miércoles, 14 de febrero de 2018

¡Hasta luego, compañero Tangarife!!



No lo vi durante los últimos 5 años pero conservo viva la visión de aquella tarde, ya muy remota, cuando fue presentado como docente del colegio comercial Chairá, del entonces corregimiento Cartagena del Chairá.

Acababa de llegar en la canoa que hacía la “línea” diaria entre Puerto Rico y esa población que todavía no era famosa como se hizo años después por cuenta de los cultivos ilícitos, la presencia guerrillera y los enfrentamientos entre los distintos actores armados del conflicto. La vía fluvial era el único camino para llegar y, recuerdo, en la canoa –ni siquiera carpada- el costo del pasaje era de $70.

En Medio de las miradas hipócritamente serias del grupo de profesores, Ancízar, con su cabello ligeramente crespo, su cara de recién desempacado y por momentos temeroso, contó que venía de un pueblo metido en un hueco de la cordillera occidental, a 90 kilómetros de Pereira, llamado Guática.

Se asomaba apenas al misterio inexorable de la selva caqueteña que lo absorbió como un tornado de fuego cuyo remolino lo paseó por toda la geografía caqueteña, que lo encantó, lo sedujo y se apropió de su conocimiento, de su simpatía y de su solidaridad. Y las puso al servicio exclusivo de la educación.

La imagen del muchacho que se abraza a su bella quimera, que va al encuentro de la vida con la sinceridad, casi la ingenuidad de un recién egresado del bachillerato, me sedujo, tal vez porque vi en Él la fotografía de mi propia precocidad y sensibilidad. Terminada la reunión de presentación, sentí una especie de compasión con el nuevo compañero, quizás porque percibí una muda hostilidad o al menos indiferencia en algunos de los docentes.

Una rara pero vigorosa tendencia a cuestionar el manejo de la institución educativa y de rechazo al unanimismo en las decisiones que afectaban a los estudiantes, a la comunidad educativa y hasta a los habitantes de la pequeña población, fortaleció la amistad que apenas comenzaba entre esos dos seres rebeldes y contestatarios que después se volvieron indomables para el sacerdote italiano, José Manca, quien para entonces era no solo el jefe religioso, sino también político y administrativo de Cartagena del Chairá. La hosquedad imperiosa de su carácter displicente, frío  y autoritario, reflejado en las aulas, en la calle y hasta en la práctica de los deportes, tenía genuflexa a toda la ciudadanía y, desde luego, a los docentes que se movían en actitud de reverencia.

La férrea disciplina escolar, deformadora de caracteres y envilecedora de almas, y la soberbia, crearon un ambiente de adulación fastidiosa al tiempo que se escucharon voces aisladas de rechazo para favorecer una actitud crítica y propositiva sobre el manejo del colegio y de la población.

Empujados por el sarampión periodístico, concretamos la idea de poner en circulación una hoja volante, como semilla organizativa para generar actitudes críticas frente a distintos procesos en la pequeña localidad, como una mariposa que empezaba a aletear sobre los problemas y temas de mayor interés. Una rara metamorfosis convirtió a esa mariposa en un buitre que puso su pico en la cara del religioso y le abrió los ojos a la ciudadanía local. La hoja volante se convirtió en un periódico impreso en las máquinas de escribir, con los estudiantes como  digitadores en sus clases de mecanografía orientadas por el profesor Camilo Ardila, con papel carbón para producir 5 copias, y con el apoyo del diseño y diagramación de otro docente, Benjamín Puerta, los dos aliados a la causa, los alcahuetes que encubrieron esa relación amorosa con el periodismo escolar: nació “El Zurriago”, como su nombre lo indica, para dar fuete, bajo el lema “arriesgado poder informativo, crítico y educativo”.

Soñadores olímpicos, nos olvidamos que habíamos agredido el orgullo del poderoso padre Manca y una mañana del año 1976, cuando “El Zurriago” ya circulaba impreso en mimeógrafo, el colegio no abrió las puertas y el sacerdote condicionó su reapertura al traslado de los 3 profesores responsables de su edición. Benjamín Puerta se disculpó y con sus habilidades para camuflarse obtuvo la bendición del cura italiano.

Meditativo, sensual y soñador, Tangarife instaló, pocos años después, su jardín de sueños en El Doncello y en su querido “Corazón Inmaculado” por casi 40 años, en donde vivió el desenvolvimiento total de su sensibilidad y perfeccionó la profesión docente como una pasión que lo puso en la cima de los educadores consagrados del Caquetá. Y fue allí donde le llegó el beso redentor de la muerte que hoy lo tiene en esos parajes silenciosos en donde fluye la calma.

Mientras más grande es el dolor, más grande es la impotencia de pintarlo. Entonces, el silencio es el mejor asilo.

Muchas veces, cuando no decimos nada, hemos dicho mucho de nuestro dolor.

Con el dolor pasa lo mismo que con la alegría: A veces no sabemos qué hacer con ellos.
¡Hasta luego, mi hermano!!!.

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