Llegué en otoño y aunque aterricé en Miami pocas horas después del paso devastador del tristemente recordado huracán "Irma", que dejó patas arriba esa metrópoli internacional y sus principales centros de interés, muy pronto encontré en USA las respuestas a mis inquietudes estéticas, económicas, sociales, arquitectónicas, urbanísticas y políticas que siempre fueron un referente desacreditado por el discurso de los movimientos de izquierda en Colombia.
Y también pude verificar de manera efectiva su condición Imperialista, entendida como el expansionismo que por cualquier vía ha utilizado el gobierno de USA históricamente para imponer su influencia política, ideológica, cultural y económica a escala mundial. Se trata de la dinámica de la historia, construida sobre un enfrentamiento de fuerzas, cuya correlación siempre estará determinada por el capital, el trabajo y los medios de producción. Por quienes se han convertido en los dueños de los países y del planeta.
Es, del mismo modo, la sede del reinado del diseño, la ingeniería, la arquitectura, las comunicaciones, la alta cocina, los negocios y la delincuencia de alta alcurnia, que influyen en las decisiones de todo el mundo a través de sofisticados sistemas y aparatos ideológicos. Que cuando no pueden persuadir sobre una tendencia o una decisión, la imponen por la fuerza inapelable de las armas.
Pero, específicamente, satisfice el sueño de encontrarme con mi hermano "Concho". Entonces, comprobé que hay momentos en la vida cuando uno no puede decir nada pero lo siente todo, cuando las emociones son tan fuertes que tardamos más tiempo para asimilar la complacencia que se nos sale de los sentidos y vuela como un fantasma que nos hace mover el piso. Cuando no sabemos qué hacer con tanta dicha. Mientras más grandes son la belleza y la alegría, más grande es la impotencia para describirlas.
Hoy, a pocas horas de tomar mi vuelo de regreso, y a casi 150 kilómetros de su casa, dos lagrimones, como piedras, cayeron sobre la barra espaciadoraaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa al revivir la noche cuando hace 4 meses lo vi sentado en un sillón de la sala de espera del aeropuerto de Richmond, Virginia, y sentí que el destino me hacía una ofrenda con un monumento a mis sueños. Me tocó limpiar la barra para detener las aaaaaaaaa y otras lágrimas brotaron al pensar en la incertidumbre de un próximo encuentro. El ideal tomó forma y a partir de este momento nace otro, porque la belleza es la materialización de los sueños. De los sueños fraternales, como nuevos abrazos y muchas risas al lado de César, Martha, Nena y Gladys, residentes en este país del poder y la dominación mundiales.
Disfruté los atardeceres dulces y coloridos del otoño y sentí las palpitaciones postreras del sol metido entre un bosque de tonos pastel. Me emocioné con la siluetas de los campanarios, de las casas grandes, de muchos edificios sobrios en Washington, hundiéndose, como indecisos, en las sombras de la noche y también entre los papelitos de nieve.
Y en ese marco especial también vi muchas veces a la patria amada, como a una madre desolada llamando a sus hijos dispersos por el huracán de la politiquería y de la corrupción. Invocando a sus hijos rebeldes para que se levanten contra el conformismo y la resignación que le permiten a los dueños del país mantenerse cómodos de manera indefinida.
Recorrí las renombradas avenidas de Manhattan que son canales estrechos y largos, abiertos entre los rascacielos de vidrio, aluminio, hierro y cemento, de la misma forma cuidadosa como los carpinteros abren las ranuras para hacer los ensambles de las piezas que construyen. A ellas no entra el sol y solo sus torres y pináculos se ven iluminadas por los rayos oblicuos porque el astro rey nunca asciende como en el trópico.
Caminé por el Time Square y el Rockefeller Center, y saliendo de la colosal Biblioteca Publica de New York, impresionado por la apoteosis de sus asistentes, por las dimensiones, por la sobriedad y, en fin, por sus niveles de excelencia, y en medio de una temperatura de menos 10 grados centígrados, llegué al sitio en donde estuvieron las famosas Torres Gemelas.
Caminé por el Time Square y el Rockefeller Center, y saliendo de la colosal Biblioteca Publica de New York, impresionado por la apoteosis de sus asistentes, por las dimensiones, por la sobriedad y, en fin, por sus niveles de excelencia, y en medio de una temperatura de menos 10 grados centígrados, llegué al sitio en donde estuvieron las famosas Torres Gemelas.
Sentí la nieve, como una peregrinación romántica, por entre los chamizos pelados y raquíticos, empecé a ver los papelillos de agua que se balanceaban coquetos, como una ilusión y como una amenaza a la vez. Sus centellas se multiplicaron, me dieron en la cara y percibí una sensación combinada de tranquilidad y admiración, que se transformó muy pronto en una emoción-ilusión como la que despierta la mano de una mujer que se desliza suave por tu frente y mejillas.
Me salí de la selva de vidrio, hierro y cemento y me encontré con la perfección de la naturaleza, expresada en la armonía de los colores y las formas, con sus tonos verdes que palidecen por la llegada del otoño y configuran un contraste con el azul del cielo diáfano.
Dimensioné el viaje de cerca los cientos de miles de personas que se movilizan por la monumental carretera interestatal 95 que atraviesa el país de sur a norte, que nos muestra la belleza y precisión de las obras vanidosas y soberbias construidas por el hombre para acomodarse armónicamente en el planeta.
Mirando el lento discurrir del esplendoroso río Hudson, el sol, el mar, el horizonte infinito, los edificios de belleza impecable que son los ojos de la dominación del Imperio, así como el tapete dorado sobre el cual se mueve un gran barco crucero, también miré mi vida, mi vida de hombre sensible y entonces siento que algo me falta - tal vez una caricia femenina sincera- para completar este cuadro, este prisma de policromía misterioso y encantador que me ofrece la visión de la gloria americana resumida en Manhattan.
Mirando el lento discurrir del esplendoroso río Hudson, el sol, el mar, el horizonte infinito, los edificios de belleza impecable que son los ojos de la dominación del Imperio, así como el tapete dorado sobre el cual se mueve un gran barco crucero, también miré mi vida, mi vida de hombre sensible y entonces siento que algo me falta - tal vez una caricia femenina sincera- para completar este cuadro, este prisma de policromía misterioso y encantador que me ofrece la visión de la gloria americana resumida en Manhattan.
Manhattan es un conjunto de dioses narcisistas y soberbios que se miran en las aguas del brillante río Hudson, son 3 las moles de acero, hierro, vidrio y cemento que se imponen en su cielo casi siempre de un azul nítido, un poco desteñido, como la campaña del exglorioso y ahora vergonzoso Deportivo Cali. Uno de los soberanos de las alturas neoyorkinas destronado hace 45 años y el más legendario, es el "Empire State building", construido en 1930, con 381 metros en sus 102 pisos, más los 62 metros de su pináculo y las 21 mil personas que trabajan en su interior. Visitado por 5 millones de personas cada año, fue durante 40 años el referente del poder y la dominación americanas. Fue despojado del título de edificio más alto de New York por las tristemente célebres torres Gemelas del Trade Center, el eje económico mundial atacado el 11 de septiembre de 2001. Con el derribamiento de las Gemelas, otro rey depuesto, el 426 Park Avenue, recuperó su liderazgo en las alturas, con su estatura de 427 metros, con una estructura cuyos diseños simples han sido criticados por los los expertos, quienes afirman que tiene poco valor creativo. Es un edificio de apartamentos de 85 plantas. Hace apenas un poco más de 5 años, el "One World Trade Center", del complejo reconstruido en honor a las víctimas de las Torres Gemelas, es el nuevo emperador del conglomerado de Manhattan y sede del museo que guarda los recuerdos de las destruidas Gemelas. Es el rascacielo más alto del hemisferio occidental y el sexto más alto del mundo, dotado de un potente ascensor que en 47 segundos llega a lo más alto de la estructura, en donde se encuentra un observatorio.
Me impresioné en el cementerio de Arlington, en donde, con la precisión de la era digital, el reloj del anfiteatro emitió los 12 golpes sinfónicos del medio día y todos los presentes se pusieron de pie para presenciar el cambio de guardia en la tumba legendaria del Soldado Desconocido, el acto más solemne, firme e imponente que he visto.
Y como repetidas veces sentí impulsos de regresar a la simétrica soledad del cementerio de Arlington y a su anfiteatro para confrontar mi alma de hombre envejecido, volví. Porque las ruinas de los hombres y de las cosas son los mejores interlocutores para un diálogo con nosotros mismos.
Con la emoción del reencuentro familiar, con la vista puesta en las grandes construcciones de edificios y telarañas de puentes y carreteras, invocando una nueva oportunidad y disfrazando el dolor por la partida, después de unas pocas horas de sueño, volveré a la patria querida, triste y vencida por el furor de la politiquería.
Me impresioné en el cementerio de Arlington, en donde, con la precisión de la era digital, el reloj del anfiteatro emitió los 12 golpes sinfónicos del medio día y todos los presentes se pusieron de pie para presenciar el cambio de guardia en la tumba legendaria del Soldado Desconocido, el acto más solemne, firme e imponente que he visto.
Y como repetidas veces sentí impulsos de regresar a la simétrica soledad del cementerio de Arlington y a su anfiteatro para confrontar mi alma de hombre envejecido, volví. Porque las ruinas de los hombres y de las cosas son los mejores interlocutores para un diálogo con nosotros mismos.
Con la emoción del reencuentro familiar, con la vista puesta en las grandes construcciones de edificios y telarañas de puentes y carreteras, invocando una nueva oportunidad y disfrazando el dolor por la partida, después de unas pocas horas de sueño, volveré a la patria querida, triste y vencida por el furor de la politiquería.
Y volveré a la diversa Amazonia. Porque necesito un receso para abrir de nuevo las alas de mis ensueños, agotados con este caudal de sensaciones extraordinarias con las que ya estoy convencido de que la perfección SÍ es posible.
Y porque definitivamente, como dijo el personaje de La Vorágine en una de sus sentencias: "Amo más a la selva porque su soledad no ha sido deshonrada por el hombre".