De acuerdo con la tradición oral uitota, la etnia cucama, cuyos miembros están dispersos en el medio Caquetá, riberas del río Putumayo y varios sectores de la amazonia colombiana, tomó su nombre del “abuelo de la sabiduría”, Cucama, a quien se le apareció un espejo, a través del cual pudo ver todo lo que se le antojó.
Maravillado con los excepcionales poderes derivados de su omnipresencia y de su capacidad para adivinar el futuro, para leer la bondad y la maldad de las personas con solo mirarlas a los ojos, les pedí prestado su espejito y me puse a observar a la Colombia del futuro cercano.
La primera imagen que se reflejó, limpia y resplandeciente, al tomar el mitológico cristal, fue el oasis de la paz cubierto por una densa maleza de olivos bastardos, de frutos escasos y pequeños, tal vez por falta de cuidados.
Pocos días antes de la posesión del nuevo presidente, en agosto de 2018, a quien no vi con claridad, pero que se me pareció a Germán Vargas Lleras, llega a la Habana la octogésima novena delegación de víctimas en busca de su reconocimiento por parte de las FARC. La delegación está presidida por el hijo de Clara Rojas, quien le pide a “Iván Márquez” que le diga quién es su papá.
A través del espejito pude observar la ceremonia de beatificación del nuevo santo colombiano, San Parco Uribe, una síntesis de la integración moral de los colombianos, quien derivó su nombre del muy moderado, escaso uso que hace de la tolerancia y de las concesiones que le otorgan sus adversarios. Debido a que para el pueblo que lo adora es desconocido el vocablo “parco”, y muy común el término paraco, el nuevo santo es más conocido con el detonante y simbólico Santo Paraco.
La ceremonia fue aplazada en varias ocasiones por los quebrantos de salud del pontífice argentino, quien sigue casi moribundo por causa de las heridas sufridas durante los atentados perpetrados por los islámicos. La mosa del nuevo santo, doña Parca, la mitológica yuxtaposición de 3 hermanas -Cloto, Láquesis y Átropos- participó en la ceremonia con varios zarpazos que casi se llevan al modesto gaucho, también "patrón", pero de los católicos.
El espejillo se humedeció –es decir, se opacó- con esta escena brutalmente acomodada, como los falsos positivos, y mientras pasaron los minutos para el restablecimiento de la imagen, aunque borrosos, vi algunos episodios que trajeron desgracia a los colombianos pero que le sirvieron al candidato a santo como importante acumulación de puntos.
Al aclararse, el espejito me mostró, en un lado, a los jefes de las FARC, en una alegre reunión, en medio de finas bebidas y acompañados por lindas prepagos llevadas desde Medellín y Pereira y, en el otro, a un grupo de guerrilleros de la "Teófilo Forero"hambrientos y desmoralizados que pelean por las pocas provisiones, mientras su comandante, "El Paisa",huye por distintos sitios de la cordillera oriental ante la persecución que le hacen fuerzas combinadas del ejército y de las propias FARC. Porque, segun dijeron miembros del secretariado, "mientras "El paisa" no se someta, la paz será una mentira".
Separados de la vida natural y de las actividades para las que fueron elegidos, vi a los congresistas de todas las corrientes, ungidos por fuerzas extrañas, con sus aureolas encendidas, adornadas con billetes verdes, de los gringos, de los esmeralderos y, obviamente, de los narcos. Y al pueblo, simbólicamente organizado a su alrededor en un gran infierno sin puerta de salida.
Invoco la capacidad de los poetas en este momento, para construir un epigrama con las visiones que tengo, para hacer un resumen de la miseria y la violencia que se agitan entre la gente en el comienzo del 2018, que es empujada a enfrentarse, a disputarse como aves de rapiña sus derechos fundamentales, porque se ha producido otro gran milagro de su nuevo santo: la resurrección de la confrontación sanguinaria, la reaparición del despojo, la pugna codiciosa, la mentira disfrazada de verdad y la revitalización del conformismo y la resignación de sus abyectos seguidores.