En Colombia, todas las formas de Libertad están contempladas en la Constitución y en las leyes. Pero, como decía mi papá, “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.
Claro que hay Libertad y puedes hacer lo que quieras, pero siempre serás satanizado y castigado si lo que haces no encuadra dentro de los esquemas, dentro de las reglas de manejo, de comportamiento, establecidas por la cultura dominante en sus códigos sociales.
En la hipócrita conducta social, la ley establece lo que se debe hacer y la moral dice qué se hace, cómo se hace, pero siempre dentro de unas reglas de manejo de los seres humanos, determinadas en correspondencia con los intereses de los dueños del país y de su gobierno, que a su vez son los dueños de los grandes Medios de comunicación, a través de los cuales se refuerzan de manera constante esos cánones de comportamiento.
Todas las formas de Libertad y los derechos que la garantizan, escritos y proclamados, no son recíprocos, son verticales, desde arriba hacia abajo. Es así como los derechos a la educación, a la vivienda, a la salud, al vestido, a la alimentación, a la movilización, a la opinión, a la información, entre otros, que alimentan la conducta de la gente y garantizan su permanencia, son parciales y claramente sectorizados.
Sin embargo, el Estado y la política modelan estructuras mentales e imponen formas de visión de la realidad y legitiman unos estilos de pensamiento trasformados posteriormente en códigos, rituales, cultos y otras obediencias con las cuales se refuerza la cultura dominante.
La concentración del capital económico, va de la mano con el llamado capital informacional, mediante el cual el Estado elabora, concentra y maquilla la información, con la ayuda de los grandes Medios de comunicación, las Iglesias y los poderes económicos. Es decir, se homogenizan las formas de comunicación, se establecen unos patrones que producen impacto ideológico sobre las masas, que regularmente los asimilan sin cuestionamientos. El conformismo y la indiferencia ante la realidad, son las principales conductas obtenidas por esta técnica de sometimiento.
En el caso concreto de la Libertad de prensa y la libertad de información de la gente, es claro que existen pero para aquellos que estén sometidos a los patrones impuestos, para quienes actúen en correspondencia con los esquemas diseñados por quienes monopolizan el pensamiento oficial. Y como los grandes medios de comunicación hacen parte del Establecimiento, sus periodistas deben actuar de conformidad con sus objetivos de refuerzo ideológico. Para lograrlo, se establecen currículos de formación academicista y acrítica, complementadas con la fijación de condiciones labores miserables que obligan a los comunicadores a reforzar sus ingresos con los llamados “engrases” o coqueteos con sus fuentes de información, con los gobernantes, con los empresarios y con los políticos.
El silencio de los labios y la quietud de las manos ante la corrupción, la inequidad y los problemas generales de la población, son la consecuencia nefasta de tales coqueteos y entonces cuando algún periodista lanza sus flechas de combate, es desarmado prontamente por el dueño del medio, por sus mismos colegas que sienten amenazados sus ingresos y alejadas sus fuentes de información y, desde luego, por quienes se sienten lesionados con sus publicaciones. Y los oyentes y lectores, siguen ciegos, ante el delito.
Mientras los periodistas tengamos el tonel de la pauta publicitaria como única forma de pago por nuestro trabajo, no tendremos libertad de prensa, llavecitas. Los dueños de los medios, ebrios de avaricia, y nosotros, llenando los estómagos, siempre tendremos que aplaudir o callar.
La gravedad dolorosa del momento histórico que vive el país tiene su origen en el silencio ante los hechos perturbadores y en la manipulación y maquillaje de las informaciones, pues es a su sombra que el delito avanza. El “tapen, tapen”, se hace con al apoyo de periodistas sobornados, chantajeados, amenazados, silenciados o eliminados.
La Verdad, como le aprendí a uno de mis Maestros, es degollada de manera permanente con el hacha del Establecimiento y la politiquería o con la del miedo y la cobardía de muchos periodistas menesterosos de la pauta oficial, de los “engrases” porque no tienen otra forma de subsistencia.
La prensa sin libertad no es más que un incensario para quemarle alabanzas al gobierno y a los poderosos. Así es como la quiere el subpresidente Duque quien, por órdenes del innombrable, persigue a la prensa libre y a los periodistas alternativos que destapan la corrupción y olfatean las manchas de sangre en todo el país.
Porque -también lo aprendí en mi formación- los periodistas no podemos mentir aunque tengamos delante de nosotros los aplausos y detrás, la cuchilla de un verdugo.
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