viernes, 12 de junio de 2020

Tapabocas, más terrible y siniestro que la pandemia


Hace apenas dos semanas confesé que en mi espíritu ya no habría espacio para albergar nuevos miedos porque, aseguré del mismo modo, que ya había llegado al futuro, al que tanto le temí desde mi niñez. Pero esta mañana, caminando por una trocha que comunica las veredas El Agrado y Palestina, del municipio de Salento, Quindío, me sentí espantado por las carcajadas de un grupo de encapuchados que transitaban en sentido contrario. Porque un hombre encapuchado puede ser objeto de distintas interpretaciones, desde una simple protesta, un acto terrorista, una violación o un atraco. Como ráfagas, pasaron por mi mente los momentos de terror sufridos durante la represión estatal contra los activistas sociales en el Caquetá durante los años finales de la década del 70 y comienzo de los ochenta y específicamente recordé la macabra "entrevista" forzada a la que me "invitó" un coronel de apellido Barragán, entonces comandante de una unidad operativa menor en Florencia, que resultó ser una emboscada de 4 militares encapuchados en una de las tétricas salas de interrogatorios del batallón Juanambú.
Creyendo que me doblegarían por esa escena de violencia psicológica, me hablaron duro y me ordenaron sentarme en una silla libre, alrededor de la mesa redonda.
-Si no se descubren pierden el tiempo y les advierto que este triste episodio lo denunciaré ante los altos mandos y ante la Procuraduría, les dije en tono vehemente y me declaré a la espera de las torturas...otros capítulos de este mismo periodo de represión están consignados en el apartado Estoy a punto de olvidar,  aquí en este mismo blog.
Sin embargo, esta mañana no asocié a los transeúntes con ningún tipo de violencia y entonces comprendí que el pánico se originaba realmente en la imposibilidad de disfrutar de las risas, de ver la expresión de alegría, de percibir los gestos, de gozar con esa transformación anatomico-fisiológica que sufren los sujetos que ríen como manifestación de un sentimiento placentero. 


Soy un fanático de la risa, pues quienes saben reír y, especialmente quienes sabemos reírnos de nosotros mismos, tenemos un seguro contra la tristeza; muchas personas que charlamos por pasatiempo, que le otorgamos demasiada importancia al hecho de reír con los demás y a quienes nos gusta, del mismo modo, volvernos objetos mismos de la risa, sentimos pena por quienes son incapaces de compartir sus emociones. 
Aunque los colombianos -de manera deliberada o forzosa- históricamente hemos llevado el tapabocas horroroso de la represión, por causa de la pandemia del coronavirus su uso se visibilizó y se extendió hasta la mitad de la cara. Es un antifaz alargado que nos dejó perfectamente enmascarados. Y como Colombia se posicionó como uno de los más importantes escenarios del diseño y la moda, estos "artistas" recurrieron a los tejidos, a las texturas, a los colores y crearon prendas que no solo son tapabocas, sino prendas que cubren la nariz, los ojos, los oídos...la cabeza toda...son nuevos modelos de los tradicionales e igualmente aterradores pasamontañas. Aunque debemos recordar que también históricamente los colombianos hemos tenido tapados los ojos y los oídos. Nos negamos a ver nuestra triste realidad, llena de mentiras, corrupción, politiquería y a oír las propuestas que pretenden modificar las condiciones del Estado oligárquico-narcoparaco, con un subprepidente vitrinero, mandadero y ahora predicador. 
Por causa del confnamiento y el miedo constante que se difunde por los grandes Medios, y por el pensamiento permanente en una amenaza, el organismo se prepara para enfrentar un peligro, pero si esa situación se prolonga demasiado se puede generar un estado de indefensión y vulnerabilidad, afirman los especialistas. Y agregan que se pueden desencadenar estados de pánico. Muchas personas empiezan a sentir su incapacidad para controlar la amenaza, principalmente ante las perspectivas desalentadoras de su futuro inmediato. Esa terrible ansiedad también ha modificado la percepción que tenemos del "otro" y ahora las personas ven como enemigos a los demás, de quienes es preciso alejarse porque son potenciales portadores del virus. Se acentuó el individualismo y entonces se podrá desbaratar el tejido social. 
 En mi caso particular, sufro de ansiedad por los abrazos, los besos, las caricias, las sonrisas, la cercanía, la camaradería y la calidez de mis familiares y amigos, a pesar de que estoy a punto de completar 4 meses sin confinamiento, entre 4 familiares que con su estilo de vida me ayudan a prevenir eficazmente la monotonía, en medio del paisaje cafetero, con el olor del campo y el avistamiento de aves durante las caminatas diarias en compañía de Teo, mi perro amigo.
Una sonrisa, leve o en forma de carcajada; un abrazo, suave o apretujado; una frase, una mirada, una caricia, tienen la magia de recomponer, de aliviar, de conectarnos con el alma de quien la recibe.
-Tu no tienes miedo de las máscaras, Chucho, solo tienes una nostalgia porque no puedes sentir las sonrisas, porque no puedes ver el rostro de la gente, porque no puedes abrazar...porque no puedes mamar gallo, porque ya tienes ganas de regresar a casa, me dijo mi hermana Martha cuando le hablé de mis nuevos temores.


1 comentario:

  1. Querido hermano te Leo y escucho mi voz interior, los caminos y reuniones plenas de sonrisas, abrazos y compartires. La pandemia ha posibilitado en mi caso vivir la cotidianidad compartida en familia, me devolvió a la matriz de mi ser, de donde era extraña por el mundo laboral. Es esta pandemia del desarraigo, la individualidad, la prisa por estar fuera de, la que debemos atacar.

    ResponderEliminar