Nazario, Fidel y Juan Pablo Lalinde Caldas dieron vida a The Cali Football Club.
Los vientos del destino trajeron la barca del deportivo Cali a la barca nuestra y entonces su vida se mezcló con la de esos niños precoces que de manera simultánea empezaron a maniobrar con audacia las pelotas de caucho y los balones de trapo en las canchas espontáneas del popular barrio La Independencia, de la Sultana del Valle.
Mi primo hermano Jairo Orozco -cariñosamente conocido en medios periodísticos como Montoyita, en Caquetá, y en Quindío como Chespirito- fue mi cómplice permanente en las faenas futbolísticas que nos costaron castigos severos de nuestra abuela materna, "mama Felisa", bajo cuya custodia nos enviaban a Cali, indefectiblemente, durante todas las vacaciones escolares, desde Armenia.
Del mismo modo, fue mi cómplice para las trampas que hicimos en la puerta de gorriones del Pascual Guerrero cuando, ya creciditos, no cupimos por una puerta pequeña habilitada para el ingreso gratuito de los niños, la tribuna de "Gorriones" que desapareció en todos los estadios. Los artificios fueron descubiertos un triste domingo por los tombos que vigilaban la entrada para el clásico con el ABérica. Cuando intenté recogerme, sentí un bolillazo en la espalda que me hizo ver de manera anticipada las chispas del "Diablo" que no pude ver en el campo de juego. "Montoyita", un poco menor en edad y estatura, coronó la entrada. Domingo triste porque el verde perdió y me tocó esperar, entre lágrimas, en las afueras del estadio.
Hoy, cuando celebramos los 109 años del verde de alma Deportivo Cali, esos niños ya somos viejos, cargados de laureles verdes que se marchitan en los bolsillos de dirigentes corruptos e incapaces y otros están por recoger en los estadios, siempre y cuando se haga una reingeniería de la institución verdiblanca. Los últimos fulgores de esas estrellas que brillaron en el pasado son también el último aliento, la última esperanza de una afición ahogada por los desórdenes administrativos y futbolísticos, por la ambición, por la corrupción y por la incapacidad.
Después de la conquista de la novena estrella, bajo la batuta del legendario "Pecoso" Castro, se marchitaron los laureles y el glorioso entró en un círculo de lleno de vergüenzas y desengaños, de tumbos y desesperanzas, con ensayos de técnicos y contrataciones de supuestas "estrellas" que resultaron troncos para adornar los alrededores de su estadio.
Despues del fracaso del profesor Arias, y con la dirección de Rafael Dudamel, con un Teófilo Gutierrez inspirado pero sin compañías efectivas, apoyado en la cantera, el "verdiblanco" se oxigenó. Sin un juego que lo caracterice, con severas fallas en el medio campo y con un festival del desperdicio y a veces de desgano, con el sufrimiento de los hinchas hasta la última fecha, clasificó a las finales del torneo local y tras medir fuerzas con un Nacional encumbrado, que ganó, sobrado, el todos contra todos, ayudado por la buena suerte y también por los equipos arbitrales.
Muchos creímos que a pesar del repunte, el equipo amado no tenía ropa suficiente para participar en las fiestas de fin de año, pero en las finales los comportamientos de los equipos cambian mucho en relación con el desarrollo de la fase de todos contra todos.
De manera increíble y sufrida, el grupo le arrebató la décima estrella a sus rivales, en una inimaginada final con el Tolima. Pero, acostumbrado a las derrotas, la nueva estrella no paso de ser un triunfo efímero que descompuso a sus dirigentes y el tradicionalmente glorioso cayó en la más grande vergüenza de su historia deportiva y administrativa, expresada en los últimos lugares de la tabla durante los dos torneos del 2022, y en una crisis financiera sin precedentes.
Sus "dirigentes" se volvieron expertos en retórica y contagiaron al equipo técnico de esa "virtud". Aprendieron a manejar las justificaciones, con la complilcidad de algunos "periodistas", escondieron la gravedad de la crisis y entonces la bomba les estalló en el aire. De momento, no se vislumbran alternativas para la superación del la coyuntura crítica, porque, como se sabe, el factor económico es determinente paras el funcionamiento de la nstitución.
El recuerdo de figuras emblemáticas del azucarero, como el maestro Jairo Arboleda, tal vez el más heroico de su historia, el alud que todo lo arrolló a su paso, con preciosismo, a quien ni las murallas de los mejores jugadores hicieron retroceder. Desiderio, el “tranvía”, quizás el más impetuoso de los históricos del Cali, que penetraba hasta el arco seguido de sus adversarios dejados en el camino.
El Mago Loaiza, temido por todas las defensas, rayaba con lo fabuloso en la era suprema del equipo. Lallana, caballero en la vida, arrogante y romántico a la vez en la cancha. José Rosendo Toledo, el portero que atajó con armonía encantadora hasta los más recios vendavales técnicos. El Mudo Torres quien, como un pentagrama que contiene todos los sonidos siendo mudo, despertó el grito de la afición con sus deslumbrantes resplandores de buen fútbol. Hiroldo, con su atmósfera de admiración permanente por los desbordes veloces por la punta izquierda. Alberto, "El Tigre" Benitez, dejó una gran imagen en Colombia y en el exterior porque anotó goles importantes en Copa Libertadores; Gallego y Angulo, la llave Negra que le dio al Cali una extraña sensación de superioridad. El "Pecoso" Castro, con su magnetismo fue como el apóstol prematuro en la cancha y después desde el banco. Muchos, pero muchos más, que ya empezaron a recibir el homenaje del silencio, pero que son, igualmente, héroes de esta leyenda que se llama Deportivo Cali. Tendría que quedarme aquí todo el día para escribir los nombres que le dieron superioridad, que forjaron el orgullo y el dominio azucarero.
Una leyenda acosada por intermitencias penosas que despiertan el fervor pero que también acostumbraron al hincha a un equipo de media tabla que es como un prisionero político: solo y desarmado en poder de sus adversarios. En los últimos 6 años, el glorioso ha sido un Cóndor herido en mitad del vuelo, que aterriza dando tumbos en la tabla de posiciones del torneo colombiano. Juega unos partidazos que ilusionan, y a la fecha siguiente decepciona, en unos penosos altibajos que despiertan dudas y frustraciones entre sus seguidores.
La inasistencia de los hinchas al estadio es como una rosa negra de la indiferencia sobre el sepulcro del equipo que cultivó las más lindas y fragantes flores del fútbol nacional. Los técnicos de fútbol y los equipos tienen un destino cruel, pues todo calla en torno a ellos cuando calla su juego, cuando no hay resultados. El mensaje del silencio expresado en la ausencia de los estadios, es el peor castigo para un gran equipo.
A nuestro querido Cali nada le ha faltado, desde la grandeza de su gloria y ahora la grandeza de sus despojos. Ni tampoco las lágrimas de sus hinchas, incluidas las de "Montoyita"…y las mías.