1.- La felicidad inocente que sentí aquel ya muy remoto día cuando mi hermano Néstor me obsequió un juego de cuchara, tenedor y cuchillo con motivo de mi quinto cumpleaños. Ese día escuché por primera vez la palabra trinche y muchos años después, en el departamento del Caquetá, conocí y me moví por algunas trinccheras. Entonces pensé que mi hermano mayor, de maneara no deliberada, me predispuso con su regalo a la lucha constante que ha sido mi vida.
2.- La perturbación angustiosa que viví en Girardot durante un paseo escolar, a mis 8 años, al cruzar el puente férreo, en uno de mis primeros desafíos a las prohibiciones. Hoy, siento un placer casi morboso que me empuja a trasgredir, a actuar en contra de las normas, de lo establecido, de los convencionalismos, de los formalismos, de los protocolos hipócritas.
3.- La frustración provocada por mi profesor de quinto año, Ricardo Gonzáles, al reversar mi promoción al bachillerato, en represalia por un acto que le costó la pérdida de su traje por un corte que le hice -con una cuchilla de afeitar- en la manga derecha de su saco. Mi padre me produjo cortes muy similares en las nalgas, con un rejo conocido como "pretina", utilizado para los castigos más severos.
4.- El sentimiento combinado de vergûenza y orgullo que experimenté cuando me tocó caminar por las calles de mi natal Armenia, vestido con una sotana como estudiante del Seminario Menor San Pio X. Todavía conservo la estampa ridícula que me tomó un fotógrafo callejero en la carrera 16 de la capital quindiana. Cuatro años después, en esa misma institución y en desarrollo de mi conducta en contravía de los ordenado, fuí acusado de incurrir en actos de apostasía por mis frecuentes y calurosos debates sobre el orígen del hombre. Sin embargo, mi excelente rendimiento académico garantizó la permanencia en ese plantel hasta 10º grado, cuando fue clausurado por ausencia de estudiantes.
El ingeniero Humberto Gallego, el extinto comerciante Guillermo Alzate, el contralmirante Fernando Quintero, el abogado Octavio Osorio, el experto internacionalista en comercio exterior Carlos Enrique Ocampo, el licenciado en Idiomas Alfredo Maya, el médico ginecólogo Germán Arango y este suscrito "apóstata" tuvimos que graduarnos como bachilleres en otros establecimientos.
5.- El enfado de la directivas del mencionado Seminario al conocer un acto calificado como inocultable manifestación de iconoclastia perpetrado con la colaboración del hoy médico Germán Arango, en la continuación de las extravagancias juveniles. Las imágenes de la vírgen del Carmen y su niño en brazos, instaladas en la peluquería del claustro, fueron desfiguradas, disfrazadas y ridiculizadas con la colocación de barbas y bigotes usando pelo natural y pegante, que entonces se conocía como goma.
La molestia del rector del seminario, el cura Julio Ernesto Dávila fue de tal intensidad que durante la asamblea general de estudiantes y padres de familia, convocada para denunciar el hecho, no pudo recobrar la calma y siempre habló con interrupciones espasmódicas, como los tartamudos. A mis padres se les pusieron los pelos de punta con esa historia y una semana después los "iconoclastas" seguíamos desfigurados, disfrazados por las secuelas del castigo que nos infligieron en casa y satanizados por el colectivo escolar.
6.-Los momentos de intensidad y plenitud que vivieron mis padres y mi hermana mayor, Gladys, durante la ceremonia de graduación como bachiller del colegio Rufino José Cuervo, donde aterricé tras el lanzamiento desde el Seminario. La obtención del grado de bachiller hace 42 años equivale a coronar un postgrado en la actualidad. Fue algo así como la recuperación del muchacho apartado del camino del sacerdocio, de la oveja separada del rebaño, del joven que cada día se alejaba de la conducta ideal diseñada por unos padres ultraconservadores.
7.-Mi desilusión por el engaño de la Universidad La Gran Colombia que en 1970 abrió en Armenia el pregrado de Derecho, después de una campaña nacional por los medios de comunicación. Al final, la propuesta resultó una tibia imitación de facultad de ciencias políticas que motivó el retiro de muchos de quienes anhelábamos convertirnos en brillantes abogados. El periodismo tiene una deuda con esta universidad de garaje, pues tras mi decepción di un giro hacia esta, la más linda e igualmente peligrosa profesión del mundo.
8.-La tristeza severamente perturbadora al encontrar a mi padre entre un grupo de sus "amigos", en una bulliciosa repartición de billetes, en el café El Ajedrez, de Armenia, gravemente afectado por el consumo de licor. Esta escena y otras muy frecuentes de sus borracheras semanales provocaron una fuerte vinculación de mi conciencia con esos episodios y lo que inicialmente fue un rechazo, se tornó progresivamente en una aceptación cómplice y -lo más grave- en una conducta aprendida que traspapeló el libreto de mi proyecto de vida.
9.-Mis largos -pero frecuentemente interrumpidos- sueños en los prados de la universidad de Antioquia, durante una desesperada cacería al hoy brillante y encumbrado abogado Nodier Agudelo Betancurt, quien telefónicamente me ofreció su apoyo para reintentar mi ingreso a una facultad de Derecho. Fue una semana kilométrica de hambre, frío, sueños no conciliados y problemas con las autoridades a causa de mis merodeos constantes por los mismos lugares. Este trágico itinerario también me empujó hacia el periodismo de alguna manera pues una noche, casi madrugada, llegué hasta los estudios de La Voz de Antioquia, en donde el locutor de turno -nadie menos que el glorioso Pastor Londoño Passos- (q.p.d.) me dió café con pan y vigiló mi sueño de 4 horas en el sofá de la recepción, después de escuchar atentamente mi película y los relatos sobre mis efímeras incursiones en Radio Reloj de Calarcá y La Voz de Armenia.
Una crónica muy descriptiva que nos lleva a imaginarios dentro de un entorno en blanco y negro. Muy bonita la historia.
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