- Doctor, vengo a que me baje la potencia
sexual....
- Pero abuelo, si a su edad la potencia sexual solo se tiene en la
cabeza....
- Por eso, por eso quiero que me la baje!
Experimentando temores, principalmente
asociados a la búsqueda de una vejez menos traumática, con buena salud y en
pleno uso de mis capacidades, este cumpleaños me puso en la ventana por donde se
miran los cambios y el deterioro que afectan las condiciones sensoriales. En
nuestro medio, la vejez no es un proceso natural, sino provocado por los
sufrimientos derivados de la violencia, la inequidad, las privaciones, las
discriminaciones y las injusticias. Y en mi caso, disfrutada por la dulce indisciplina.
En Colombia, el envejecimiento es más cruel que la misma muerte y un alto porcentaje
de los ancianos no piensa sino en morirse.
Cuando ya ingresamos por el pórtico de
la vejez, por donde entramos a los jardines apacibles de nuestros últimos años,
miramos con satisfacción aquellos tiempos cuando apenas cultivábamos nuestras
ambiciones...todos los días son válidos para rememorar nuestra juventud, aquellos
días cuando nos preparábamos para las batallas que ya ganamos...o que perdimos
Y para alejarme de la lista de señales
de advertencia de la enfermedad de Alzheimer y otros tipos de demencia, hice un
recorrido por episodios notables de mi muy lejana infancia.
* La felicidad inocente que sentí
aquel ya muy remoto día cuando mi hermano Néstor me obsequió un juego de
cuchara, tenedor y cuchillo con motivo de mi quinto cumpleaños. Ese día escuché
por primera vez la palabra trinche y muchos años después, en el departamento
del Caquetá, conocí y me moví por algunas trinccheras. Entonces pensé que mi
hermano mayor, de maneara no deliberada, me predispuso con su regalo a la lucha
constante que ha sido mi vida.
* La perturbación angustiosa que viví
en Girardot durante un paseo escolar, a mis 8 años, al cruzar el puente férreo,
en uno de mis primeros desafíos a las prohibiciones. Hoy, siento un placer casi
morboso que me empuja a trasgredir, a actuar en contra de las normas, de lo
establecido, de los convencionalismos, de los formalismos, de los protocolos
hipócritas.
* La frustración provocada por mi
profesor de quinto año, Ricardo Gonzáles, al reversar mi promoción al
bachillerato, en represalia por un acto que le costó la pérdida de su traje por
un corte que le hice -con una cuchilla de afeitar- en la manga derecha de su
saco. Mi padre me produjo cortes muy similares en las nalgas, con un rejo
conocido como "pretina", utilizado para los castigos más severos.
* El sentimiento combinado de vergüenza
y orgullo que experimenté cuando me tocó caminar por las calles de mi natal
Armenia, vestido con una sotana como estudiante del Seminario Menor San Pio X.
Todavía conservo la estampa ridícula que me tomó un fotógrafo callejero en la
carrera 16 de la capital quindiana. Cuatro años después, en esa misma
institución y en desarrollo de mi conducta en contravía de lo ordenado, fui
acusado de incurrir en actos de apostasía por mis frecuentes y calurosos
debates sobre el origen del hombre.
* El enfado de la directivas del
mencionado Seminario al conocer un acto calificado como inocultable
manifestación de iconoclastia perpetrado con la colaboración del hoy médico
Germán Arango, en la continuación de las extravagancias juveniles. Las imágenes
de la virgen del Carmen y su niño en brazos, instaladas en la peluquería del
claustro, fueron desfiguradas, disfrazadas y ridiculizadas con la colocación de
barbas y bigotes usando pelo natural y pegante, que entonces se conocía como
goma.
La
molestia del rector del seminario, el cura Julio Ernesto Dávila fue de
tal intensidad que durante la asamblea general de estudiantes y padres de
familia, convocada para denunciar el hecho, no pudo recobrar la calma y siempre
habló con interrupciones espasmódicas, como los tartamudos. A mis padres se les
pusieron los pelos de punta con esa historia y una semana después los
"iconoclastas" seguíamos desfigurados, disfrazados por las secuelas
del castigo que nos infligieron en casa y satanizados por el colectivo escolar.
*Los momentos de intensidad y plenitud
que vivieron mis padres y mi hermana mayor, Gladys, durante la ceremonia de
graduación como bachiller del colegio Rufino José Cuervo, donde aterricé tras
el lanzamiento desde el Seminario. La obtención del grado de bachiller hace 46
años equivale a coronar un postgrado en la actualidad. Fue algo así como la
recuperación del muchacho apartado del camino del sacerdocio, de la oveja
separada del rebaño, del joven que cada día se alejaba de la conducta ideal
diseñada por unos padres ultraconservadores.
*Mi desilusión por el engaño de la
Universidad La Gran Colombia que en 1970 abrió en Armenia el pregrado de
Derecho, después de una campaña nacional por los medios de comunicación. Al
final, la propuesta resultó una tibia imitación de facultad de ciencias
políticas que motivó el retiro de muchos de quienes anhelábamos convertirnos en
brillantes abogados. El periodismo tiene una deuda con esta universidad de
garaje, pues tras mi decepción di un giro hacia esta, la más linda e igualmente
peligrosa profesión del mundo.
*La tristeza severamente perturbadora
al encontrar a mi padre entre un grupo de sus "amigos", en una
bulliciosa repartición de billetes, en el café El Ajedrez, de Armenia,
gravemente afectado por el consumo de licor. Esta escena y otras muy frecuentes
de sus borracheras semanales provocaron una fuerte vinculación de mi conciencia
con esos episodios y lo que inicialmente fue un rechazo, se tornó
progresivamente en una aceptación cómplice y -lo más grave- en una conducta
aprendida que traspapeló el libreto de mi proyecto de vida.
*Mis largos -pero frecuentemente
interrumpidos- sueños en los prados de la universidad de Antioquia, durante una
desesperada cacería al hoy brillante y encumbrado abogado Nodier Agudelo
Betancurt, quien telefónicamente me ofreció su apoyo para reintentar mi ingreso
a una facultad de Derecho. Fue una semana kilométrica de hambre, frío, sueños
no conciliados y problemas con las
autoridades a causa de mis merodeos constantes por los mismos lugares. Este
trágico itinerario también me empujó hacia el periodismo de alguna manera pues
una noche, casi madrugada, llegué hasta los estudios de La Voz de Antioquia, en
donde el locutor de turno -nadie menos que el glorioso Pastor Londoño Passos-
me dió café con pan y vigiló mi sueño de 4 horas en el sofá de la recepción,
después de escuchar atentamente mi película y los relatos sobre mis efímeras
incursiones en Radio Reloj de Calarcá y La Voz de Armenia.
En medio de la nostalgia por las ilusiones
perdidas, de los amores que no llegaron a ser del todo, por la felicidad apenas
probada; por las luchas inanes y convencido de que la falsedad no está en las
palabras sino en las personas, me acerco velozmente al silencio inmaculado de la eternidad,
cuando comienza la inmortalidad de lo que dijimos y escribimos antes de ingresar
al seno de las tinieblas. Al diálogo silencioso y perpetuo con lo desconocido,
sin rodilleras, sin azote, sin conveniencias, sin “engrases”, sin amigos, sin
enemigos. La muerte es, por eso, la Libertad absoluta.
Mientras tanto, sigo
incondicionalmente aliado con la lectura, la escritura y, naturalmente, con la
indisciplina, que me ofrecen una realidad alternativa, libre de la tiranía del
tiempo y la mentira.
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