martes, 30 de mayo de 2023

Paso a paso nos acercamos a la ventanilla muda y oscura

 




En medio de la recocha que habitualmente armamos en familia durante las comidas, con pinceladas de oralidad para armonizar las fuerzas de la vida, y en momentos en que hablábamos con cierta morbosidad despectiva sobre algunos amigos muy mayores, mi hijo Oscar Fernando soltó un dardo que se metió hasta las entrañas y sentí un leve estremecimiento de pavor a pesar de que en mi alma ya no existe lugar para la sorpresa:

-Pa, tu cumplirás 73 este martes, sentenció

Me encontré –así de sopetón- frente a un sarcófago vacío y hasta vi mis propias cenizas, pero reaccioné y me di cuenta que todavía –aunque ya casi de cuclillas- no he perdido el amor por la vida.

En Solano, a la orilla del portentoso río Caquetá a donde regresé fatigado por la vida, he tomado posesión de la soledad que deriva en tranquilidad, y a pesar de mi vida tormentosa sigo subido en el ring de la palabra, por momentos contra las cuerdas pero siempre será mi única ocupación productiva, oculto a los ojos de la gente y de unos pocos que me leen sin conocerme, porque lo que escribo es lo que me mantiene vivo y me mantendrá cuando me abrace a la parca.




Soy, quizá, el único periodista que en Caquetá fue odiado y amado a la vez. Odiado por una clase dirigente en decadencia, perversa, corrupta, infame, muchas veces aliada con los violentos, legales e ilegales. Y amado por un pueblo por el que libré constantes combates desde la radio y la prensa escrita, con el que viví los mejores momentos de la lucha por la Libertad. Pero siempre he preferido el monopolio del odio que el de la lambonería.
Cuando nos acercamos a la playa de la tranquilidad, con el sol oblicuo, que aquí en este pueblo extiende su llamarada vespertina a través de las aguas turbulentas del padre de la hidrografía regional, vemos con mayor claridad los recuerdos, aparentemente porque es lo único que ya tenemos. Al llegar al atrio de la parca, puedo proclamar, orgulloso, que durante mi ejercicio profesional no fui contaminado por el miedo, ni por el desaliento, ni seducido por la fama, ni por los sobornos. Desafortunadamente, tengo que confesarlo, cedí ante las intimidaciones, más por cuidar a mi familia que a mi propio pellejo. Soy otra víctima no indemnizada.
Cuando le mentira mundial invade al planeta y particularmente está de moda contra el gobierno del presidente Petro, recuerdo con nostalgia la lucha por la verdad y a los esclavos que periódicamente renuevan las credenciales de sus amos; en la prensa venal derivada cuantificación del valor de la información; cuando la Verdad se convirtió en una mercancía, me retiré de los grandes Medios de comunicación que, inevitablemente, expresan la voluntad de sus propietarios. Los periodistas de hoy y especialmente los de provincia, se ven obligados a reforzar sus penosos salarios con los “engrases”, la pauta oficial y la política que los transforma en poderosos incensarios.
También dibujé con cierto lirismo las cosas invisibles y las historias de vida de cientos de personas invisibilizadas por los grupos dominantes de la sociedad. Utilicé los Medios de comunicación para promover el activismo social y mostré a los verdaderos personajes de la vida cotidiana, los héroe del tejido social.
Mi vuelo por la vida, que ha sido una cascada de negaciones, entró en zona de huracanes en la cual la única certidumbre es la horrible soledad que atrapa a quienes vemos morir, despacio pero de manera inevitable, la tarde de la vida.
Del mismo modo, se cierran los horizontes de la esperanza y con tristeza observo que a estas alturas del viaje, la vida se metió por una larga avenida de cruces de mis amigos y parientes, de Jesusma, mi padre; de Concho, mi hermano y la más reciente, cuyas flores no se han marchitado: la de mamá Alicia, rodeadas de árboles desnudados por el viento y el paso de los años, en uno de cuyos recodos se embosca la parca con su arco envenenado. Es el espanto de quien ha visto morir no solo a sus seres querido sino también sus ilusiones.
Está pendiente el incendio que destruirá los males colombianos. Será una llamarada, una gran columna de fuego. Y no es solo un deseo romántico porque ya se escuchan voces juveniles amantes de la libertad. Como me lo dijo una tarde de agosto de 1982 Jaime Bateman, el insigne comandante del M-19, en selvas ecuatorianas: "Mientras exista una sola persona dispuesta a morir por una causa justa, habrá esperanzas".

Para distraer la soledad en esta hora crepuscular del viaje terrenal, revivo mis sueños rebeldes que siempre escoltaron mi juventud batalladora y como único deleite y compañía vivo en contacto con la naturaleza y escribo sobre los sitios mágicos que visito. El sol, el azul del firmamento, las montañas, el jardín del eje cafetero, la calma del atardecer, las promesas de la aurora, el mar que lo contiene todo, el corazón de la selva caqueteña, el desierto de La Tatacoa, las aves pensativas en reposo y en vuelo; la gente, la coyuntura política nacional caracterizada por la mentira, la vanidad, el miedo, el odio y el conformismo; las expectativas de paz, los ríos y en general el milagro de la belleza natural, me empujan hasta las páginas en blanco del computador para "garrapatear"  mis impresiones.


Experimentando temores, principalmente asociados a la búsqueda de una vejez menos traumática, con buena salud y en pleno uso de mis capacidades, este cumpleaños me puso en la ventana por donde se miran los cambios y el deterioro que afectan las condiciones sensoriales. En nuestro medio, la vejez no es un proceso natural, sino provocado por los sufrimientos derivados de la violencia, la inequidad, las privaciones, las discriminaciones y las injusticias. Y en mi caso, disfrutada por la dulce indisciplina. En Colombia, el envejecimiento es más cruel que la misma muerte y un alto porcentaje de los ancianos no piensa sino en morirse.
Un día boté a mi esposa, a mis hijos, a mi familia toda, a mis mejores amigos, a mis pensamientos y mi dinero, pero no pude botar el miedo para también botar la vida. Me autoflagelé, me fundí con las personas que viven en la desesperación por no tener nada, ni siquiera esperanzas Pero también un día me reencontré con las fuerzas latentes que animaron mi espíritu fatigado y, con los dramas de la desgracia humana pasando por mi mente a borbotones, regresé a mi entorno natural.
Pienso que el mayor logro de mi vejez es estar vivo en un país particularmente violento, inequitativo, dominado y desgobernado por unos pocos clanes corruptos, infames y criminales.
Uno de mis proyectos principales ha sido la transformación  del huracán de la vida en armonía permanente a través de la risa porque el mamagallismo es el abrevadero de los genios. Quienes saben reír y, especialmente quienes sabemos reírnos de nosotros mismos, tenemos un seguro contra la tristeza. Reír es muy fácil, es un adorno en la personalidad de la gente, una compañía en la soledad y un descanso en las fatigas de la cotidianidad.
Bueno, ya en la vejez no nos queda sino la opción de cortejar la muerte…espero que ella se resista, llavecitas.