No lo vi durante los últimos 5
años pero conservo viva la visión de aquella tarde, ya muy remota, cuando fue
presentado como docente del colegio comercial Chairá, del entonces
corregimiento Cartagena del Chairá.
Acababa de llegar en la canoa
que hacía la “línea” diaria entre Puerto Rico y esa población que todavía no
era famosa como se hizo años después por cuenta de los cultivos ilícitos, la
presencia guerrillera y los enfrentamientos entre los distintos actores armados
del conflicto. La vía fluvial era el único camino para llegar y, recuerdo, en la
canoa –ni siquiera carpada- el costo del pasaje era de $70.
En Medio de las miradas
hipócritamente serias del grupo de profesores, Ancízar, con su cabello
ligeramente crespo, su cara de recién desempacado y por momentos temeroso,
contó que venía de un pueblo metido en un hueco de la cordillera occidental, a
90 kilómetros de Pereira, llamado Guática.
Se asomaba apenas al misterio
inexorable de la selva caqueteña que lo absorbió como un tornado de fuego cuyo
remolino lo paseó por toda la geografía caqueteña, que lo encantó, lo sedujo y
se apropió de su conocimiento, de su simpatía y de su solidaridad. Y las puso
al servicio exclusivo de la educación.
La imagen del muchacho que se
abraza a su bella quimera, que va al encuentro de la vida con la sinceridad,
casi la ingenuidad de un recién egresado del bachillerato, me sedujo, tal vez
porque vi en Él la fotografía de mi propia precocidad y sensibilidad. Terminada
la reunión de presentación, sentí una especie de compasión con el nuevo
compañero, quizás porque percibí una muda hostilidad o al menos indiferencia en
algunos de los docentes.
Una rara pero vigorosa
tendencia a cuestionar el manejo de la institución educativa y de rechazo al
unanimismo en las decisiones que afectaban a los estudiantes, a la comunidad
educativa y hasta a los habitantes de la pequeña población, fortaleció la
amistad que apenas comenzaba entre esos dos seres rebeldes y contestatarios que
después se volvieron indomables para el sacerdote italiano, José Manca, quien
para entonces era no solo el jefe religioso, sino también político y
administrativo de Cartagena del Chairá. La hosquedad imperiosa de su carácter
displicente, frío y autoritario,
reflejado en las aulas, en la calle y hasta en la práctica de los deportes,
tenía genuflexa a toda la ciudadanía y, desde luego, a los docentes que se
movían en actitud de reverencia.
La férrea disciplina escolar,
deformadora de caracteres y envilecedora de almas, y la soberbia, crearon un
ambiente de adulación fastidiosa al tiempo que se escucharon voces aisladas de
rechazo para favorecer una actitud crítica y propositiva sobre el manejo del
colegio y de la población.
Empujados por el sarampión
periodístico, concretamos la idea de poner en circulación una hoja volante,
como semilla organizativa para generar actitudes críticas frente a distintos
procesos en la pequeña localidad, como una mariposa que empezaba a aletear
sobre los problemas y temas de mayor interés. Una rara metamorfosis convirtió a
esa mariposa en un buitre que puso su pico en la cara del religioso y le abrió
los ojos a la ciudadanía local. La hoja volante se convirtió en un periódico
impreso en las máquinas de escribir, con los estudiantes como digitadores en sus clases de mecanografía
orientadas por el profesor Camilo Ardila, con papel carbón para producir 5
copias, y con el apoyo del diseño y diagramación de otro docente, Benjamín
Puerta, los dos aliados a la causa, los alcahuetes que encubrieron esa relación
amorosa con el periodismo escolar: nació “El Zurriago”, como su nombre lo
indica, para dar fuete, bajo el lema “arriesgado poder informativo, crítico y
educativo”.
Soñadores olímpicos, nos olvidamos que habíamos agredido el orgullo del poderoso padre Manca y una
mañana del año 1976, cuando “El Zurriago” ya circulaba impreso en mimeógrafo,
el colegio no abrió las puertas y el sacerdote condicionó su reapertura al
traslado de los 3 profesores responsables de su edición. Benjamín Puerta se
disculpó y con sus habilidades para camuflarse obtuvo la bendición del cura
italiano.
Meditativo, sensual y soñador,
Tangarife instaló, pocos años después, su jardín de sueños en El Doncello y en
su querido “Corazón Inmaculado” por casi 40 años, en donde vivió el desenvolvimiento
total de su sensibilidad y perfeccionó la profesión docente como una pasión que
lo puso en la cima de los educadores consagrados del Caquetá. Y fue allí donde
le llegó el beso redentor de la muerte que hoy lo tiene en esos parajes
silenciosos en donde fluye la calma.
Mientras más grande es el
dolor, más grande es la impotencia de pintarlo. Entonces, el silencio es el
mejor asilo.
Muchas veces, cuando no
decimos nada, hemos dicho mucho de nuestro dolor.
Con el dolor pasa lo mismo que con la alegría: A veces no sabemos qué hacer con ellos.
¡Hasta luego, mi hermano!!!.