Como huyendo al derrumbamiento de los principios que guiaron
su ejercicio político, hechos polvo por la corrupción y la politiquería, “mi
caro amigo” Silvio Rubiano entró en el silencio inmutable de la muerte, cuando
desaparecen todas las ambiciones.
Hace apenas una semana, mientras compartimos un café
espantoso, sin sabor, aroma y color en el “abrevadero azul”, la cafetería que
fue su oficina durante los últimos años, hablamos tranquilamente sobre nuestras
edades avanzadas y de cómo con el paso del tiempo nos transfundimos, nos
esparcimos y también nos diluimos en el alma de los demás, hasta convertirnos
en apacentadores de los espíritus juveniles.
Esta mañana de miércoles pasé por el tal “abrevadero” y me
pareció verlo allí sentado en la mesa habitual, entre sus contertulios que
gozaron con su excepcional ironía repentista, unas veces mordaz, otras veces
cómica y con sus frases demoledoras cuando de poner apodos se trata. Un vaho
letal me pegó en la cara, sentí el zarpazo cercano de la Parca y entonces me
convencí de que, efectivamente, el “mucharejo” se fue con sus picardías, con su
solidaridad y con sus historias a beber en las linfas tenebrosas del espacio
eterno.
Para despedirlo, retomo apartes de su perfil, que escribí
para el libro “Viaje por la Vida”,
publicado hace apenas dos años, que recoge sus luchas políticas y periodísticas,
así como su extenso y ameno anecdotario y la memoria histórica de los últimos
50 años en el departamento del Caquetá. Desde los jardines de su
infancia, con todo el encanto y el vigor
de sus años mozos que pasaron al otro lado del río Hacha, Silvio reconstruyó
con las energías que le dio el paso del tiempo, su propia historia, que es un
retazo de la historia regional.
Formado a pulso, en el mano a mano con la vida, nunca dejó de
ser el místico y contemplativo muchacho que desobedecía a su mamá y después
entraba en sana reflexión y entonces
Dios apareció en cada momento de su existencia. Su vida siempre fue como un
oratorio constante, en la inocencia de los primeros años y en la sabiduría de
madurez. Tranquilo y sereno, pero vehemente en la defensa de sus
creencias políticas y religiosas, tuvo una chispa incendiaria y socarrona que
muchas veces prendió disputas y en otras apagó el enojo de sus contertulios. En
ocasiones, sus flechazos de buen humor necesitaron mucho tiempo para ser
comprendidos.
Iluminado por los ojos cariñosos de su madre, desarrolló un
sentido de solidaridad, afecto y cercanía con sus amigos, aún con aquellos con
quienes sostuvo contradicciones políticas y religiosas, hasta el punto de
convertirse en referente obligado en la solución de pequeños conflictos
interfamiliares y disputas administrativas. Utilizó de manera frecuente con su
amigos y conocidos el término “mucharejo”,
muy tierno y familiar, quizás como herencia semántica de sus padres.
Azotado por varias tempestades del corazón y algunas
borrascas del pensamiento, confesó haber derramado lágrimas en la soledad, que
le sirvieron como consuelo para los contratiempos y motor para tomar impulso
hacia los nuevos retos personales, profesionales y familiares.
Aunque muy niño salió del campo a la ciudad, mantuvo vivos
los recuerdos del bosque, el rumor del río Hacha cercano, el perfume de los
árboles, la brisa vespertina y las luces lejanas de la ciudad que disfrutaba en
el regazo de su madre. Cree que esas estampas son las más interesantes de su
vida y marcaron definitivamente su existencia, clavadas como una impronta en su
cerebro.
Con las ilusiones perdidas y con los laureles conquistados
construyó un poema porque para Silvio fueron igualmente importantes los
triunfos y las derrotas. Tan importantes como su familia que siempre fue el
principal pilar en su vida. Lo repitió constantemente: “mis hijos son mi refugio, orgullo y alegría de todos los
momentos de mi existencia”.
Más elocuente con la expresión escrita que con la oral, su
paso por el concejo de Florencia y la Asamblea del Caquetá dejó importantes
intervenciones y participó con éxito y valentía en los debates que se
suscitaron en las dos corporaciones alrededor de distintos temas de la
coyuntura político-administrativa de la región. En su vida pública, como en la
privada, fue un genuino antídoto contra la izquierda, a cuyos militantes
denominó, “mamertos”, en serio y en broma. Pero tuvo buenos amigos en esa ala del
pensamiento.
Guiado por sus ambiciones espirituales e ideológicas, hizo
del periodismo su estilo de vida, y su amada del alma, "Evaluación", fue su
biblia, la representación de los hechos de su Caquetá querido y vivió cada
cierre de edición como un acontecimiento fabuloso porque siempre creyó que su
revista fue una gran proveedora de noticias y opiniones.
Persuasivo y original, con sus recursos retóricos algunas
veces se salió de tono y fue interpretado como blasfemo por sus copartidarios
más radicales, pero Silvio siempre tuvo una conciencia y un lenguaje para
hablarle a su gente, en los tertuliaderos que no han faltado en el centro de
Florencia, y en las páginas de su revista.
Considerado el decano del periodismo regional por sus
constantes aportes al gremio y a la sociedad, recibió la distinción “a la vida
y obra”, reservada para quienes en sus labores cotidianas ponen el pragmatismo
por encima de las teorías académicas sobre el funcionamiento de la sociedad y
la responsabilidad de los actores principales del desarrollo regional.
Muy cercano a los 80
años, su alma siempre estuvo vivamente emocionada, como la de un niño alegre
que lo observa todo y quiere estar en el centro de todos los temas…
Cada amigo que entra en los dominios de los desconocido es un paso adelante en la fila, en la búsqueda de la ventanilla por donde nos precipitaremos
hacia el infinito…
Hacemos cola, avanzamos y más temprano que tarde llegaremos.¡Hasta luego, Mucharejo!!