Les comparto la reseña sobre este libro de antología, escrita por mi hijo Oscar Fernando, enamorado de las letras y de la naturaleza. El tema del cuidado de la naturaleza es mirado de reojo y, cuando más, se maneja como una forma de estar a la moda con los ecologistas que advierten sobre los funerales de muchos sitios y especies en el planeta.
La invención de la naturaleza
Autor: Andrea Wulf
Editorial: Taurus
Precio: $57.000
El hombre más grande desde el diluvio
Por Óscar F. Cataño
L
|
a invención de la naturaleza cuenta la
vida de Alexánder von Humboldt (14 de septiembre de 1769 – 6 de mayo de 1859),
su influencia intelectual en los científicos de su tiempo, su enfoque
comparativo y su método innovador de vincular todas las disciplinas para aproximarse
a una mejor comprensión de la naturaleza. Su vigencia hoy día es enorme, tanto
que se le considera el fundador del
ecologismo y uno de los hombres más brillantes que ha dado el mundo moderno.
Fue un intelectual osado y con
mucho arrojo. Escaló montañas y volcanes de más de 5000 metros de altura,
recorrió el río Orinoco y fue el primer científico que evidenció la conexión de
este gran río con el Amazonas, a través del Casiquiare, algo de lo que no se
tenía evidencia hasta el momento. Llegó a Sudamérica con 25 años y estuvo hasta
los 30. En esos cinco años, en varias ocasiones, casi pierde la vida, sin
embargo esos riesgos no fueron obstáculos para hacer sus descubrimientos y
seguir sus exploraciones.
Viajó al Nuevo Mundo con el
botánico francés Aimé Bonpland, con quien se escribiría hasta la muerte de este,
más de medio siglo después de la expedición. Bonpland, después de llegar de
Sudamérica, no pudo quitarse la belleza y abundancia de vida del Nuevo Mundo. Y
aunque trabajó como director del jardín de Josefina, la esposa de Napoleón, Sudamérica
ya estaba en su mente y su corazón, y un día regresó para jamás volver. Murió
en Argentina. Su deseo siempre fue reencontrarse con Humboldt.
Cuando Alexánder regresó a Europa
llevaba consigo el mérito de haber descubierto el ecuador magnético, hacer mejores mapas que los españoles y
corregir los ya existentes sobre las tierras americanas que le dieron más
precisión a su expedición. Sus mapas resultaron ser mejores que los de la Corona
Española, que administraba las tierras americanas. Cuando Simón Bolívar empezó
su aventura independentista, usó los mapas de Humboldt para ubicarse y atacar
al enemigo. En estos, Humboldt puso ríos que no existían ni en la imaginación
española, montes y volcanes, pueblos indígenas y corrigió grados. Además, había observado el funcionamiento de
las colonias, la explotación agrícola, la tala indiscriminada para el
monocultivo, los canales de riego y -lo que más llamó su atención- la
esclavitud, experiencia que lo horrorizó. Siempre fue un abolicionista.
A su paso por Bogotá conoció a
José Celestino Mutis, de quien dijo que tenía una de las mejores bibliotecas
con libros sobre botánica que había visto. En Venezuela conoció a las hermanas
de Bolívar y a su maestro Andrés Bello. También conoció a un hombre de una
familia acomodada de Caracas de apellido Montúfar, quien lo acompañaría en el
ascenso al Chimborazo -en ese momento considerada la cúspide más alta del
mundo. En Estados Unidos conoció a Thomas Jefferson, a quien siempre le
reprochó que esa patria nueva que proclamaba la libertad, no liberara a los
esclavos de las plantaciones. En varias cartas, cuando Bolívar estaba en su
campaña libertadora, Humboldt le reprochó a los norteamericanos que no ayudaran
a sus “hermanos del sur”.
Fue en Ecuador, estando casi en la
cima del Chimborazo, que la naturaleza se le reveló como un tejido, miles de
cuerdas que se tocan, se entretejen y se unen para crear la gran red en donde todo
se relacionaba con todo, lo que más tarde evolucionaría en una idea original
que él llamaría Naturwemalde. Parado a más de 5000 metros de altura, observó el
valle y entendió que a medida que ascendía, las plantas iban cambiando. Fue ahí
en donde comprendió que las plantas se adaptan al tipo de clima. En los llanos
venezolanos conoció la palma de moriche y fue por medio de esta que concibió su
idea de la especie clave -esa que es
fundamental para la reproducción y supervivencia de diferentes tipos de
existencias. Para Humboldt, la palma de moriche era “el árbol de la vida”.
Cuando regresa a París, como dice
Wulf, ya se había convertido “en el científico más extraordinario de su
tiempo”. Había escogido París para vivir, a pesar de que Francia estaba en
guerra con Prusia, por su importancia en el ámbito científico. Además, porque
París era, en ese momento, la capital editorial del mundo. La mayoría de los
libros que se publicaban en Europa nacían de las imprentas y casas editoriales parisinas.
Fue allí, en uno de los muchos cocteles a los que era invitado, en donde
conoció a Simón Bolívar, cuando este contaba con 21 años.
Bolívar estaba de luto y había ido
a París –con Simón Rodríguez- a olvidar a su esposa. Y había escogido una
manera ya popularizada en la Ciudad Luz: vida nocturna llena de sexo, alcohol y
tertulia. En esas circunstancias lo encontró Alexánder. Conversaron – quiero
creer que en español- sobre Sudamérica, la explotación agrícola que realizaba
España y la esclavitud. También, por supuesto, sobre la riqueza sin parangón
del Nuevo Mundo. También se vieron y conversaron en Roma.
Años después, cuando ya había
dejado de ser un joven imberbe, Bolívar escribiría que Humboldt era el “verdadero
descubridor del Nuevo Mundo”. Intercambiaron correspondencia por más de tres
décadas. Años más tarde, Humboldt recibió en su casa de Berlín a Daniel
O’Leary, el ayudante de campo de Simón Bolívar, para escuchar sobre los últimos
días de quien consideró su amigo. Humboldt siempre se refirió a Sudamérica
“como mi segunda patria”. Soñó siempre con regresar.
En Europa era una celebridad. Su
fama había sido ganada a pulso. La expedición le permitió publicar Cuadros de la naturaleza, “este sería
uno de sus libros más leídos, una obra famosísima que acabaría por publicarse
en once idiomas”, apunta Andrea Wulf. Además, en Cuadros de la naturaleza, “Humboldt demostró la influencia que
podía tener la naturaleza en la imaginación humana. La naturaleza, escribió,
establecía una comunicación misteriosa con nuestros ‘sentimientos más
íntimos’”. La influencia de la naturaleza en la sensibilidad humana fue uno de
los ejes más importantes en los estudios de Humboldt. Cuando escribía lo hacía
para el gran público con un lenguaje poético. Poesía y ciencia fue su aporte a
la divulgación del conocimiento. El conocimiento –y mucho menos el que surgía
de la observación de la naturaleza- no tenía por qué encerrarse en tablas matemáticas,
porcentajes y cifras. El canal que eligió Alexánder von Humboldt para
aprehender y divulgar, fue el arte: “La poesía era necesaria para comprender
los misterios del mundo natural”, afirmaba.
Andrea Wulf lo llama el último
polímata. Humboldt era una fuente inagotable de datos, aventuras, relaciones,
en apariencia arbitrarias, opiniones políticas controversiales por sus ideas
liberales y antimonárquicas: “Hablaba de poesía y astronomía, pero también de
geología y pintura paisajística. En sus lecciones entraban la meteorología,
la historia de la Tierra, los volcanes y
la distribución de las plantas. Deambulaba de los fósiles a la aurora boreal,
del magnetismo a la flora, la fauna y las migraciones de la raza humana (…)
caleidoscopio de correlaciones que abarcaban todo el universo”.
Siempre usó dinero de su propio
bolsillo para viajar, publicar sus libros, patrocinar científicos exploradores
o la publicación de obras de divulgación de otros científicos. Caroline, la
esposa de su hermano Wilhelm, siempre le preocupó que ciertas personas se
aprovecharan de su benevolencia y amplitud, en cierta medida porque a Humboldt
nunca le interesó el dinero. Algunos llegaron a opinar que Alexánder era bueno
en todas las ramas del conocimiento, menos en la economía y la administración.
Viendo esta situación, su hermano logró conseguirle una pensión vitalicia de la
corona prusiana: 2500 táleros anuales. En sus últimos años, su pobreza no le
permitió llegar a mitad de mes y se veía obligado a pedir prestado dinero a sus
criados o cochero. Quienes lo visitaban
se admiraban de la modestia y sencillez con la que vivía. No poseía ni la
colección completa de sus propios libros porque, según Wulf, “eran demasiado
caros”.
Desde que llegó de Sudamérica, siempre
tuvo el deseo de viajar a las Indias Orientales. Para ir, necesitaba un
pasaporte que sólo era emitido por la Compañía de las Indias Orientales, con
sede en Londres, quienes administraban los intereses coloniales de Inglaterra.
Humboldt envió una carta solicitando el permiso y le fue negado, quizás, porque
los ingleses habían leído sus libros sobre la expedición en el Nuevo Mundo, en
donde Alexánder criticaba el sistema económico que no respetaba la naturaleza y
se basaba en la esclavitud.
El objetivo de Humboldt de ir a
las Indias Orientales era escalar el Himalaya para tomar datos y hacer
comparaciones con sus observaciones en Sudamérica. Durante 30 años escribió
solicitudes que siempre eran respondidas con negativas. No valió la presencia
de su hermano como embajador en Londres, ni las conexiones que tenía con la
élite académica y científica en Inglaterra y el resto de Europa. Siempre le
negaron la entrada a las Indias Orientales. No conocer el Himalaya fue una de
sus grandes frustraciones. No obstante, cuando escuchaba de algún científico o
viajero que había estado por esas tierras, lo invitaba a su casa para obtener
de segunda mano informaciones que consideraba valiosas para construir su
sistema de pensamiento.
Fue, también, un gran promotor
científico. Creía que el conocimiento debía circular sin ninguna restricción y
costo por todo el mundo: “En septiembre de 1828 invitó a centenares de
científicos de toda Alemania y Europa a una reunión en Berlín (…), a la
conferencia asistieron alrededor de quinientos”.
Humboldt y Darwin
En mayo de 1839, salieron de una
imprenta londinense los primeros ejemplares de Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo, su autor:
Charles Darwin, quien le envió un ejemplar a Humboldt, a Berlín. Humboldt leyó
el libro incrementando su emoción a cada página. Quedó tan emocionado que
escribió una carta a la Sociedad Geográfica de Londres en la que dijo que el
libro de Darwin era ‘uno de los trabajos más extraordinarios que, en el curso
de una larga vida, he tenido el placer de ver publicados’”. Humboldt iba
cumplir 70 años, era “el científico más grande de su época” y estaba diciéndole
a Darwin “que la antorcha de la ciencia estaba en sus manos”.
Algunos años más tarde Humboldt,
antes de ir a Londres, escribió a Darwin para concertar una cita. Se vieron
solamente en esa ocasión. Darwin no habló, Humboldt no lo dejó. Le robó la
palabra por tres horas seguidas mientras discurría sobre sus ideas y
descubrimientos. Si de verdad se hubiera dado una conversación ¿qué ideas
hubieran puesto en diálogo? ¿A qué conclusión hubieran llegado? ¿Qué
perspectivas científicas hubiesen encontrado? ¿Hubiesen hablado del futuro de
la humanidad? ¿De religión? ¿De Dios? ¿Del sentido de la vida y del hombre y su
relación con la naturaleza? Estas preguntas son solo hipótesis porque la
realidad fue otra. Humboldt no permitió un diálogo, fue un monólogo -¿ególatra?-
producto de la emoción del científico alemán, originada, tal vez, por haber
encontrado quien siguiera sus pasos.
Humboldt en Rusia
Humboldt era un viajero. Siempre
fue un viajero. La negación de la Compañía de las Indias Orientales para
visitar sus territorios no le truncó sus deseos de explorar el mundo. Antes de
cumplir sesenta años le escribió al zar de Rusia Nicolás I para manifestar sus
deseos de explorar su gran imperio, y poder recolectar datos para comparar con
sus investigaciones anteriores. El zar aceptó y agregó que la corona misma
pagaría la expedición.
Esta oferta tenía
contraprestaciones. Por un lado, Humboldt exploraría lo que quisiera, pero a
cambio del pago de la expedición debía buscar diamantes en las minas de la
Rusia zarista. Nicolás I estaba en guerra con los mongoles y necesitaba dinero
para financiar sus incursiones militares. En cierto momento, Humboldt halló
platino en una mina y pronosticó, contra todas las estadísticas, que era
posible encontrar también diamantes.
Su hipótesis se basaba en lo que
había observado en las minas de Sudamérica, en donde había encontrado platino y
diamantes juntos. Era una hipótesis producto de la comparación. El mundo
científico europeo se le vino encima alegando que su afirmación se basaba en la
especulación científica. No obstante, Humboldt fue el primer ser humano que
encontró diamantes en Europa. Publicó el resultado de sus pesquisas en revistas
científicas y hubo alguien que lo juzgó de alquimista.
Al terminar la expedición, le
había sobrado la tercera parte del dinero y la devolvió al zar pidiendo que se
usara en patrocinar a algún científico con ganas de explorar el mundo. El conocimiento,
argumentaba siempre, estaba por encima del dinero. Regresó a Europa convertido
en una figura mítica. Tenía sesenta años y había recorrido 16.000 kilómetros en
6 meses. En ese tiempo y en ese espacio, utilizó 12.244 caballos.
La influencia de Humboldt en el mundo científico
Las ideas de Alexánder von
Humboldt tuvieron mucha influencia en todo el mundo científico pero, sobre
todo, en ámbito científico y político norteamericano.
Las ideas de Humboldt, sus viajes
y los deseos de explorar y observar el mundo, tuvieron mucha influencia en George
Perkins Marsh, quien publicó Man and
Nature. Y fue en este libro en donde Marsh evidenció, con estadísticas,
estudios académicos y observación de la tala indiscriminada de árboles en
Estados Unidos, que “el aspecto de la naturaleza tenía mucho que ver con las
acciones de los seres humanos”. Al comienzo de Man and Nature, Marsh escribe que “Humboldt fue un gran apóstol”.
En este sentido, Henry David
Thoreau no hubiese escrito su Walden sin
la lectura de los libros de Humboldt, especialmente Personal Narrative. En abril de 1852 escribió: “El año es un ciclo”.
Siguiendo el método de la observación llevado a la máxima expresión por
Humboldt, Thoreau se dio cuenta que “las mariposas, las flores y las aves reaparecían
cada primavera…”. Descubrir el papel de las estaciones fue fundamental para el
pensamiento de Henry David, porque le daba una estructura y por lo tanto un
propósito al clima. Una estación estaba vinculada a la otra y funcionaban en
armonía, se correspondían, para lograr el fin último: garantizar la vida.
Así mismo, John Muir fue uno de
los primeros hombres del siglo XX en despojarse del antropocentrismo y tener
una visión diferente de la naturaleza. Una visión en donde la conservación era
la base. Fue quien, junto con Thoreau, llevó al terreno político las ideas de
Humboldt del respeto al medio ambiente: “1892, Muir fundó el Sierra Club.
Concebido como una ‘asociación de defensa’ de la naturaleza, el Sierra Club es
hoy la mayor organización ecologista de base en Estados Unidos”. Muir vivió
algunas temporadas en lo que hoy es el Parque Nacional de Yosemite y fue él
quien promovió su creación y propuso que su administración debía depender del
gobierno federal y no estatal.
La invención de la naturaleza –bello y
brillante título- es un libro fundamental para conocer de fondo las
repercusiones que tienen las acciones humanas en la naturaleza. Humboldt
pensaba que a la naturaleza no aplicaba el concepto de muerte. Y que sólo el
hombre, en su intento de apropiarse del mundo y enajenado por la avaricia, el
odio y la violencia, podría inocular la muerte al ciclo vital que garantizaba
la vida, e incluso infectar las estrellas y el espacio exterior. La cadena
trófica era prueba de la renovación y la necesidad que existan todos los
eslabones para el equilibrio y la armonía y la unión y la concordia, en la
explosión vital que es la naturaleza. En este sentido, quiero creer que la
naturaleza en su inteligencia interna, en su último intento por sobrevivir,
envió a Humboldt a predicar un tipo de evangelio que –como siempre- pocos
escucharon.
En síntesis, Alexánder von
Humboldt fue, como dijo el rey Guillermo de Prusia, el “hombre más grande desde
el diluvio”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario