En el exilio voluntario y constante en el que se convirtió mi vida de hombre solitario tras abandonar el ejercicio del periodismo de hormiga "carga ladrillos" de la provincia, en el que la supervivencia es directamente proporcional al incienso que quemes desde el micrófono o el periódico, he visitado muchos lugares y he conocido de cerca muchas historias de vida, numerosas luchas en momentos en que el mundo sufre grandes transformaciones y he percibido el fanatismo irracional de los herederos de la violencia. Y he disfrutado con la genialidad de las personas de buen humor y entre ellos me he reído de mí mismo.
Muy cerca de Salento, el municipio más antiguo del Quindío, con los conos de pequeños picos de la cordillera central alzándose sobre extensos cultivos de café y aguacate, está la pequeña parcela "Kajamarca", acrónimo sonoro formado por las sílabas iniciales de los miembros de la familia Cataño Ramírez: Karina, Javier, Martha, Alberto y Carlos Andrés, una mano de inquietos creativos que la bautizaron así tan pronto terminaron las diligencias de traspaso en la notaría.
Durante casi 5 meses alterné la permanencia entre mi natal Armenia, en casa de mamá Alicia, con sus casi 99 años de sabiduría y fortaleza, y la pintoresca "Kajamarca", en donde mi sobrino Javier, solitario por esos días, se engolosinaba con el tema del café y comenzaba estudios en el SENA sobre catación, barismo, análisis fisico-químico del grano y hasta de exportación. Pero los 300 árboles del grano en la parcelita, estaban tan abandonados que parecían los de una finca de viuda.
Desde niño, el hijo menor de Martha mi hermana, mostró una hiperactividad que puso en problemas a los profesores y complicó la vida de sus papás por los reiterados escándalos con los vecinos. Su reconocida fosforescencia brilló en la palidez de las aulas escolares y cada vez con mayor certeza supimos que se trataba de un muchacho extrañamente dotado de competencias inusuales.
Desde niño, el hijo menor de Martha mi hermana, mostró una hiperactividad que puso en problemas a los profesores y complicó la vida de sus papás por los reiterados escándalos con los vecinos. Su reconocida fosforescencia brilló en la palidez de las aulas escolares y cada vez con mayor certeza supimos que se trataba de un muchacho extrañamente dotado de competencias inusuales.
Su talento precoz no reconoció títulos ni condiciones y muchas veces "encopetadas" personalidades de la academia, el gobierno, la banca, el magisterio y vecinos del barrio Yapurá, en Florencia, fueron blanco de las "putiadas" recibidas cuando llamaron por teléfono a la residencia de los Ramírez Cataño o llegaron a la puerta de la casa. La vanidad de muchas "figuras" fue pisoteada por las imprudencias de Javier, a quien cariñosamente le apostillé el apelativo "loco" que lo sigue distinguiendo.
Pasaron los años y durante su permanencia en la universidad, mantuvimos contacto permanente, tal vez porque lo vi como un complemento de mi carácter, lo que nos permitió fundirnos en una sana, productiva y deliciosa amistad, más allá de nuestro parentesco familiar. Somos dos espíritus caracterizados por la negación, sensibles a los dolores sociales, abiertos al diálogo, enamorados del debate y el análisis como herramienta ideal para la búsqueda de la verdad, pero, del mismo modo, implacables y hostiles críticos de la clase dominante y corrupta que históricamente ha sometido al pueblo colombiano.
Rebeldes instintivos a las genuflexiones, a las adoraciones y toda forma de servilismo, nos unen, además, la indisciplina, el uso permanente del lenguaje coloquial y la acrofobia, el persistente, anormal e injustificado miedo a las alturas. Asomarnos a un balcón, estar al borde de un precipicio o en un mirador elevado, nos genera altos niveles de ansiedad, agitación, zozobra y pérdida del equilibrio. Con solo mencionar ese vértigo, siento un malestar psicológico que me obliga a detener por un momento este relato.
Una tarde, al calor de un café preparado con los rituales aprendidos en su curso del SENA -calentamiento del pocillo, grados de temperatura del agua, remojo previo del filtro, la preinfusión y servida de la bebida- me refirió su dramática experiencia en Japón cuando al descender del ascensor se dio cuenta de las características transparentes del edificio.
-Sentí que me quedaba sin alma y sin fuerzas y caí sobre los hombros de mi mamá, me dijo con palabras trémulas por el recuerdo de ese episodio que estuvo a punto de malograr su paseo allá "donde nace el sol". Mi hermana Martha me confirmó anoche esa amarga experiencia con "el loco"
Por las tardes, mientras Él, a ragañadientes, les hacía mantenimiento a las plantas de moringa sembradas por su papá, Alberto "El Pato" Ramírez, Yo recolectaba los granos de café y con cierto toque de voluptuosidad regresaba a mi infancia en una finca de la vereda Golconda, del hoy próspero corregimiento "El Caimo".
Llegó hasta el pie de la loma, hizo una serie de fotos con árboles de café marcados con grandes etiquetas colgadas en sus ramas, como las que les cuelgan a los presos, semejantes a las lápidas que el uribismo le pone a los opositores de su política fascista favorecedora de la violencia. En Colombia, cuando la gente piensa distinto a ese sector político, puede quedar marcada, no solo lista para la foto sino para la muerte.
Sentados en el corredor, mientras bota corriente sobre sus aprendizajes cafeteros y da detalles de la última clase, recorremos los campos de crueldad, demagogia, corrupción, politiquería y exclusión comunes en nuestro país, nos regocijamos con los triunfos de su Nacional del alma y me pone en ridículo con las constantes humillaciones del exglorioso Deportivo Cali.
Fueron muchas las tardes que, atraído por el olor de la hierba recién cortada y en busca del perfume singular que se desprende de la baba pegajosa que suelta el grano maduro, me colgué el "coco" que sustituyó al canasto para la recolección y, entre pepa y pepa, me estremecí con los recuerdos de las páginas infantiles que llegaron impulsadas por el viento y sentí el calor de las cenizas de los años quemados. Escuché el rumor de los cuentos y los viví como un poema; sentí la música interior de aquel ensueño, me emocioné con el taladro bullicioso y colorido de un pájaro Carpintero cabecirrojo con el que pacté una cita silenciosa para verlo de cerca diariamente entre las 4 y 5 de la tarde y vi cómo los cafetos se sacudieron con el aterrizaje de las invocaciones, como un conjuro que trajo la belleza de las cosas olvidadas.
Una tarde, entre risas y desmadres, tocamos a todo el mundo, desde el presidente Santos, los grupos armados, las perspectivas de paz, la corrupción, la intolerancia, la gangrena moral que carcome al país, los vecinos de la parcela, las amigas, los proyectos para la instalación de un expendio de café en El Balcón del Quindío, hasta la familia dispersa a la que le pusimos detalles y le hicimos caracterizaciones graciosas, fastidiosas y francamente incómodas en medio de ruidosas carcajadas. Hermanos, tíos, primos, cuñados, abuelos, familiares cercanos y lejanos, pasaron por nuestras bocas sucias, como dice mamá Alicia para referirse al lenguaje coloquial.
Mencionamos historias reales e imaginarias de personajes complementarios de la actividad cafetera: del chofer y su lengauje procaz, del comprador de plátano, de la profesora de la escuela veredal, del negociante de naranja, y hasta del sacerdote que espera a los campesinos en la misa de 10 de la mañana todos los domingos.
Después del ritual y los comentarios y análisis de la taza de café que religiosamente servía al regreso del "corte", me invito a sentarme en la sala.
-Miremos fotos, me dijo.
Conectó su cámara con el televisor y empezó el desfile de imágenes. El Carpintero, la platanera en decadencia, los cafetos con sus escarapelas, el perro Teo que a pesar de haber sufrido la mutilación de sus pelotas anda más que sus congéneres con 3, la caña que limpiamos hace una semana y el terreno arado para la huerta casera.
Un madrazo y una carcajada interrumpieron el silencio de las fotos y entonces supe que, sin avisarme, "el loco" grabó muchos minutos de la charla desparpajada de la tarde durante la cual envilecimos los caracteres de quienes fueron objeto de las pullas, deformamos la imagen de amigos, hermanos, cuñados o simplemente conocidos de nuestro entorno, ridiculizamos a otros por los rasgos de su fisonomía y sobredimensionamos sus ausencias y defectos. Una charla tenazmente altanera que nos sacó muchas carcajadas, súbitamente suspendidas cuando "el loco" detuvo la grabación y me dijo
-Voy a poner este video en mi cuenta de facebook
Ese anuncio sonó como una fanfarria desesperada y entonces imaginé no solo el escándalo derivado de nuestras ligerezas, sino la tristeza tormentosa de los destinatarios al verse retratados con tanta bajeza.
-Ni se le ocurra, le grité. Eso podría desatar hasta una ola de violencia intrafamiliar. Ya me imagino los rugidos de Fulano, mengano, perano y zutano...
No hemos tenido secretos y durante esos meses soñamos con la puesta en marcha de su venta y exportación de café, también tuvimos ideas tormentosas y hablamos muchas veces de la fatalidad del amor y la pasión. Nos conmovimos con la suerte de Colombia, en manos de una "dirigencia" corrupta y un Estado injusto que lucha contra la violencia sin eliminar las causas que la generan. Y una izquierda atomizada que no ha podido demostrar su capacidad para administrar, cuyos dirigentes han caído en los mismos vicios de la derecha.
En "Kajamarca" tuve sueños y deseos imprecisos interrumpidos por el sol del medio día que me mostró la colina iluminada y los cultivos de pino, al otro lado, alineados en filas simétricas.
Y ante el avance inapelable de la tarde de la vida, me aferré a esos momentos, percibí el cafetal como mi entorno natural, sentí que un
rocío de ternuras caía sobre mi y reviví las primeras caricias y besos que me dio una prima mayorcita debajo de un frondoso árbol de café arábigo en una finca de Ulloa, Valle.
En la querida parcela quedó mi sobrino, con su magnetismo y su mirada inquieta, en busca de la materialización de su proyecto cafetero y desde la capital americana. tomando café de la cosecha Kajamarca con mis hermanas Martha y Liliana, y Karina, la hermana del "loco", le hablo casi todos los días para reiterarle que un poco de impertinencia en la vida es un don de las almas exquisitas.
Rebeldes instintivos a las genuflexiones, a las adoraciones y toda forma de servilismo, nos unen, además, la indisciplina, el uso permanente del lenguaje coloquial y la acrofobia, el persistente, anormal e injustificado miedo a las alturas. Asomarnos a un balcón, estar al borde de un precipicio o en un mirador elevado, nos genera altos niveles de ansiedad, agitación, zozobra y pérdida del equilibrio. Con solo mencionar ese vértigo, siento un malestar psicológico que me obliga a detener por un momento este relato.
Una tarde, al calor de un café preparado con los rituales aprendidos en su curso del SENA -calentamiento del pocillo, grados de temperatura del agua, remojo previo del filtro, la preinfusión y servida de la bebida- me refirió su dramática experiencia en Japón cuando al descender del ascensor se dio cuenta de las características transparentes del edificio.
-Sentí que me quedaba sin alma y sin fuerzas y caí sobre los hombros de mi mamá, me dijo con palabras trémulas por el recuerdo de ese episodio que estuvo a punto de malograr su paseo allá "donde nace el sol". Mi hermana Martha me confirmó anoche esa amarga experiencia con "el loco"
Por las tardes, mientras Él, a ragañadientes, les hacía mantenimiento a las plantas de moringa sembradas por su papá, Alberto "El Pato" Ramírez, Yo recolectaba los granos de café y con cierto toque de voluptuosidad regresaba a mi infancia en una finca de la vereda Golconda, del hoy próspero corregimiento "El Caimo".
Solitario en el surco, con el sabor dulce de una pepa de café, hacía
una feliz regresión.
una feliz regresión.
Cuando la noche empezaba a extender sus alas sobre los guaduales, guamos, plataneras y palos de café arábigo, mi mamá Alicia nos llamaba a la mesa larga, de tablas, en donde media hora antes habían comido 25 recolectores de café y en medio de la frijolada hacía una corta oración de agradecimiento por “el pan de este día”.
En verano, el sol se escondía entre una llamarada y desde la finca, se observaban las luces intermitentes de Armenia. En el horizonte se perfilaban las siluetas del alto de la línea. Un tinto humeante unía al grupo antes de las 8, en un ritual inaplazable, mientras una a una aparecían las estrellas como mariposas gigantes. Y, uno a uno, los labriegos iban soltando apuntes de su cotidianidad, reciente o lejana, de sus encuentros amorosos, de sus afanes en el surco, del drama de la jornada, de los “galones” de café recolectados; de la penuria para traerlos hasta la tolva, del chocolate derramado, del filo de su machete, del sombrero roto, de la culebra, del gusano “pollo” que los pringó; de la arepa quemada, del caballo colorado, de la enjalma rota, de la muchacha de la cocina que todos los días le echaba dos carnes al desayuno; del encuentro con los guatines o guaras del Huila y Caquetá. Los más imaginativos mencionaban las peleas con el tigrillo y la danta y los más pequeños gozábamos con esas historias.
Con apenas 7 años, descubrí, entonces, que todos tenemos una historia para contar y quedé marcado por ese ensueño infantil con los relatos, con la tradición oral, con las "películas" de la gente.
Con frases insolenes y provocativas, Javier me sacó muchas veces de la infancia y me devolvió a la realidad.
-Hola, Tío, estás pensando cómo pedirle cacao a Inés para que te deje volver a Solano, me gritó desde un aguacate enfermo y desnudo.Con apenas 7 años, descubrí, entonces, que todos tenemos una historia para contar y quedé marcado por ese ensueño infantil con los relatos, con la tradición oral, con las "películas" de la gente.
Con frases insolenes y provocativas, Javier me sacó muchas veces de la infancia y me devolvió a la realidad.
Llegó hasta el pie de la loma, hizo una serie de fotos con árboles de café marcados con grandes etiquetas colgadas en sus ramas, como las que les cuelgan a los presos, semejantes a las lápidas que el uribismo le pone a los opositores de su política fascista favorecedora de la violencia. En Colombia, cuando la gente piensa distinto a ese sector político, puede quedar marcada, no solo lista para la foto sino para la muerte.
Sentados en el corredor, mientras bota corriente sobre sus aprendizajes cafeteros y da detalles de la última clase, recorremos los campos de crueldad, demagogia, corrupción, politiquería y exclusión comunes en nuestro país, nos regocijamos con los triunfos de su Nacional del alma y me pone en ridículo con las constantes humillaciones del exglorioso Deportivo Cali.
Fueron muchas las tardes que, atraído por el olor de la hierba recién cortada y en busca del perfume singular que se desprende de la baba pegajosa que suelta el grano maduro, me colgué el "coco" que sustituyó al canasto para la recolección y, entre pepa y pepa, me estremecí con los recuerdos de las páginas infantiles que llegaron impulsadas por el viento y sentí el calor de las cenizas de los años quemados. Escuché el rumor de los cuentos y los viví como un poema; sentí la música interior de aquel ensueño, me emocioné con el taladro bullicioso y colorido de un pájaro Carpintero cabecirrojo con el que pacté una cita silenciosa para verlo de cerca diariamente entre las 4 y 5 de la tarde y vi cómo los cafetos se sacudieron con el aterrizaje de las invocaciones, como un conjuro que trajo la belleza de las cosas olvidadas.
Una tarde, entre risas y desmadres, tocamos a todo el mundo, desde el presidente Santos, los grupos armados, las perspectivas de paz, la corrupción, la intolerancia, la gangrena moral que carcome al país, los vecinos de la parcela, las amigas, los proyectos para la instalación de un expendio de café en El Balcón del Quindío, hasta la familia dispersa a la que le pusimos detalles y le hicimos caracterizaciones graciosas, fastidiosas y francamente incómodas en medio de ruidosas carcajadas. Hermanos, tíos, primos, cuñados, abuelos, familiares cercanos y lejanos, pasaron por nuestras bocas sucias, como dice mamá Alicia para referirse al lenguaje coloquial.
Mencionamos historias reales e imaginarias de personajes complementarios de la actividad cafetera: del chofer y su lengauje procaz, del comprador de plátano, de la profesora de la escuela veredal, del negociante de naranja, y hasta del sacerdote que espera a los campesinos en la misa de 10 de la mañana todos los domingos.
Después del ritual y los comentarios y análisis de la taza de café que religiosamente servía al regreso del "corte", me invito a sentarme en la sala.
-Miremos fotos, me dijo.
Conectó su cámara con el televisor y empezó el desfile de imágenes. El Carpintero, la platanera en decadencia, los cafetos con sus escarapelas, el perro Teo que a pesar de haber sufrido la mutilación de sus pelotas anda más que sus congéneres con 3, la caña que limpiamos hace una semana y el terreno arado para la huerta casera.
Un madrazo y una carcajada interrumpieron el silencio de las fotos y entonces supe que, sin avisarme, "el loco" grabó muchos minutos de la charla desparpajada de la tarde durante la cual envilecimos los caracteres de quienes fueron objeto de las pullas, deformamos la imagen de amigos, hermanos, cuñados o simplemente conocidos de nuestro entorno, ridiculizamos a otros por los rasgos de su fisonomía y sobredimensionamos sus ausencias y defectos. Una charla tenazmente altanera que nos sacó muchas carcajadas, súbitamente suspendidas cuando "el loco" detuvo la grabación y me dijo
-Voy a poner este video en mi cuenta de facebook
Ese anuncio sonó como una fanfarria desesperada y entonces imaginé no solo el escándalo derivado de nuestras ligerezas, sino la tristeza tormentosa de los destinatarios al verse retratados con tanta bajeza.
-Ni se le ocurra, le grité. Eso podría desatar hasta una ola de violencia intrafamiliar. Ya me imagino los rugidos de Fulano, mengano, perano y zutano...
No hemos tenido secretos y durante esos meses soñamos con la puesta en marcha de su venta y exportación de café, también tuvimos ideas tormentosas y hablamos muchas veces de la fatalidad del amor y la pasión. Nos conmovimos con la suerte de Colombia, en manos de una "dirigencia" corrupta y un Estado injusto que lucha contra la violencia sin eliminar las causas que la generan. Y una izquierda atomizada que no ha podido demostrar su capacidad para administrar, cuyos dirigentes han caído en los mismos vicios de la derecha.
Y ante el avance inapelable de la tarde de la vida, me aferré a esos momentos, percibí el cafetal como mi entorno natural, sentí que un
rocío de ternuras caía sobre mi y reviví las primeras caricias y besos que me dio una prima mayorcita debajo de un frondoso árbol de café arábigo en una finca de Ulloa, Valle.
En la querida parcela quedó mi sobrino, con su magnetismo y su mirada inquieta, en busca de la materialización de su proyecto cafetero y desde la capital americana. tomando café de la cosecha Kajamarca con mis hermanas Martha y Liliana, y Karina, la hermana del "loco", le hablo casi todos los días para reiterarle que un poco de impertinencia en la vida es un don de las almas exquisitas.
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ResponderEliminarLink de la nota LA PRECOCIDAD, GRACIA Y ENCANTO DE MI SOBRINO, “EL LOCO”, JAVIER
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