sábado, 23 de abril de 2016

Día del Idioma: Los únicos diálogos posibles sin las palabras son la guerra, el amor y la muerte

"El ingenioso Don Quijote de la Mancha es la primera y mejor de todas las novelas, es la verdadera biblia y nuestro señor don Quijote, el auténtico Cristo": Miguel de Unamuno


La Palabra es el molde en el que vaciamos las ideas. Un molde mágico y sonoro, es el verboducto para transportar los pensamientos libertarios o esclavos; valientes o cobardes; alegres o tristes, porque la palabra lo abarca todo, contiene todo, hasta la posibilidad de viajar por fuera del planeta y la de sobrevivir después de la muerte.
La Palabra puede ser mentirosa o verdadera, luminosa u oscura, inmunda o armoniosa, en prosa o en verso. La Palabra construye, destruye, puede ser el cántico de un pájaro o el rugido de un león.Puede ser ciencia o ficción, voluptuosa, apasionada o imperturbable, mito,leyenda o realidad.
La Palabra sale de las manos y la boca de Rubén Dario, de Vìctor Hugo, del obrero, del embolador; de García Márquez, de Vargas Llosa; de la señora de la tienda, de la secretaria; de Ramón del Valle Inclán, de D`Annuncio; del vendedor de comistrajos, de la puta esquinera; de Maeterlink, de Fernando Vallejo, del ladrón, del político, del corrupto –que es el mismo-; del niño de brazos, del anciano, de la niña y hasta del bobo del pueblo.

La palabra puede ser ambigua o clara, derrotada o gloriosa, envidiosa, rencorosa, guerrera, pacífica, mínima,infinita, dogmática, dialéctica, atea, religiosa, amarilla, azul, verde, roja,sanguinaria, tranquila, dulce, agria o lo que queramos, la Palabra es todo, la Palabra es la vida.
El silencio, que es su antípoda,es el cómplice del crimen y el engaño porque es a la sombra del silencio que prospera el mal. Y cuando ese silencio proviene de quienes tenemos  la capacidad para interpretar los símbolos de la realidad, es un crimen cometido con alevosía  contra la humanidad entera.
El único silencio justificable es el provocado por la parca, es el silencio inmaculado de la eternidad, cuando comienza la inmortalidad de lo que dijimos y escribimos antes de ingresar al seno de las tinieblas. El diálogo silencioso y perpetuo con lo desconocido, sin rodilleras, sin azote, sin conveniencias, sin “engrases”, sin amigos, sin enemigos. La muerte es, por eso, la Libertad absoluta y como no la amamos, nos pasamos la vida combatiendo contra la parca.
La Palabra es todo y no hay nada contra ella. La palabra es como el fiambre para el paseo hacia lo desconocido,hacia la fantasía. La Palabra también es rebelde, es superior a las normas que quieren gobernarla y definirla.
Pero solo en las manos y en la boca de un artista, la Palabra es bella y elocuente. Y en los hombres libres, la Palabra es reveladora, apasionada, solidaria y gloriosa.
Pero, del mismo modo, la Palabra debe ser un acto que convenza, un ejemplo que fecunde. Nuestras palabras siempre deben corresponder con lo que pensamos y lo que hacemos siempre debe coincidir con lo que decimos. De lo contrario, nuestra Palabra sería tan traidora como el silencio cómplice.
En medio de los avances, los trabajadores de la palabra debemos mantener el grito de alerta aunque seamos derrotados, aunque caigamos salpicados de sangre porque el silencio y la indiferencia son crímenes contra la verdad, porque son más nocivos que la violencia y la corrupción.
Porque, al fin y al cabo, los únicos diálogos posibles sin las palabras son la guerra, el amor y, naturalmente, el tétrico encuentro con la parca.
Somos hombres de palabra, ¡HAGÁSMOSLA CUMPLIR!!!!



viernes, 22 de abril de 2016

Parque Nacional Simón Bolívar, una belleza para la autocontemplación


En una calurosa mañana dominical, con un cielo azul y limpio, como recién lavado, metido en el bullicio de la congestión bogotana, me invitaron con entusiasmo al parque  metropolitano como parte de una actividad que para los bogotanos es casi una rutina de los fines de semana. Con entusiasmo, dije, porque para los rolos este megaescenario de vida ya es un componente esencial de su vida y uno de los cientos de atractivos que tiene su gigantesca nevera.
Entre el bullicio inmenso de la congestión y la incomodidad de los empujones, los lamentos infantiles y los gritos de los vendedores, llegamos a la entrada del parque, como la de un bocachico, por su desproporción con la magnitud del conjunto. Encaminados por uno de los tantos senderos y refugiados en la sombra cariñosa de decenas de arbustos, cuyas ramas ondulantes nos dieron la bienvenida,  la perspectiva verdinegra y casi infinita me estremeció favorablemente y me confundió por momentos con una visión misteriosa porque el silencio a la distancia, matizado por cascadas de luz que caen como ráfagas, me invadieron como caricias sensuales.
El lago distante con sus ondas rizadas e irisadas, bajo la irradiación del medio día, cortó el horizonte a mi derecha y como en una nueva confusión majestuosa de la realidad, miré a miles, a cientos de miles de personas en sus alrededores y vi el templete, inaugurado con motivo de la visita papal de 1968, que sirvió como referencia histórica para el comienzo del parque.
Huyendo de sus dolores e infortunios en la gran mole de cemento, la gente del común acude masivamente a este escenario para encontrarse con su propia vida en medio de la tranquilidad ensoñadora de la naturaleza, para decirse cosas dulces en el mutismo del bosque, para gritar vertiginosamente sus triunfos, para ejercitar sus condiciones físicas, para abrazarse, para congraciarse, para discutir entre el espejismo de los eucaliptos, para leer, para hacer estrofas, para tenderse a las caricias y a los besos, para sentir el aire puro que llega desde todas las direcciones.
Libres de los ruidos de las calles, los concurrentes caminan, trotan, corren, gritan, juegan o simplemente admiran la frescura que sopla enérgica en cada metro de sus 113 hectáreas, en un verdadero festival del espíritu. Muchos paseantes aspiran larga, apasionadamente, y saltan en un esfuerzo notorio para no perderse el soplo fuerte y vivificante que atraviesa el parque.
Los niños se entretienen con sus carritos, juegan pelota, corren hacia todos lados, montan en sus bicicletas y se divierten en un espacio sin límites, como en un sueño y por momentos se pierden de la vista de sus padres que los buscan ansiosos entre miles de concurrentes desconocidos. Algunos se sienten aplastados por el dolor de una pérdida en la desgarradura de la multitud y otros se congratulan con la reaparición entusiasta de los suyos.

El colectivo se apropió de este espacio colosal y lo cuida, se diría que lo acaricia. Vi enmudecer de enojo a muchas personas cuando un asistente lanzó al piso la envoltura de un confite en uno de los prados alejado de los senderos y gracias a esa vigilancia recíproca el campo permanece limpio a pesar de las grandes extensiones y del elevado número de visitantes.
Las mentiras de la vida moderna, las pérfidas conductas de nuestros políticos y gobernantes, las desigualdades profundas en muchos campos, la frustrada fraternidad, la esterilidad de las luchas, la corrupción, la violencia, en fin, el espectáculo de vergüenza y de oprobio que se ofrece como pan de cada día- a falta de pan- en los medios de comunicación, desaparecen ante el frondoso apaciguamiento, ante la belleza beatífica del paisaje y ante el espíritu cordial que se apodera de la gente en el parque.
Acostado a lo largo sobre la grama del potrero, tranquilo y alegre por estos momentos de esparcimiento, mirando el contraste entre la quietud de la llanura y la movilidad compulsiva de la gente, y gozando del azul infinito por las claridades  de los follajes,  soñé con una mujer a mi lado para completar la solemnidad de ese momento.
Al comprender que la fatalidad de mi destino no me permite esas licencias, esas consolaciones, me levanté bruscamente y me dirigí a la puerta de salida con un semblante huraño, con la desolación del vencimiento del amor y la desesperanza, con ojos dolorosos, igualmente en contraste con las visiones sobresaltadas y tiernas inspiradas al ingreso, en la mañana.
Estreché los brazos de mis hermanas con especial gravedad y las invité a salir del complejo de recreación, después de comernos una torta de yuca que llevamos como fiambre para el paseo dominical.
Nos enrumbamos por un sendero que aumentó progresivamente su congestión al acercarse la hora del cierre del complejo, a tiempo que crecía el florecimiento de la belleza vespertina con el sol oblicuo y el aumento del canto de los pájaros y el aleteo de las palomas y golondrinas. Era su saludo a la noche que venía.
Embriagado de delicias y sin unos labios para sellar tanta belleza, me metí en un taxi y entonces pensé que la calma del bosque me había mostrado el anochecer de mi alma y el marchitamiento de mis ideales, llavecitas.

martes, 12 de abril de 2016

Ultraje a la memoria de un artista glorioso del cancionero popular: Noel Ramírez


Este 11 de abril se cumplieron 95 años del nacimiento de Noel Ramírez, una de las estrellas más brillantes de la música popular colombiana y quien, con su amigo Obdulio Arias, convirtió el tema "La nieve de los años" en el himno de de las borracheras y serenatas amorosas.
Esta nota, la escribí hace 3 años especialmente para La Crónica del Quindío, 4 meses después de la muerte del artista, oriundo de Circasia, Quindío.

De espaldas a la vida, después de muchos triunfos y ovaciones, cuando ya no esperaba nada, solo, enfermo y abandonado, Noel Ramírez Londoño, una de las estrellas más brillantes de la música popular, entró en una etapa superior a la desesperación: la desesperanza, que es como la renunciación a la lucha, a la vida.
Su amigo del alma, el autor y compositor quindiano Jorge Eliécer Gaviria, quien lo acompañó solidariamente durante los últimos años y conoció de cerca las penurias de Noel para sobrevivir en medio de las dificultades económicas, entre la crueldad del olvido, la ingratitud y el irrespeto, en una especie de destierro voluntario, nos acompañó, con llanto, nostalgia y enojo, en un recorrido por las huellas del Maestro.
De las fiestas de vecinos, que amenizaba en dúo con una de sus hermanas, cuando apenas tenía 14 años, Noel saltó a escenarios internacionales, principalmente en Estados Unidos y Panamá, tras muchas presentaciones en vivo en los radioteatros de las principales emisoras y con cientos de temas grabados en los sellos más famosos, acompañado por las mejores orquestas, entre ellas Los Caballeros del tango, de Raúl Garcés.
Con su hermana Aura, con quien empezó a cantar cuando tenía 14 años

Cantó como solista y con muchos artistas, comenzando con Alfonso Arroyo, en Pereira; con Nano Molina y Renán Salazar en el trío Grancolomiano, pero sus mayores éxitos y los temas más recordados los interpretó con su amigo, Obdulio Arias, con quien conformó el legendario dúo Ramírez y Arias, cuya impronta es "La Nieve de los Años"…se está poniendo blanca mi cabellera…
“Cuando volví al Quindío, en 1993, vi en Noel no solo su alma solitaria, vi el alma de la humanidad y en ella toda la miseria y la ingratitud en su terrible desnudez”, declaró Jorge Gaviria en su casa de Circasia cuando le pedimos su compañía para revivir los últimos años del artista, hijo de ese municipio. Su declaración fue un anticipo de las denuncias sobre la indolencia oficial frente a los artistas, específicamente del gobierno local que desatendió reiteradas peticiones de apoyo material para Noel.
Las almas que un día fueron aprisionadas por las canciones que interpretó Noel Ramírez como vocalista, en dúo con Obdulio Arias y con el trío Grancolombiano, están en el abismo de la eternidad o todavía tienen heridos sus corazones porque el fantasma del olvido extendió sus alas sobre estas glorias emblemáticas del folclor nacional.
Aunque la muerte es para los artistas el comienzo de su inmortalidad, por sus creaciones, su decadencia física es el comienzo del olvido, que los golpea y acelera sus dolores en los años previos a su partida. Los hombres meritorios, cuya vida ha sido como un poema heroico, merecen un reconocimiento de sus batallas, en vida, como consuelo, que les llegue al fondo de sus corazones en el atardecer de sus vidas, como un acto de admiración y de respeto.
La vida de los hombre especiales es el sueño de muchas cosas y la obligación social debe ser, entonces, ayudarles a su realización. Es el caso de Noel, como el de muchos otros artistas, que se vieron obligados a entrar en el silencio previo a la muerte sin satisfacer sus necesidades fundamentales, por causa de la indiferencia oficial.
¿Para qué los homenajes póstumos? ¿Para qué las rosas de perfume perturbador en la tumba de un ser querido? ¿Para hacer menos triste nuestro sentimiento de culpa por las ingratitudes? ¿Un paliativo placebo o simplemente una absurda costumbre social?.
Jorge Gaviria recordó con ira y tristeza que le pidió al alcalde de Circasia, Gemay Adolfo Arias Mora un apoyo material para Noel Ramírez, cuando apenas comenzaba su campaña electoral y, como la mayoría de los políticos, dijo que sí, pero no. 
Caído sobre las ruinas de sus ideales, conversando con su amigo Humberto Díaz y su compañera durante 40 años, Rosalina Bermúdez, fumándose el último cigarrillo, el artista circasiano murió en Pereira y sus cenizas no han llegado a su tierra natal, como fue su deseo, porque el candidato promesero no ha tenido la voluntad política para trasladarlas desde Medellín. Porque en el fondo de muchas fraternidades políticas siempre vive un Caín, que promete y consuela con su boca, mientras sostiene en su mano la carraca del burro.
“Noel murió en diciembre pasado”, dijo Jorge Gaviria, “pero solo hasta hoy un medio de comunicación del Quindío lo quiere recordar porque no era un artista rock del extranjero” y  lamentó que la radio, los periódicos y la televisión no le den la importancia que merece mucha gente de la región.
Cuando Noel interpretaba el tema “Soy colombiano”, siempre cambiaba el remate:  “me siento orgulloso de ser circasiano…cantaba, como expresión del apego y el amor por su natal municipio que algún día lo tendrá en el osario local, para admiración y ejemplo de las nuevas generaciones.
La tristeza es –o era?- el alma de las canciones y es ella la que las hace sensibles y elocuentes. No hay nada, pero nada, más bello que una pena convertida de manera inmortal en un verso. Sin embargo, muchos dejamos marchitar esa belleza al caer en las manos brutales e insensibles de la tecnología que nos deshumaniza y, como en el caso de Noel, nos quedamos con las rosas caducas del olvido y de la ingratitud.

lunes, 11 de abril de 2016

¡¡Hasta luego, tío Eduardo¡¡


Dos actitudes del tío Eduardo me revelaron la grandeza de su alma: El inconformismo, que lo mantuvo siempre en la lucha sindical como obrero de "La Garantía", y su afición por el deporte, principalmente por el fútbol.
Inquieto activista al interior de la empresa textilera, no se dejó seducir por la burocracia y a pesar de su constante preparación en las tareas de la lucha popular, siempre fue un obrero de la base que, sufriendo como todos los asalariados, en medio de las privaciones, llevó el pan a su casa con el que alimentó a su madre, mi abuela Felisa, y a sus dos hermanas solteras.
Me parece verlo sobre su bicicleta "Philips" negra, con farola, parrilla y corneta, siempre sonriente, en la que algunas veces me llevó desde el barrio La Independencia hasta el paso a nivel del ferrocarril del barrio Cristóbal Colón, en donde funcionaba "el paradero" o terminal de los buses de la empresa Verde Bretaña. A mis 7 años, su simpatía me marcó como un símbolo de la armonía familiar, de la convivencia y de la capacidad de trabajo que siempre vi entre las personas mayores de mi entorno, como mi papá Jesusma, mamá Alicia y todos mis tíos, maternos y paternos.

Bajándome de la bicicleta para iniciar el regreso a casa, siempre sentí el encanto de lo desconocido y durante mi recorrido empecé a percibir como una floración de sueños, eso que pasa por el alma en ondas secretas que uno no pude identificar. Y ese fue el atractivo de mis viajes cortos en la parrilla de la "cicla" del tío.
Siempre radiante a pesar de las dificultades e injusticias, un domingo me negó una vuelta por el barrio en la parrilla de la bicicleta.
-No llores, "tocayo" -así me llamaron de niño- hoy tengo una invitación mejor, que te va a gustar más que la montada en la cicla.
-Nos vamos para el Pascual Guerrero, hoy es el clásico, juegan América y deportivo Cali, me dijo.
La policromía de la ciudad y sus edificios de 10 pisos me encantaron y mientras avanzamos en el bus de la empresa "Azul Crema", pensé que Cali era algo así como un imperio de la belleza.
Me puso en una fila de niños, en la tribuna de "gorriones" (otra especie en vía de extinción) y me dijo que allí mismo nos encontraríamos al término del partido.
La belleza arquitectónica y de las avenidas pasó a segundo plano ante la vibración difusa y opulenta en el interior del estadio repleto. La estructura tembló -como tiemblan mis recuerdos hoy- cuando saltaron los equipos a la cancha. Y mi espíritu vibró espontáneamente como tocado por un poema cuando el equipo de uniforme verde saludó al público. Fue mi primer encuentro tembloroso con el deportivo Cali que hoy, 58 años después, brilla con la tristeza de una lámpara votiva a punto de apagarse.
Entonces, mi tío Eduardo fue quien me metió en la pasión del fútbol cuando apenas era un niño,  una esperanza de hombre contaminado prematuramente con la pelota, con el genio en las piernas que dibujaba poemas en las canchas y potreros para despertar ese extraño sentimiento llamado Gol.

Amante de los tangos y los boleros, recuerdo que fue un enamorado de la música del "jefe" Daniel Santos y, aunque de manera difusa, veo sus gestos de desengaño por los ensueños desvanecidos con una de sus amigas. Sentimental y enamorado, fue Él quien me puso a leer a María, de Jorge Isaac, con la que tuve las primeras noches estremecidas por el presentimiento del amor.
Durante años ocultó su relación con Margarita, amante y esposa, por temor a las "cantaletas" de desaprobación de la mamá Felisa, como siempre llamamos a su madre, nuestra abuela. Su cristianismo radical no consentía una vida de pareja por fuera del matrimonio y el tío se había enamorado perdidamente de su novia hasta "poseerla" como decían entonces. Fue como un nido guardado entre los pastizales.
El día que decidieron sacar el nido más allá de los jardines, una horrible coincidencia los puso en evidencia. Viajaron en tren hasta Armenia, en donde reventaron la yema cálida de su luna de miel, pero cuando regresaban por la misma vía férrea, con sus almas todavía perfumadas, quedaron semiparalizados al ver cómo la mamá Felisa y Ana Elia, su hermana, subieron al mismo vagón en el que viajaban en estado placentero de exaltación emocional.
Esa tempestad del corazón se transformó, increíblemente, en en un alivio y en un consuelo para la adversidad porque en adelante la familia consintió esa relación que se prolongó por toda la vida del tío Eduardo.

Su mayor frustración, como luchador sindical fue, quizás, cuando la manguala histórica del Estado con los patronos, produjo el cierre autorizado de "La Garantía", después de aprobarse su petición para acogerse a la ley de quiebra, con lo cual quedó "legalizado" el despido de todos sus trabajadores.
Tres años después de mi primer partido en el estadio, Jairo Orozco Espinosa, mi primo, llegó también al Pacual Guerrero  y entonces la camiseta verde y blanca del deportivo Cali se mezcló con la de esos niños precoces que de manera simultánea empezaron a maniobrar con audacia las pelotas de caucho y los balones de trapo en las canchas espontáneas del barrio La independencia, de la sultana del Valle, todas las tardes, con el tío Eduardo y con unos muchachos de apellido Girón, si la memoria no me falla.
Del mismo modo, Montoyita o Chespirito -como se reconoce a Jairo en círculos de la radio en Florencia y en Armenia- fue mi cómplice para las trampas que hicimos en la puerta de gorriones del Pascual cuando, ya creciditos, no cupimos por eso roto habilitado para el ingreso gratuito de los niños. Los artificios fueron descubiertos un triste domingo por los tombos que vigilaban la entrada para el clásico con el ABérica. Cuando intenté recogerme, sentí un bolillazo en la espalda que me hizo ver de manera anticipada las chispas de los diablos que no pude ver en el campo de juego. Montoyita, un poco menor en edad y estatura, coronó la entrada. Domingo triste porque el verde perdió y me tocó esperar, entre lágrimas, en las afueras del estadio.
Cuántos años han pasado y siento la fuerza de aquellas escenas, empujadas por la memoria del tío que fue sorprendido por la parca cuando tomaba su desayuno.
-Con la noticia de tu muerte, sentí que un puñal se clavó en mi niñez feliz, y vi los últimos resplandores de mi infancia apagándose para siempre, tío Eduardo.
-Anoche me dormí soñando con vos, tío, con tu bacanería y también con la desgracia del deportivo Cali.
¡¡Hasta luego, tio!!, ya me falta poco tiempo para alcanzarte, para recoger la mitad de mi corazón inocente que te has llevado.