Se cumplen 9 años de la muerte del periodista Harvey Lopera Pérez y quiero recordar mi "Hasta luego", escrito casi un mes después de su partida, como una renovación de mi solidaridad con su familia, amigos y periodistas del Caquetá.
La obediencia política, la autodignificación del oprimido, el resentimiento, la realidad objetiva de la opresión y los beneficios secundarios ante los ojos de sus amos, fueron las preocupaciones constantes de este guerrero de la palabra transformado en símbolo de la soledad.
En el aislamiento derivado de su enfermedad, mi tetrallavecita desnudó a los lobos con piel de ovejas y mostró con claridad los horrores de las cicatrices que dejaron sus dientes ambiciosos y corruptos en el corazón y en el alma de un pueblo, otrora luchador, que perdió su dignidad.
En un medio de mezquindades y limitaciones severas para los críticos, para aquellos que no tenemos el incensario prendido y el reclinatorio limpio, Harvey siempre llamó la atención por la autorepresión y nos mostró a las víctimas como agentes puramente pasivos ante los ojos de sus opresores.
Con sus diarios apuntes en las redes sociales, fue un gran iluminador de los imaginarios populares y una piedra en el zapato para los perversos que en vano intentaron subestimarlo o tergiversarlo. Sus amigos, sus lectores y sus contradictores siempre interpretaron lo que estuvo oculto o detrás de sus palabras.
El desconsuelo y la desesperanza fueron sus principales ingredientes del último año, en un esfuerzo permanente por ocultar su miedo, su terror y sus angustias ante la inminente invasión de la parca, esa horrible pesadilla que conjuntamente bautizamos como la danza de las tres viejitas de la mitología. No es otra cosa que la simple adulteración de la realidad con las palabras, como la aceptación del propio fin del destino, del tizón que, ardiendo, se desvanece y nos deja el humo sin semilla pero con mucho miedo, llavecitas.
Fue siempre un homenaje hacia su oficio y a su condición, un reconocimiento a la desolación, a la soledad, al silencio. Un poema para describir las nimiedades del hombre en la época de la tecnología. Una voz que confirma la sentencia aquella de que “el tiempo existe porque existe el pensamiento”.
Mi tetrallavecita salió a buscar, sin rumbo fijo, a quienes nos esperan desde hace mucho tiempo sin saberlo. A esos que al acercarnos nada nos dicen y, al tocarlos, nos dejan las manos raras, como untadas de polvo de alas de mariposa. Porque en la eternidad también ocurren encuentros…encuentros fantásticos con oyentes que hacen cola desde hace mucho tiempo para gozar con la palabra viva del muerto que llega.
¡Ya nos veremos, mi tetrallavecita!!!.
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