga automatización de nuestras vidas. Muchas personas piensan que las voces  robotizadas que anuncian las estaciones y próximos destinos, son las de los conductores imperturbables y elegantes que manejan esas larvas rojas que forman una gran mancha en calles y avenidas de la nevera bogotana.
Al desembarcarme en la estación de la calle 39, tuve un sentimiento combinado de asombro por la rapidez del viaje, y de soledad, cuando en lontananza, por la avenida Caracas hacia el sur, apenas pude distinguir el vivo color de esa oruga gigante y anillada en la mitad, que levanta multitudes sin convencerlas y las  riega en una expectoración crónica pero silenciosa.                                               En qué frío rincón del mundo estoy?, me pregunté al salir de la estación, pero no encontré retórica posible  porque el silencio y la soledad no son la vida…un minuto después, sentí un fresco alentador cuando vi la torre de RCN.

lunes, 23 de febrero de 2015

Cataño en Playa Juncal




-“Nos vamos para El Juncal”, me dijeron Miguel y Oscar, mis hijos, con voz y actitud apostólicas, en el taller donde terminaron el mantenimiento de mi bicicleta, en la que he intentado, a fuerza de voluntad y de músculo, levantar una muralla para que la parca no se antoje de pasar.
-Pero son las 10 y el sol nos quemará más que a muchos candidatos, les dije, con la esperanza de que el recuerdo de tanto politiquero achicharrado, pudiera desmontar su propuesta. Pero no.
Bajo el cielo azul y con un sol cada minuto más perpendicular,  la pequeña sombra acompañó el pedaleo rítmico y apenas tapó la mitad de mi fatiga cuando coronamos el cruce para Palermo, a 7 kilómetros de la meta, con 55 minutos de viaje.
Como un halcón hambriento en ese campo seco pero sembrado de arrozales a lado y lado, perseguí a los muchachos cuando se pusieron a la delantera, lo que en términos ciclísticos se llama jalar. Dicho de otra manera, me pusieron a chupar rueda varias veces. En los cortos tramos de descenso, sentí el aire que me devolvía la vida y  estuve a punto de bajarme de la bicicleta para montarme en la sombra, más fresca y aparentemente más veloz.

Así, dejando un reguero de arena, arrozales, caballos, vacas, chivas, ciclistas, pensamientos buenos y malos, uno que otro viento intestinal y una cinta de asfalto salpicada de aroma campesina, nos detuvimos en un paradero del camino. Con las manos temblorosas, tomé ese vaso de guarapo “legendario”, como dijo Miguel y entonces pensé que es poco el esfuerzo para un premio tan grande. “Guarapo sin agua, sin hielo”, dijo la señora que nos atendió.
Sentí deseos de reclinarme en el pecho de la señora pero me estremecí al pensar que no pudiera reanudar la marcha. Faltaban 5 kilómetros para la meta, de ida, y nos apresuramos a retomar los caballitos, que ya no son de acero, como aquellas en las que aprendí a montar, en el barrio El Jazmín de Armenia. Las bicicletas modernas se pueden levantar con el dedo índice.
Desde el parqueadero, olfateé las piscinas y toboganes porque todo el cansancio estaba pronto a desaparecer bajo el aluvión de las olas y el vértigo de los deslizamientos veloces. Pero al pensar en el vértigo, me llené de una rara sensación de miedo e inseguridad pues recordé que la última vez que visité el Juncal, Miguel  y Oscar me empujaron en un tobogán, cuando, tartamudeando, les dije que no me lanzaría. Ese miedo es uno de los trastornos más severos que haya sentido.
Playa Juncal, como se llama este sitio, es un verdadero prodigio de diseño y de la naturaleza, que en ese plan caluroso del valle del Magdalena es un oasis para propios y turistas que concurren semanalmente de manera masiva a unas instalaciones cómodas, adecuadas a las necesidades de recreación, atendidas con eficiencia por un grupo humano cortés y esmerado.
Encontré dos nuevos toboganes, con túneles, uno más corto que el otro. Después de una larga terapia en la boca de los túneles, Miguel me convenció de lanzarme irresponsablemente por esos huecos, sin conocer la trayectoria. La hora del terror, mis piernas tambalearon con tanta fuerza que la onda me llegó a la cabeza y no pude sostener el flotador sobre el cual haría el ordeño de mi adrenalina. El auxiliar que coordina la despedida de quienes utilizan el tobogán, preguntó si “el señor se encuentra bien?” y me miró detenidamente durante algunos minutos. Me asesoró, me acomodó sobre el roscón inflable y cuando pensé arrepentirme, me dio dos vueltas y me empujó con fuerza.

Deslizándome por un túnel oscuro, desconociendo la ruta y a toda velocidad, me sentí proverbialmente tonto, mentecato y necio al aceptar este tipo de aventuras. Apenas tuve tiempo de esa reflexión cuando, abruptamente, desapareció el túnel y fui expulsado al vacío…cuando reaccioné estaba en la punta de la canaleta, en medio de la risa burlona de Miguel.

Al regreso, con el sol moribundo y las sombras largas, el viaje lo hicimos en 15 minutos menos pero al día siguiente la cama me retuvo dos horas más. Miguel logró una foto formidable, de concurso, de su propia sombra, desprendiéndose del manubrio de su cicla y en marcha.
Con la sombra grande de las 5:30 cubrí mi cansancio y escondí el terror de los toboganes.


sábado, 21 de febrero de 2015

Tradición oral. Bakaki uitoto. Jitoma,el sabio quien, por descuido, le dejó su esposa al tigre

Los relatos uitoto –como todas las narraciones enigmáticas y mitológicas- se refieren a los distintos fenómenos naturales, a las explicaciones del origen del mundo y del hombre; son manifestaciones con las cuales se intenta responder preguntas de todo tipo, hasta las relacionadas con las pasiones humanas, como los celos y la infidelidad. Esta narración nos lleva por el camino que tomó una mujer desatendida afectuosa y sexualmente por su marido, Jitoma, quien aunque sabio y respetado por la comunidad, la despreció de manera no deliberada y prácticamente la empujó a la infidelidad.
Jitoma fue el “intelectual e ideólogo” que se concentró exclusivamente en sus tareas asociadas a la enseñanza de los deberes que cada individuo tiene en su comunidad. Metido permanentemente en su ananeko, dirigiendo charlas sobre comportamiento, trabajo, procedimientos curativos con plantas medicinales, convivencia, narraciones de tradición oral y sabiduría indígena, el hombre se aisló de su mujer a pesar de amarla con intensidad.
Sin proponérselo, el sabio construyó una historia cotidiana excluyente, en la que su esposa salió prácticamente de sus objetivos, la dejó sola y muy pronto se le vio aburrida, desconectada de la comunidad, en una evidente muestra de la desorganización familiar.
Durante esos prolongados espacios de soledad y desafecto se estructuró lentamente una relación que se apartó de las normas morales y hasta sexuales que habían orientado su relación conyugal y emergió la posibilidad de satisfacer sus instintos y necesidades afectivas con el jefe de los tigres que empezó a cortejarla de manera constante hasta declararse “enamorado y apasionado”.
Muy pronto la mujer se deshizo del mito del amor conyugal, aceptó los “quiebres” del jefe felino y comenzó a darle una dimensión utilitarista a la nueva relación, tal vez por sentirse despreciada, atropellada e ignorada por su esposo. Para facilitar la relación y garantizar su acercamiento a la dama, el hombre tigre se transformó en un niño y armó toda una “película” con el fin de no despertar sospechas de su relación con la mujer del sabio Jitoma.
Armado el libreto, el “niño” se situó en un recodo del camino y cuando la pareja paseaba una tarde, la mujer convenció al viejo para que recogieran y adoptaran a este menor aparentemente abandonado.  Desde ese momento, comenzó a fortalecerse su relación, hasta entonces clandestina y a medida que el niño crecía empezaban a crecer sus vínculos afectivos y a practicar la moral sexual extramatrimonial, que para ellos era una virtud.
La pasión amorosa es dignificada con proezas dirigidas a impresionar a la pareja y entonces el niño que crecía se transformó, poco a poco, en hábil cazador y en diestro ejecutor de distintas actividades, siempre en la perspectiva de ganarse los afectos de Jitoma y, claro está, el amor de su mujer.
Ya adulto, el “niño” adoptado burlaba de manera permanente el orden del hogar y su mente se movía alrededor de un acto de venganza porque, como siempre, la pasión solo adquiere su romántica expresión cuando los amantes arriesgan hasta la vida para lograr su objetivo.
El nacimiento de dos hijos de la pareja y su posterior “bautizo” con el mismo nombre de su padre Jitoma, colmó la resistencia del tigre que se puso fuera de sí, descobijó su relación apasionada y se decidió a enfrentar el gran riesgo que significaba el escape con la mujer, si tenía en cuenta los poderes especiales del sabio y estimado consejero indígena.
A pesar de hallarse muy lejos del hombre al que le robó su mujer y aunque avanzaba en la estabilización de su relación apasionada, el tigre envió un ejército de hormigas arrieras y sus reinas aladas para que destruyeran al intelectual Jitoma. Pero el yoneri del sabio le pidió que aprovechara los poderes para enfrentar este desafío y fue así como les quitó las alas de un solo soplo vigoroso y después se las comió, una a una, con salsa de ají.
Decepcionado por el fracaso de la expedición, el tigre envió una legión de sus congéneres con la tarea de matar y devorarse al viejo, pero de nuevo sus poderes lo dotaron de gran capacidad de carrera y huyó por entre la montaña. Cuando estaban a punto de cazarlo, el hombre recurrió a otro de sus poderes relacionados con el manejo de la naturaleza y, tras invocar a las piñas, construyó un cerco alto, inaccesible para los felinos perseguidores y hambrientos. Desde el interior y utilizando su bodoquera, destruyó el comando de tigres.

Las condiciones de convivencia y hasta los arranques pasionales bajaron de intensidad porque el tigre seguía, en vano, tercamente, buscando la destrucción de Jitoma. El siguiente intento lo hizo con una cimbra, que es una trampa especialmente diseñada para atrapar aves, construida con  hilo de cumare. Estando de cacería muy cerca de La Chorrera, el brujo observó la trampa y descubrió que se trataba de un nuevo esfuerzo del tigre por destruirlo. Se aproximó despacio y con un palo intentó activarla, pero no fue posible. Usó una piedra, y tampoco obtuvo su objetivo.
A pesar de sus temores y sospechas, Jitoma puso el dedo gordo de su pie derecho sobre el señuelo de la trampa que se activó de inmediato y lo lanzó con fuerza hacia el espacio infinito en donde entró en una gravitación constante. Su yoneri lo animó de nuevo y le recordó que sus poderes de manejo de los fenómenos naturales podrían salvarlo de este nuevo intento mortal del tigre. Se transformó en algodón para disminuir los efectos de la gravedad, entró en un estado de quietud que le permitió descender hasta la trampa y desprender su dedo para recobrar su libertad.
Cuando el tigre llegó a la trampa convencido de hallar a su rival, preparado para devorarlo, imaginando el plato que disfrutaría, tuvo una nueva decepción pues apenas encontró el rastro del sabio Jitoma.

En un ejercicio que le puede servir a la humanidad como ejemplo de persistencia y lucha contra las adversidades, el tigre no se dio por vencido –quizás motivado por la pasión y el desenfreno sexual de su esposa ajena- y se convirtió en un habitante de la comunidad. Cuando el sabio salió de su ananeko para sostener sus diálogos habituales con la gente, el tigre fue por la espalda y le arrancó la cabeza, con la ira y la frustración acumuladas por tantos intentos fallidos.
Enterró el cuerpo a pocos metros y en un sitio abierto de la sementera puso la cabeza, rodeándola de ceniza. Durante algunas semanas, el pudor de la sexualidad remplazó los gestos perversos e indecentes de la venganza y su relación con la viuda se volvió un asunto sin interrupciones.
La cabeza se incorporó al espíritu del hijo mayor y empezó a comandar la vida de los hermanos Jitoma, quienes crecieron llenos de dudas y preguntas sin respuesta acerca de la suerte de su padre, el mítico y emblemático sabio de la comunidad. Ya en su decadencia física, el felino se mudó a una palma de canangucha, hasta donde llegaba todos los días AïFOïDEZA, la mujer del tigre GAUMA, con su comida y con sus afectos, igualmente desvalorizados.
Acorralada por las frecuentes preguntas de sus hijos sobre las circunstancias en las que se produjo la muerte de su padre, la mujer les explicó que se había producido al resbalar desde la copa de un árbol en donde preparaba una de sus trampas. Los muchachos llegaron hasta el árbol y ya en su copa, el mayor, Jitoma, empujó al otro, Kecha, quien resultó ileso de la caída pues se trataba de un árbol pequeño. Indignados por la respuesta, le reclamaron a su madre quien, en medio de la sorpresa, encontró otra justificación:
-Después de la caída, llegó una serpiente muy venenosa y lo mordió, les replicó
Herederos de la constancia y de la desconfianza de su padre, buscaron la serpiente y el mayor le pisó la cola, en abierta provocación para que mordiera a su hermano. La culebra les dijo que nunca mordía a un hombre sin consultarle previamente su nombre y decidir si efectivamente merecía la muerte. Regresaron donde su madre, más inquietos y enojados y ella solo atinó a decirles que su padre había muerto envenenado y asfixiado por un veneno que preparó para la cacería.
-Uno de los dardos envenenados que llevaba entre sus botas, lo chuzó accidentalmente y el hombre murió, les comentó en tono tranquilizador.
A pesar de la virtud por el respeto y de su condición de subordinación, no pudieron contener sus aires de desobediencia y siguieron tras las pistas que les indicaban razones muy distintas acerca de la muerte de su padre, a las que les relataba su madre.
Fingiendo la necesidad de atrapar una enorme dante, le pidieron una buena cantidad de veneno a su madre, cargaron los  dardos y con la bodoquera se dirigieron al monte. Para medir la potencia del tóxico, lanzaron una flecha contra un pájaro carpintero, que cayó en el acto. Sorprendido por ese gesto de violencia, el ave les preguntó sobre las razones que tuvieron para atacarlo.
-Solo intentamos probar el veneno pues investigamos si nuestro padre Jitoma murió a causa del contacto con dardos intoxicados que trajo para la cacería, le dijo el mayor de los hermanos.
-Si me extraen el veneno, les diré toda la verdad sobre la muerte de su padre, les dijo el pájaro. Yo fui testigo de los hechos, añadió.
Jitoma, hijo, chupó con fuerza desde el pico y al sacar el veneno, la sangre del carpintero se acumuló en su cabeza y su cresta. Eso explica por qué las más de 200 especies de estos pájaros se distinguen por su excepcional capacidad para romper la madera, por sus vivos colores, por su gran cresta roja en algunos grupos. Pero todas las especies conservan el color rojo en sus cabezas.
El pájaro “pica-palos”, como le dicen en algunas regiones, les contó la verdad, a secas:
-A tu padre lo mató el tigre, simplemente porque estaba enamorado de tu mamá.
Además, les indicó cómo podían matarlo y les mostró el rastrojo en donde se escondía y hacia el cual se madre les tenía prohibido el paso.
Se dirigieron a la planta de canangucha, ascendieron hasta el copo. Previamente Jitoma le colocó al menor una hoja de yarumo y el carpintero se apostó en un sitio cercano, con la bodoquera preparada. El tigre Gauma respondió al llamado que le hicieron desde arriba, se lanzó sobre la hoja de yarumo y, cuando caía, fue atravesado por una flecha envenenada.
Le quitaron una de las garras y los dientes los llevaron a casa para elaborar collares. Cuando la madre vio esa garra, la reconoció y al instante dedujo que se trataba de un mensaje sobre la suerte del tigre. Fingió irse de baño y llegó hasta la palma en donde encontró el cadáver de su amado, el ser que la obsesionó, que le revivió sus sentimientos afectivos y sus ímpetus sexuales perdidos por el descuido no deliberado al que la sometió el sabio JItoma.
En medio del llanto, reconstruyendo su novela de abandono y rescate posterior, perdida de su eslabón con el goce y el amor, la mujer llegó a casa y encontró a sus hijos en labores de pulimento de los dientes del tigre. En un instante, desencadenó su maldad reprimida y en un ataque autodestructivo, impulsivo, les pidió que se inclinaran sobre la mesa y sopló fuerte. El polvillo de los dientes que pulían dejó ciego al hermano menor quien se puso a caminar de manera desesperada, dando tumbos y gritando desconsoladamente hasta caer vencido por la tortura de la ceguera.
Pero Jitoma-hijo hizo una oración y recuperó la visión de su hermano y compañero de la investigación con la que se esclareció la muerte de su padre…y la infidelidad de su madre.
Porque toda deliberación y toda investigación tienden hacia el bien…y hacia el placer.



jueves, 19 de febrero de 2015

Araraucuara, embrujo caqueteño desconocido y olvidado


Desde el aire, a 9 mil pies de altura, el río Caquetá es una serpiente kilométrica y resplandeciente que se contorsiona, dibuja enormes eses y con gigantescos zigzags empuja sus aguas turbulentas para abrirse paso entre la espesa selva amazónica que lo acoge con todas sus espumas, peces, mariposas y también con su devastadora, creciente y dolorosa contaminación.
Después de un recorrido de cientos de kilómetros desde su nacimiento en el páramo de las papas del macizo colombiano, y tras haber marcado las extensas fronteras del departamento del Caquetá, con Putumayo y Amazonas, la configuración superficial sufre severos accidentes y entonces sus aguas aumentadas, que se deslizan por un cauce de más de 2 kilómetros de ancho, se encuentran con escarpas de moderada altura que, como murallas, se oponen al avance de este gigante de la hidrografía colombiana.
Primero, en el estrecho de Angosturas y, más abajo, en la serranía del Araracuara, el río se represa, se recoge, se encrespa y esa serpiente sensual ruge como una leona en celo para romper el obstáculo y abrirse paso con la furiosa desesperación de sus aguas, que en medio de un espectáculo alternativamente tenebroso y placentero la parten en dos, como una potente motosierra en un tronco podrido. Ese murmullo angustioso se extiende a lo largo de casi un kilómetro por un profundo cañón de escasos 70 metros de ancho, cuyas paredes perfectamente perpendiculares y salpicadas de verde, parecen haber sido labradas a punta de cinceles electrónicos. Es un encanto misterioso, una copia fiel de la belleza seductora de la selva que se merece un poema. Es como un procedimiento mágico del río para despedirse del departamento del Caquetá, para adentrarse en las profundidades de la selva y seguir su recorrido por el Brasil con el nombre Japurá hasta completar sus 2.280 kilómetros de viaje cuando desemboque en el Amazonas, frente a Tefé.

Un "infierno" refrescante 


La furia y la desesperación del río se perciben en toda su dimensión desde “El infierno”, pocos metros abajo de la salida de las aguas del estrecho, desde donde se esparce el rocío refrescante de la vaporización. Es otro encantador contraste de la naturaleza que lo convierte en un infierno excepcionalmente fresco pero terrorífico. Sin diablo ni tenedor, pero con los enormes arpones de los pescadores, es como asomarse a la garganta de la leona hambrienta que asusta y se recrea con su presa. A su paso por los pequeños caseríos de Araracuara y Puerto Santander, en el Caquetá y Amazonas, respectivamente, el río empieza su relajamiento pero todavía se observan y se sienten borbotones ruidosos que anuncian el enojo persistente de este monstruo recién liberado. Y junto a estas manifestaciones de molestia, y muy cerca de los puntos de salida de las aguas embravecidas, los pescadores construyen las paseras que son muelles colgantes para acercarse al centro del caudal, arriesgan sus vidas y, moviéndose como un péndulo, se la juegan con sus arpones.
Con temeridad y destreza, cazan sábalos, pintadillos, plateados, lecheros y bagres de hasta 10 arrobas cuando estos saltan en un intento por remontar los chorros por donde se descuelgan las aguas turbulentas y arremolinadas, recién liberadas del cañón.
Para la gente que vive en la región –un alto porcentaje indígenas- el río lo es todo. Es la única opción de subsistencia. En él comienzan sus historias de amor y terminan muchas de sus ilusiones. Es su vía de comunicación, el canal de contacto con el mundo civilizado y con el Estado, para los cuales son colombianos de tercera y por eso los ignoran, los desconocen olímpicamente y los reprimen.
Pero el río está amenazado, pues sus hermanos menores, el Caguán, el Orteguaza y el Yarí, sufren un proceso de contaminación y de erosión que provocó una dramática disminución de la riqueza ictiológica y hasta de las posibilidades de navegación durante el verano, principalmente en la parte alta de la cuenca. Si la economía del futuro inmediato, como aseguran los expertos, tendrá su mayor obstáculo en la escasez del capital natural, tenemos la obligación de promover la sensibilidad de la gente hacia la amazonia, el mayor nicho de biodiversidad y belleza del planeta.

Hace 20 años, los recorridos por los afluentes tributarios del Caquetá, se hacían entre paujiles, pavas, micos, tentes, loros y hasta culebras amenazantes. Los pescadores capturaban presas de tamaños colosales, de las cuales no quedan sino las fotografías de los gringos con sus trofeos. Los paujiles son una reliquia, los micos son muy escasos y los tentes que las señoras adoraban porque cuidaban a los niños como a Zoro, en la novela de Jairo Aníbal Niño, son puro recuerdo. Las únicas que no se encuentran en proceso de extinción y que además han desarrollado su ferocidad, son las culebras que les caen a los endeudados indígenas y colonos cuando se desembarcan en los puertos de las distintas poblaciones ribereñas.

El embrujo de su tradición oral, contada y desatada por los mismos pescadores, por motoristas de yates, canoas y botes; por campesinos, por indígenas, por ancianos, por niños, deja en silencio a los visitantes que los escuchan atentos en la maloca del caserío. Y por las lavanderas de todas la edades que en pequeños arroyos y hasta en algunas riberas del río lavan, cantan, nadan, ríen y contaminan vestidas ligeramente, con las blusas traslúcidas por la humedad. Todos narran sus historias apoyados en atractivos lingüísticos y simbologías muy particulares. Son verdaderas películas amorosas, dramáticas, mágicas y algunas llenas de terror.
Araracuara y Puerto Santander, situados una frente al otro, separados por el río, son dos asentamientos inmisericordemente abandonados por el Estado, cuya única presencia es de tipo militar. Sus habitantes venden el pescado muy barato y compran los productos de la canasta familiar a precios muy altos como consecuencia de las dificultades para su transporte.

Aunque Puerto Santander tiene 2 o 3 calles definidas y Araracuara es apenas un reguero de viviendas que se comunican por caminos, en las dos predomina la pobreza extrema pero también el conformismo de sus habitantes resignados a vivir aislados, explotados y regidos por sus propias normas de accidentada convivencia. El Amazonas tiene un inspector de policía pero en el Caquetá la posición está acéfala desde la renuncia de Rubén Yucuna Matapí hace varios años.


Sentimiento anti-caqueteño
Entre los pobladores de Araracuara –inspección del municipio de Solano -situada a hora y media de vuelo de la base aérea de Tres Esquinas- se percibe un sentimiento anticaqueteño derivado del olvido por parte de las autoridades seccionales. Aunque la presencia estatal es mínima, lo poco que reciben les llega de la administración del Amazonas. El colegio, que tiene un internado para jóvenes, funciona en tierra caqueteña pero el Amazonas atiende su funcionamiento.

Ciudad perdida

En la cresta de la escarpa del Araracuara, la “ciudad perdida” es un vestigio del paso del río hace miles de años y sus rocas gigantes que por efecto de los vientos han adoptado formas curiosas, son testimonios históricos del esfuerzo que por cientos de años hicieron las aguas del río Caquetá para romper la serranía. Es un gran promontorio de piedras y rocas de diversos minerales que supuestamente –según las creencias de los indígenas- son la expresión de la riqueza amontonada debajo de las mismas.

Apostolado
En ésta región considerada como el corazón de la selva amazónica, una médica y religiosa española destella como un faro de solidaridad. Se trata de la hermana Carmen de la Viesca quien es la depositaria de los anhelos, ilusiones, dolores, frustraciones y de las esporádicas alegrías de los indígenas y colonos. Es, además, la única caja de resonancia que tienen para dejar oír sus voces y sus necesidades que la mayoría de las veces no encuentran interlocutores.
La monja despacha en un centro de salud que funciona con recursos y medicamentos que dos veces al año son enviados desde Alemania y España, pero alterna las funciones asociadas a la preservación y recuperación de la salud de los moradores con acompañamiento permanente en los procesos formativos y organizativos de las distintas comunidades. La hermana Carmen atiende, concilia, regaña, viaja, reclama y en general interactúa con generosidad. Después de 19 años de apostolado, conoce en detalle los problemas y conflictos de las distintas personas y comunidades. Del mismo modo, funciona como una resistencia de alta frecuencia que soporta sucesivos desengaños oficiales y calibra los conflictos derivados de la escasez y el individualismo. Es un gran continente de historias de vida y muerte de anónimos compatriotas.


En vía de extinción
Las amenazas de extinción están latentes, no solo para numerosas especies de la rica fauna amazónica, sino para algunas etnias indígenas, principalmente la Uitoto Amenanae, la más antigua de las que habitan la región. La mayoría de sus miembros son ancianos que aseguran en un Castellano insípido, complementado con lenguaje gestual, que su vida primitiva terminó cuando el gobierno instaló la colonia penal que funcionó durante varios años en este apartado paraje de la geografía nacional.
Según sus denuncias, los “blancos” les aplicaron distintos medicamentos dirigidos a disminuir sus presuntas tendencias caníbales y provocaron graves daños fisiológicos y morfológicos entre la población. La mayoría de los integrantes de esta comunidad presentan, efectivamente, evidentes secuelas de lesiones pasadas y los 12 miembros sobrevivientes de la etnia tienen algún grado de discapacidad.
Además de las amenazas de extinción de la etnia, los Uitoto Amenanae fueron expulsados de su territorio por la familia Guerrero que constituyó irregularmente el resguardo Mesai y mediante turbios procedimientos ante el Incoder logró la captación de los recursos que por transferencias reciben los indígenas del alto gobierno.
Mediante gestiones adelantadas por el personero de Solano, Carlos Adolfo Perdomo Hermida y la comisionada local de asuntos indígenas, María Nelly Quintana Trujillo, se logró el restablecimiento del derecho violado. La comunidad regresó a sus chagras tradicionales y comenzó a disfrutar de los derechos legales.
Esta comunidad vive en condiciones de extrema pobreza y carece de los elementos fundamentales para la ejecución de los oficios domésticos. Los delegados de la personería y la oficina de asuntos indígenas verificaron que enesa comunidad se preparan los alimentos en tarros de lata y envases desechados de gaseosa, leche y cerveza.
El gobernador del resguardo, Rumaldo Uitoto Uitoto, un hombre que no sabe leer ni escribir, asumió sus funciones después de 15 años de despojo de las tierras. Cuando llegó a la cabecera municipal de Solano -tras remontar el río durante dos semanas- para legalizar la reivindicación de sus derechos, contó que era la primera vez que salía del Araracuara y la primera en tener contactos con personas distintas a su comunidad.
En la inspección tienen asiento 11 comunidades, entre ellas, los Andoque, Uitoto, Muiname, Yucuna que conviven con sus costumbres tradicionales y resuelven sus conflictos con herramientas muy particulares. Los miembros de las comunidades se quejan por el irrespeto reiterado de sus usos y costumbres por parte de “los occidentales”.
Paisaje encantador


La vista aérea muestra los dos pueblos de la serranía como pesebres de familia pobre, separados por uno de los pocos recorrido en línea recta que hace la esplendorosa serpiente en muchos kilómetros y cuyos borbollones, y murmullos son al mismo tiempo intimidatorios y cautivadores como las cascabeles que rondan las malocas en el verano.

martes, 17 de febrero de 2015

Tradición oral indígena. Bakaki uitoto, el brujo caníbal Nogfierema


Este relato de tradición oral indígena hace parte del paquete de bakakis extraídos por el psicólogo Carlos Enrique Zapata Bohórquez, a lo largo de 6 meses de convivencia con uitotos asentados en las riberas del río Caquetá, aguas abajo del municipio de Solano, departamento del Caquetá. 

Editados y adaptados por Jesús María Cataño Espinosa


HISTORIA DE NONOEITOMA.

El brujo caníbal , conocido como el hombre de piedra, que nunca tuvo razones para hacer el bien, impetuoso y déspota, hechizó a su hija, una hermosa jovencita, para que atrajera hombres mediante engaños con el fin de satisfacer su deseo de carne humana.
Instaló una trampa mortal en la entrada de la casa, de tal manera que todo hombre seducido por la belleza y por las mentiras de su hija, en tránsito hacia su cama, quedaba atrapado y moría inevitablemente. La misma muchacha arrastraba sus cadáveres hasta donde el padre antropófago quien se deleitaba con los restos de los pretendientes de su hija.
Como se trataba de obtener placer con la cacería y con el consumo de carne humana, el hombre no tenía barreras para obtener su satisfacción y entonces estableció un plan “B” para asegurarse de que ninguno de los hombres seducidos por su hija se escapara de la muerte en caso de superar con éxito la trampa de la entrada: conjuró el cuerpo de la linda jovencita y lo llenó de culebras y animales ponzoñosos que actuaban con sus venenos mortales al más mínimos contacto físico.

Intervino Nonoeitoma


Enterado Nonoeitoma de la perversidad del hombre de piedra y de su hija, hizo una oración y su yonerï le iluminó para convertirse en un mico bebe-leche y superar la trampa mortal. Con la habilidad de los Saguinus fuscicollis, nombre científico de los citados micos que poseen un pelaje blanco alrededor de la boca, saltó con destreza y cayó en el interior de la vivienda.
Cuando la hija del hombre de piedra llegó hasta la trampa para recoger la nueva víctima, fue sorprendida por Nonoeitoma, quien con frescura la saludo desde el otro lado del artificio mortal. Su padre corrió al llamado de la asustada joven pero el héroe lo saludó con una exclamación:
-¡¡Todavía no es tiempo de que me comas!!
-No creo que seas un hombre verdadero porque hasta hoy ninguno ha podido traspasar la trampa, le dijo el caníbal sin salir de la sorpresa.
El valiente bebe-leche replicó:
-“El hombre es hombre y nunca la maldad acaba al hombre limpio”.
Nogfierema se dio por vencido y no halló otra forma de congraciarse con su valiente intruso sino ofreciéndole a su hija:
-Puedes dormir con ella, le dijo
Pero esa proposición fue rechazada de inmediato por el visitante, quien le manifestó que los motivos de su presencia no estaban asociados con el encantamiento pasional sino, exclusivamente, con la lucha contra el mal.



En un intento por desvanecer la tensión, y para buscar alternativas que le permitieran deshacerse del héroe, Nogfierema lo invitó a una “socola” o tumba grande en donde le tendió otra trampa. De manera deliberada, dejó un árbol grande en la mitad de la socola, un árbol de piedra, y le pidió que ayudado por sus virtudes lo derribara.
El yonerï del hombre bueno le mostró las intenciones del caníbal y le advirtió que los frutos de ese árbol eran piedras que caerían para matarlo:
-Toma el poder de los hongos, conviértete en orejas de árbol y sobrevivirás, le advirtió
 El héroe bebe-leche hizo la transformación y se pudo salvar de la segunda prueba.
Terminada la caída de los frutos, Nonoeitoma continuó en el tallo del árbol con el fin de tumbarlo pero su yonerï nuevamente le advirtió que el hombre tenía un hilo amarrado en el dedo más gordo de su pie derecho para halarlo en el momento de mayor riesgo y podía matarlo.


Los quites que le hicieron al brujo



El yonerï le habló de nuevo a su conciencia:

-“Si eres capaz de manejar el secreto del tábano, conviértete en tábano y sobrevivirás”
Siguiendo el consejo, voló hasta la espalda de Nogfierema, se le posó en un punto en donde no podía quitárselo y, como pegado sobre un caballo, puso a funcionar su aparato bucal chupador-picador-cortador-succionador hasta provocar la molestia característica de su picadura que, a su vez, desató un movimiento brusco del hombre de piedra. El caníbal soltó la cuerda, el árbol cayó, el tábano voló y  Nonoeitoma sobrevivió.
En la continuación de los planes para asesinar al escurridizo Nonoeitoma, la hija del caníbal Nogfierema retomó su iniciativa conquistadora. Invitó al héroe a dar un paseo, a pescar y nadar. Con su actitud activa e independiente, se desnudó provocativa y sensual se le insinuó, coqueta, desde el agua. El hombre estaba a punto de ceder a la provocación cuando recibió un mensaje de su yonerï en el que advertía sobre la nueva modalidad de la trampa que le ponía la linda muchacha.
Hizo un esfuerzo para ignorar los fogosos escarceos de la linda jovencita y se fue a pescar a un sitio alejado. Fueron abundantes sus capturas, con las que preparó mucha comida para su “compañera” que comió hasta saciarse y quedarse dormida.
Nonoeitoma encendió una hoguera y con una oración invocó su sabiduría. Como un exorcismo, del cuerpo de la muchacha comenzaron a salir los espíritus malignos, avispas, arañas, alacranes y por último el verrugoso, que se quemaron a medida que brotaban, hasta dejarla completamente limpia.
Al despertar, la transformada joven lo miró con ojos de sinceridad, se autodignificó y comenzó la construcción de una relación sincera, simpática, amorosa y pasional. También apareció la fuerza de la sexualidad, del deseo corporal, que fue retribuida vigorosamente por Nonoeitoma. Se amaron intensamente, se acariciaron bajo la invocación de Zeus y Afrodita y, como un regalo, después de los primeros orgasmos, nació un niño. Una hora después, mientras seguían fundidos por la pasión, nació su segundo hijo. Ambos muchachos nacieron dotados de todos los poderes y protegidos por los dioses.
Con sus dos hijos y abundante pescado, regresaron a casa del hombre de piedra quien los recibió con indiferencia pero a la expectativa por conocer detalles sobre el fracaso de los planes para acabar con el intruso.
Fingiendo tener un clavo en el pie derecho, el papá caníbal hizo agachar a su hija y cuando estuvo subordinada la dominó y con los dedos del pie izquierdo buscó en vano en su recto los animales que le había metido como parte del conjuro para asesinar a Nonoeitoma. Decepcionado le preguntó al héroe en voz alta:
-Por qué has venido a desbaratar mi canasta?
-Es que todavía no es tiempo para que me comas, le respondió tranquilo.
Sin desistir de sus planes macabros, el hombre de piedra se llevó a Nonoeitoma para la sementera, a otra socola y quema. Prendió un árbol mientras el “sobreviviente” recogía madera y de nuevo apareció la voz de su yonerï que lo previno sobre el peligro. También le sugirió convertirse en camaleón y así, mimetizado, salió veloz entre las cenizas, cayó al río y se convirtió en caloche.
Al retornar a su forma natural, se encontró quemado y ampollado pero con el apoyo de su Yonerï consiguió achote que se aplicó superficialmente. Pero fue sorprendido al ver que de la parte inferior de sus uñas brotó una mojarra; de su piel, un caloche y muchos comejenes que comía compulsivamente mientras cantaba “benomo-tide, benomo-tide”.
Llegó el malísimo suegro y aprovechando la debilidad de su yerno le hizo un conjuro
-Ya es tiempo de que me coma el tigre, le dijo.
El antropófago regresó a casa y Nonoeitoma murió al atardecer por causa de las quemaduras y ampollas infectadas.

Resurrección y rescate


Pero como se trata de un héroe, resucitó con fuerzas renovadas, rescató a su mujer y a sus dos hijos, construyó una casa y reconstruyó su proyecto familiar. Y como el goce del amor es irreductible, se hizo ilusiones y fantasías en medio del placer provocado por la armonía. Por primera vez, su mujer se sintió apreciada, amada y pletórica, sin ausencias afectivas ni materiales, hasta el punto de confesarle a Nonoeitoma que su amor por Él  era mayor que el que sintió alguna vez por su padre.
Con sus poderes, el héroe de esta historia preparó una torta de cazabe, la convirtió en piedra, le hizo un conjuro y se la dio a su esposa para que le llevara a su padre. A pesar de que este siempre comía piedra, en esta ocasión, al morder un pedazo grande, sintió dolor de muela…un dolor de muela eterno que lo maltrató hasta el momento de su muerte.
Con su familia nuclear, viviendo en casa propia, cultivando frutas y cazando, pasó el tiempo para la pareja, educaron a sus hijos pese a que estaban dotados de poderes absolutos, envejecieron y murieron. Como el padre tuvo poderes para predecir el estado del tiempo, se dispuso el entierro de sus dos hijos en sentidos geográficos opuestos.
Uno en el oriente y otro en occidente, en donde nace y en donde muere el sol. Así, como un axioma, cuando relampaguea en oriente, y en occidente no hay respuesta, es señal de verano. Y, al contrario, cuando hay respuestas sucesivas entre los hermanos, quiere decir que llegarán las lluvias.