El parque de la Vida, un regalo de los cafeteros a la ciudad de Armenia con motivo de su centenario en 1989, considerado como el lugar de máxima personalidad ambientalista en la ciudad por haber superado la mediocridad ultrajante de otros espacios de recreación popular, es hoy el gran jardín abandonado que despierta un triste placer entre sus visitantes.
La visita al parque me provocó una expectación grande, por la belleza absorbente que se aprecia desde la avenida Bolívar, camino al norte de la capital quindiana. Inquieto y ansioso, tomé el sendero que conduce al corazón del parque y me impresioné gratamente con la perspectiva que ofrece el descenso al lago y la visión de las cascadas artificiales cuyas aguas, a lo lejos, semejan enormes cabelleras que caen apacibles sin generar admiración por su estilo repetido, desgastado y previsible, como un decreto.
El lago, turbio y con evidentes señales de revolturas dudosas, mantiene la admiración de su aislamiento adornado por los peces, patos y gansos de distintas especies, atractivo principal de niños y adultos que los alimentan con trozos de pan y galletas lanzados en distintos ángulos para estimular bruscos movimientos de las aves en su disputa por la comida.
Las altas y verdes siluetas proyectadas por los guaduales se alzaron delante mío, se mostraron majestuosamente y brillaron con el sol perpendicular del medio día, como engrandecidas para llamar la atención de los visitantes, Pocas cosas tan bellas como esa estampa llena de sensualidad que domina el paisaje del parque con una mirada controladora y alegre.
Los senderos de la periferia, musicales, llenos de armonías extrañas producidas por el viento, pájaros, grillos, insectos, mariposas brillantes y por la inesperada y numerosa presencia de guatines de distintos tamaños, pierden su encanto por falta de mantenimiento, como la finca de las viudas, y cuando en un recodo se asoman a la orilla de una quebrada impresionantemente contaminada con aguas negras, una cloaca pestilente que desarma los espíritus y nos llena de enojo. Es una mancha combinada de ira y de tristeza, es un fantasma denso y venenoso. Es un madrazo contra el medio ambiente. Siento, y veo el esfuerzo de la gente para transitar por este sector, como si se enfrentara a una desviación del camino y entonces un sordo rencor los empuja a salir de ese paraje.
El triunfo por el contacto de la naturaleza se torna angustioso y pensé que en estas condiciones, al parque le ha pasado la edad para provocar emociones, es un sitio sin ambiciones después de una época amada por los cuyabros y por miles de visitantes. Es una gran superficie para homenajear a la negligencia y al desamor. La negligencia, principalmente, de la Sociedad de Mejoras Públicas que se olvidó de ese joven de apenas 23 años que hoy luce como un viejo que por cansado de tantas victorias, ya no merece otras.
Entre la sombra de los guaduales y el gorjeo de los pájaros, me siento como en medio de una pompa celestial y desde las ventanillas naturales por donde entra el sol del medio día, veo unas garzas meditativas y muchos gansos que hunden sus plumas y sus picos en el lago tranquilo que empieza a recibir el tributo de las cascadas ficticias y silenciosas. Y en la densidad del follaje, una pareja que empieza la ceremonia tempestuosa del amor, tranquila, alejada de la vista del público, indiferente a los comentarios, en la sinfonía de las promesas, encendida por la pasión. El parque tiene todas las virtudes, me dije.
Los asistentes son rigurosamente disciplinados en el manejo de los desechos y el piso permanece limpio, con contadas excepciones en los kioscos y en los senderos cercanos al sitio de ingreso. Los vendedores ambulantes y estacionarios son igualmente celosos en el manejo de los residuos y es evidente que se han apropiado de su cuidado.
Recobrada la calma y serenada la atmósfera, tomamos otro sendero que, poco a poco, pierde sus señales de transitabilidad, lleno de musgo y con tímidas signos de vegetación, nos indicó que el flujo de personas es poco, tal vez por la pérdida de atractivos. Al devolvernos, tomamos un nuevo rumbo que nos puso después de unos pocos minutos en la pista de patinaje, en donde resucitaron las sensaciones emocionantes, por su magnituid y belleza, por la espectacular vista del histórico cerro de las antenas y otros picos de la cordillera central, así como algunos edificios del norte de Armenia que con indiferencia se asoman en el paisaje.
El crepitante malabarismo de los patinadores de todas las edades nos elevó la pasión de esta visita y sus gritos triunfales refrendaron el éxito de la jornada mientras el sol avanzaba en su apoteosis de las 2 de la tarde.
Los responsables del mantenimiento del parque aparentemente han cambiado los objetivos de este espacio de 8 hectáreas y le han otorgado importancia especial a su decoración navideña, considerada como la más fantástica del departamento. Cientos de miles de personas visitaron el parque en diciembre, en las horas de la noche, para disfrutar del espectáculo de luces y colores que las empresas públicas montan anualmente. Es decir, que la belleza del campo, la limpieza de su perspectiva, la novedad del paisaje, su vegetación, sus atractivos naturales ya son menos importantes que las luces artificiales.
Palomas y gallinazos, sobre los altos cerros, lejos de la ciudad, dibujan figuras con sus acrobacias, la bruma de la contaminación es evidente y la hora vespertina se extiende melancólica sobre esa fiesta de colores armoniosos y naturaleza. Un joven enérgico que ruge formidable, con una rima de poema, que reclama una manito que le cambie su lúgubre encanto. Porque si persiste la negligencia, el cartel que se exhibe a la entrada, con un texto de Alejandro Gonzáles, en el que se invita al funeral de la naturaleza, podría ser, muy pronto el epitafio para el parque de la Vida.
Con todo su irresponsable abandono, así descuidado, el parque conserva su esplendor magnífico y al momento de salir sentí un aire de satisfacción al volver la mirada y encontrarme con el lindo contraste entre la enorme sombra vespertina y la luz intensa de la mañana...disfruté ese paisaje como un beso de placer e imaginé su belleza si fuera retocada por un gesto de solidaridad del gobierno municipal.
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