Mi alma se rejuveneció con esa visión de la mañana de mi vida en la que un grupo de muchachos rebeldes nos llenamos de ilusiones y pensamos que podíamos cambiar el cacicazgo por la participación política de la gente en las decisiones que la afectan y hasta pensamos en que nos alcanzaba para participar en una revolución que cambiara la opresión y explotación por por la justicia social.
Fue una noche emocionante en la que, entre lágrimas y anécdotas, revivimos sueños, desengaños, romances. sombras, fantasmas, y vimos, del mismo modo, el horror de las torturas, las desapariciones. la muerte y los besos de los difuntos, en un verdadero cementerio de recuerdos.
Vimos, asimismo. la gran contradicción entre los deseos, los anhelos y las condiciones objetivas de la lucha desigual, que marcó un proceso de ruptura y frustración que, a su vez, desembocó en la infelicidad y en la persistencia de la búsqueda del dolor antes que el placer. Llegamos al punto de que sufrimos para sentirnos vivos, para creer que hacíamos lo justo.
Cuando Raquel Elisa -la viuda de Henry Millán- me abrazó al terminar mi intervención en el acto, vi en la humedad de sus ojos la huella imborrable de la violencia hijueputa que nos atormenta y recordé aquel día estremecido de 1993 cuando a la oficina de prensa de la gobernación del Caquetá llegó la noticia de su asesinato, así como la carrera que hice con Luis Angel Sánchez para ver el cadáver, todavía tibio, del dirigente, del amigo, del compañero. Vi, impotente, la tristeza y la ira por el ultraje de la memoria de uno de los más caracterizados dirigentes de izquierda que tuvo el Caquetá.
Cuando Raquel Elisa -la viuda de Henry Millán- me abrazó al terminar mi intervención en el acto, vi en la humedad de sus ojos la huella imborrable de la violencia hijueputa que nos atormenta y recordé aquel día estremecido de 1993 cuando a la oficina de prensa de la gobernación del Caquetá llegó la noticia de su asesinato, así como la carrera que hice con Luis Angel Sánchez para ver el cadáver, todavía tibio, del dirigente, del amigo, del compañero. Vi, impotente, la tristeza y la ira por el ultraje de la memoria de uno de los más caracterizados dirigentes de izquierda que tuvo el Caquetá.
Era el comienzo de la degeneración de las disputas ideológicas y la utilización de la fuerza para eliminar al contradictor, de la intolerancia y la incapacidad argumentativa para defender un punto de vista.
Y vi a Angela, otra de las viudas que nos dejó la guerra en la que participamos con honestidad. De su tristeza surgió la carcajada sonora, parecida la de Javier, como un homenaje permanente al compañero, quien en medio de risas, confiesa, en el libro de Pulecio, cómo lo mataron.
Vi a muchas víctimas viejas y de ahora, con sus problemas morales y materiales, con su ira contenida, condenadas a vivir con su dolor y sin la verdad de lo que pasó entonces. En sus vidas, vivir con el dolor es un deber.
Misael Perilla, Fabio Espinosa, la esposa e hijos de Fabio Sanchez, el hijo del "cojo" Pastrana, los familiares de Rodrigo Pérez y hasta allegados de Conrado Marín, están en la lista de quienes la voz de sus familiares y allegados muertos resuena en sus oídos cada día, al levantarse.
La presentación de "Amor y Guerra en el Amazonas" fue mucho más que un acto académico, fue un autohomenaje que nos hicimos con todas las rosas del jardín de los recuerdos, iluminado con las luces de las victorias que tuvimos, aunque opacado momentáneamente por las humillaciones y por la muerte. Y, además, acompañado por la visión quimérica que nos deja un proceso de paz en el que dos de los tantos agentes de violencia intentan llegar a un acuerdo.
Y, aquí en este punto, recuerdo que uno de los asistentes al acto me habló de su pesimismo porque, me dijo, "para garantizar el éxito de un proceso de paz es necesario involucrar a todos los protagonistas de la violencia, como los paras, los corruptos y la oligarquía".
La corrupción, efectivamente, es generadora de violencia pues un campesino que pierde a su hijo mordido por una serpiente, ante la falta de suero anti-ofídico en un lejano centro de salud, incrementa su antipatía, desarrolla odio contra el Estado y sus agentes, y se convierte en un elemento proclive para la violencia.
Pero no existe un compromiso mediante el cual los corruptos cesen su voracidad, como tampoco existe una actitud que le permita a la gente visualizar acciones en favor de la justicia social.
También nos reímos con las anécdotas de la cotidianidad y recordamos con placer los momentos en los que, como dice el libro de Pulecio, comíamos pan blandito y tomábamos coca-cola. Y hasta se los pedíamos a las compañeras.
Los mismos síntomas experimentamos en Ibagué, en donde también la colonia caqueteña asistió a la presentación del libro de Pulecio. "Toño" Marín y Nohora Huertas, comandaron la "gallada" que llegó a la universidad del Tolima para conocer la obra del exsecretario de educación del Caquetá.
Desde la mesa donde nos instalamos los comentaristas de la obra de Pulecio y durante el coctel posterior, me distraje por momentos, extraído por una reflexión: la violencia es triste y dolorosa de sufrir, pero también es muy dolorosa de contemplar.
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