Termina el 2021 y en el sendero que recorre nuestro país no vemos sino las rosas pálidas de la injusticia, de la violencia, de la inseguridad, de la represión, bajo un cielo de quietud, de conformismo, de resignación y de hipocresía. Las flores del triunfo se abren solamente para los poderosos, quienes bajo un viento de voluptuosidad celebran el vencimiento y el letargo de la gente del común.
Y bajo la sombra del silencio que lo tapa todo, se oyen tenues y confusos gruñidos que intentan mostrar la miseria de un pueblo sometido por la mentira e ilusionado con promesas imposibles de materializar. Una izquierda atomizada y confusa, que le hace el favor a la derecha con su sectarismo, fanatismo y dogmatismo; un sindicalismo asustadizo y arrodillado que le da visos de legalidad al salario insuficiente y a la infamia de los patronos.
Los sectores dominantes logran -por la magia del mercadeo- que el pueblo abyecto se funda con ellos en el abrazo de Judas a la medianoche y se mantenga hipnotizado mientras le venden sus mercancías y toda la basura del consumismo. Terminadas las fiestas, la gente del común se despertará, regresará a la realidad con el puño, con el puñal y con el hambre que le devolverán los dueños del poder, sus elegidos y sus gobernantes.
Las fiestas de Navidad y fin de año son como el anestésico para poner a dormir al pueblo, como un sueño de muerte, durante el cual le cierran la boca y le ponen sobre su pecho la marquilla de la dominación, la semilla de la servidumbre y de la resignación, para que florezcan durante todo el año, como un combustible, como un inmunizante que les dure hasta las próximas fiestas.
Confiemos en que un rayo salvador nos sacuda o que un genio del pensamiento nos ponga en los corazones otra semilla, la de la protesta, que germine y produzca el fruto despertador de la movilización para transformar esa diversión en momentos de reflexión, para desatar las cadenas, para insultar la desigualdad, para formar un torbellino que trastorne el “triunfo” de los poderosos y ponga la gloria de la justicia y el bienestar en manos del pueblo.
Invoquemos el rayo salvador y metámosle cráneo para imaginarnos nuevas formas organizativas que nos permitan unir el enojo colectivo en contra de quienes han manipulado la realidad nacional por siempre para su beneficio, han llevado al país por los caminos de la desigualdad, que a su vez provoca la violencia, han dilapidado los recursos naturales, se han enriquecido con la corrupción y han entregado el país, de rodillas, a los monopolios extranjeros.
A los periodistas
A quienes trabajamos con la palabra nos duele la violencia y la injusticia que predominan en nuestra sociedad y un vigoroso clamor se escapa de nuestros gargantas para que la muerte y la desigualdad no sean más los temas centrales de nuestro trabajo. Pero, mostrando la muerte y el desequilibrio, nos hemos familiarizado con ellos hasta el punto de perder la capacidad de asombro y en consecuencia nuestra sensibilidad ha disminuido de manera vertiginosan; os hemos convertido en artistas de las calamidades, nos hemos familiarizado y hasta romantizado la crueldad y hemos caído en la rutina que nos aleja de la crítica sobre nuetro desempeño como verdaderos dirigentes de la sociedad, como hombres privilegiados con el don de la palabra para provocar los cambios que el país necesita.
Las fiestas fin de año son un el anestésico para poner a dormir al pueblo, como un sueño de muerte, durante el cual le cierran la boca y le ponen sobre su pecho la marquilla de la dominación y la semilla de la servidumbre para que florezcan durante todo el año.
Podemos ser la verdad o la mentira, una tormenta o un oasis, una luz o un túnel; todo cabe en nosotros y, en muchas ocasiones abusamos de estas condiciones privilegiadas. Convirtamos nuestro ejercicio en una bandera de dos colores resplandecientes, uno el arte, y el otro, la vida, para que, con calidad y eficiencia, también humanicemos nuestro trabajo.
¡Feliz abrazo con la palabra verdadera, llavecitas!
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