“La muerte y la vida son transformaciones incesantes. No son el final de un principio. Una vez que consigamos comprender este principio, podremos dar igual valor a la vida y a la muerte”. Chuang Tzu (369-286 a.C.) citado en S. Critchley, El libro de los filósofos muertos.
Las "muertes" recurrentes de "Concho" comenzaron cuando el muchacho apenas tenía cuatro años, como un castigo infame que sentenció su destino, lo puso en constante lucha con la Parca y prohibió la entrada de la felicidad absoluta a su vida.
Recuerdo el comienzo de las veladas dolorosas cuando el niño amaneció ausente, rígido, sin reacciones, inmóvil y mudo, lo que generó un pánico terrible y tal vez el mayor caos familiar y entre el vecindario. Mamá Alicia y mis hermanos mayores corriendo por los corredores de una casa grande de dos pisos, bajando y subiendo escaleras entre gritos y pedidos de auxilio pero sin hacer algo realmente práctico para atender la emergencia.
A mis 13 años, yo era el niño de los mandados y como tal corrí a la tienda más cercana y entre lágrimas relaté el episodio, pedí ayuda, pero por las condiciones de entonces, con unos pocos taxis en las calles, sin servicio telefónico y otras limitaciones, el pequeño llegó al hospital 2 horas después. Fue mi primer encuentro con la enfermedad, la fragilidad, con la impotencia y con la percepción de las amenazas, pero no vi la muerte, a pesar de que había llegado a mi propia casa. La dulce inocencia de los niños...y de los ancianos, porque, por ejemplo, los 100 años de mamá Alicia, la exoneran del dolor por la pérdida de su hijo. Ni siquiera ha sido informada de ese triste acontecimiento. Tras dos semanas en el hospital, el niño regresó a casa y se recuperó. Primera resurrección.
Apenas acababa de cruzar la adolescencia, cuando la familia iniciaba un proyecto de vida en el departamento del Caquetá, y aparentemente por el cambio en la calidad del agua consumida, "Concho" sufrió una grave hepatitis durante varios meses, perdió mucho peso, su piel y su esclerótica se tornaron amarillas, y su condición fue declarada como "extremadamente grave". Vi su enfermedad como una verdadera amenaza y sentí el dolor de la vida y la agonía de sus sueños. Y las lágrimas de la familia.
Una fibrosis pulmonar idiopática, así denominada cuando los médicos no pueden individualizar la causa del problema, lo puso en una vecindad permanente con la muerte desde finales del siglo XX. Desde entonces, y con inusitada frecuencia, esa figura tétrica, representada por el esqueleto humano, con su guadaña y su sonrisa hipócrita, que se mueve suspendida unos metros arriba del suelo, entró a las habitaciones de su casa y de algunos hospitales de USA, a donde llegó en condición de asilado hace 20 años después de tristes episodios de persecución derivados del ejercicio de su trabajo en la Radio.
Su vida se convirtió en un péndulo que se movió entre la vida, la muerte y la resucitación, con crisis sucesivas, asistido por profesionales brillantes, con la compañía física de su esposa, sus hijos y sus 3 hermanas residentes en el coloso del norte y, a la distancia, su madre, sus hermanos, familiares y amigos.
Desde hace 7 años, las crisis se hicieron más frecuentes y agresivas, las deidades hermanas de la mitología que representan a la Parca desfilaron alternativamente y lucharon cuerpo a cuerpo con el "Concho", entubado y con sus signos vitales reducidos al mínimo. En varias ocasiones, y por decisión de sendas juntas médicas, se determinó la suspensión de medicamentos y demás ayudas, y algunas veces quedó conectado a la máquina como un gesto de tipo humanitario.
Varias veces me aseguró que recreó su espíritu con las diosas Cloto y Láquesis y les permitió sentarse en su lecho mientras jugaban con el hilo de la vida que la primera sacaba de la manta y la segunda envolvía en un carrete grande, por cuyo eje cóncavo empezó a ver imágenes a la distancia y a escuchar rumores como en una plaza de mercado. Entonces se convenció de que estaba metido en el túnel de la eternidad y sintió miedo porque Átropos amenazaba con suspender las tareas de sus hermanas…su vida pendía de un hilo y entonces, resignado, escribió con caracteres grandes, casi ilegibles, que su voz se apagaba. La familia lloró su "muerte" y empezamos a despedirlo.
Durante mi visita a USA, hace un par de años, el hombre disfrutó recordando esos momentos:
-Controlada la situación con las cuchas de la Parca, me dijo, avancé por el túnel y al atravesarlo me sentí estacionado en un parqueadero cercano, pero el vehículo era una máquina no convencional, dotada de un gran poder magnético y en cuyo interior hacía calor sofocante, como en Neiva. Comencé el Padrenuestro una y otra vez, pero nunca lo terminé pues me envolataba con la ráfaga de imágenes que desfilaron por ese hueco tenebroso e inconmensurable. Desperté, vi a toda la familia reunida, desesperada y sentí el eco de muchas respiraciones entrecortadas.
Sintió miedo de nuevo y aunque le aplicaron sucesivas dosis de morfina y somníferos, no pudieron dormirlo…tenía miedo de no volver a despertar. El cura entró en la habitación y, por segunda vez, le aplicó el aceite de oliva que usa la iglesia católica como una “unción extrema” a los moribundos. En el 2004, el mismo sacerdote cumplió con ese mandato, en el comienzo de su calvario con la grave enfermedad.
En 2015, un médico hindú tuvo una inspiración en su casa, a las dos de la madrugada y en una demostración de profesionalismo sin igual, corrió al hospital y propuso un procedimiento que tuvo éxito en muchos pacientes hace más de 20 años: Eloesser flap colgajo, se llama. Un procedimiento invasivo que representó la pérdida de dos costillas pero la ganancia de una vida y la recuperación de la alegría de muchas personas.
En un procedimiento de alto riesgo, con un paciente que no tenía condiciones para aceptar el oxígeno a través de la máquina, se llegó de manera directa hasta el pulmón destruido e invadido, al cual no llegaban ya los antibióticos. Terminada la cirugía, los médicos proclamaron el éxito del procedimiento que, además, fue reconocido por la comunidad médica del Estado de Virginia (USA).
Aunque "Concho" triunfó muchas veces en su lucha contra la muerte, que también fue contra su felicidad, desde hace casi dos años empezó a perder esa batalla cuando los científicos se rendieron de manera definitiva y declararon la terminación de sus ayudas por "inexistencia de opciones médicas para la recuperación del paciente". No le dieron más de unas pocos semanas.
Hace dos semanas, su fuerza y su resistencia también se rindieron, el valiente luchador admitió su vencimiento y comenzó un nuevo ciclo de despedidas. Tranquilo, sin perder su admirable repentismo y buen humor, aceptó que después de morir varias veces, y resucitar, estaba preparado para el viaje eterno, al tiempo que su organismo entró en un ciclo de acelerado deterioro. Sin medicamentos, por cuenta exclusiva de la morfina, poco a poco, la Naturaleza confirmó que ni el dolor ni la alegría están por encima de ella y que el ciclo vital es inmodificable.
El viernes 30 de abril, a la madrugada, hizo las paces con la Parca, con la que peleó durante toda su vida, y en un gesto de paz y de placer, le dio la mano.
Saqueado por los sufrimientos, convencido de que los dolores fueron una forma de expiación de pecados ajenos, en el espanto de su soledad, con la certeza de que uno no se muere antes de tiempo, llegó a la ventanilla de la eternidad y entró a la Libertad absoluta, al valle melódico de jardines florencidos, libre de la miseria humana...