martes, 17 de marzo de 2020

Memorias. Estoy a punto de olvidar (I)



1.- La felicidad inocente que sentí aquel ya muy remoto día cuando mi hermano Néstor me obsequió un juego de cuchara, tenedor y cuchillo con motivo de mi quinto cumpleaños. Ese día escuché por primera vez la palabra trinche y muchos años después, en el departamento del Caquetá, conocí y me moví por algunas trinccheras. Entonces pensé que mi hermano mayor, de maneara no deliberada, me predispuso con su regalo a la lucha constante que ha sido mi vida.

2.- La perturbación angustiosa que viví en Girardot durante un paseo escolar, a mis 8 años, al cruzar el puente férreo, en uno de mis primeros desafíos a las prohibiciones. Hoy, siento un placer casi morboso que me empuja a trasgredir, a actuar en contra de las normas, de lo establecido, de los convencionalismos, de los formalismos, de los protocolos hipócritas.

3.- La frustración provocada por mi profesor de quinto año, Ricardo Gonzáles, al reversar mi promoción al bachillerato, en represalia por un acto que le costó la pérdida de su traje por un corte que le hice -con una cuchilla de afeitar- en la manga derecha de su saco. Mi padre me produjo cortes muy similares en las nalgas, con un rejo conocido como "pretina", utilizado para los castigos más severos.


4.- El sentimiento combinado de vergûenza y orgullo que experimenté cuando me tocó caminar por las calles de mi natal Armenia, vestido con una sotana como estudiante del Seminario Menor San Pio X. Todavía conservo la estampa ridícula que me tomó un fotógrafo callejero en la carrera 16 de la capital quindiana. Cuatro años después, en esa misma institución y en desarrollo de mi conducta en contravía de los ordenado, fuí acusado de incurrir en actos de apostasía por mis frecuentes y calurosos debates sobre el orígen del hombre. Sin embargo, mi excelente rendimiento académico garantizó la permanencia en ese plantel hasta 10º grado, cuando fue clausurado por ausencia de estudiantes.
El ingeniero Humberto Gallego, el extinto comerciante Guillermo Alzate, el contralmirante Fernando Quintero, el abogado Octavio Osorio, el experto internacionalista en comercio exterior Carlos Enrique Ocampo, el licenciado en Idiomas Alfredo Maya, el médico ginecólogo Germán Arango y este suscrito "apóstata" tuvimos que graduarnos como bachilleres en otros establecimientos.


5.- El enfado de la directivas del mencionado Seminario al conocer un acto calificado como inocultable manifestación de iconoclastia perpetrado con la colaboración del hoy médico Germán Arango, en la continuación de las extravagancias juveniles. Las imágenes de la vírgen del Carmen y su niño en brazos, instaladas en la peluquería del claustro, fueron desfiguradas, disfrazadas y ridiculizadas con la colocación de barbas y bigotes usando pelo natural y pegante, que entonces se conocía como goma.
La  molestia del rector del seminario, el cura Julio Ernesto Dávila fue de tal intensidad que durante la asamblea general de estudiantes y padres de familia, convocada para denunciar el hecho, no pudo recobrar la calma y siempre habló con interrupciones espasmódicas, como los tartamudos. A mis padres se les pusieron los pelos de punta con esa historia y una semana después los "iconoclastas" seguíamos desfigurados, disfrazados por las secuelas del castigo que nos infligieron en casa y satanizados por el colectivo escolar.

6.-Los momentos de intensidad y plenitud que vivieron mis padres y mi hermana mayor, Gladys, durante la ceremonia de graduación como bachiller del colegio Rufino José Cuervo, donde aterricé tras el lanzamiento desde el Seminario. La obtención del grado de bachiller hace 42 años equivale a coronar un postgrado en la actualidad. Fue algo así como la recuperación del muchacho apartado del camino del sacerdocio, de la oveja separada del rebaño, del joven que cada día se alejaba de la conducta ideal diseñada por unos padres ultraconservadores.

7.-Mi desilusión por el engaño de la Universidad La Gran Colombia que en 1970 abrió en Armenia el pregrado de Derecho, después de una campaña nacional por los medios de comunicación. Al final, la propuesta resultó una tibia imitación de facultad de ciencias políticas que motivó el retiro de muchos de quienes anhelábamos convertirnos en brillantes abogados. El periodismo tiene una deuda con esta universidad de garaje, pues tras mi decepción di un giro hacia esta, la más linda e igualmente peligrosa profesión del mundo.

8.-La tristeza severamente perturbadora al encontrar a mi padre entre un grupo de sus "amigos", en una bulliciosa repartición de billetes, en el café El Ajedrez, de Armenia, gravemente afectado por el consumo de licor. Esta escena y otras muy frecuentes de sus borracheras semanales provocaron una fuerte vinculación de mi conciencia con esos episodios y lo que inicialmente fue un rechazo, se tornó progresivamente en una aceptación cómplice y -lo más grave- en una conducta aprendida que traspapeló el libreto de mi proyecto de vida.

9.-Mis largos -pero frecuentemente interrumpidos- sueños en los prados de la universidad de Antioquia, durante una desesperada cacería al hoy brillante y encumbrado abogado Nodier Agudelo Betancurt, quien telefónicamente me ofreció su apoyo para reintentar mi ingreso a una facultad de Derecho. Fue una semana kilométrica de hambre, frío, sueños no conciliados y problemas  con las autoridades a causa de mis merodeos constantes por los mismos lugares. Este trágico itinerario también me empujó hacia el periodismo de alguna manera pues una noche, casi madrugada, llegué hasta los estudios de La Voz de Antioquia, en donde el locutor de turno -nadie menos que el glorioso Pastor Londoño Passos- (q.p.d.) me dió café con pan y vigiló mi sueño de 4 horas en el sofá de la recepción, después de escuchar atentamente mi película y los relatos sobre mis efímeras incursiones en Radio Reloj de Calarcá y La Voz de Armenia.


domingo, 1 de marzo de 2020

Historias deVida: Argemiro García, una lucha desde las fronteras vulnerables de la docencia y el periodismo




Hijo de campesinos desplazados por la violencia al casco urbano del municipio de Génova, Quindío, acostumbrado a las privaciones, rebelde y orgulloso de su familia, el joven Argemiro García se montó en un bus de servicio intermunicipal con dos cartones: el de bachiller, debidamente registrado ante la autoridades educativas, y otro, lleno de ropa sin aplanchar, un par de tenis "croydon", sus pensamientos tristes perseguidos por la incertidumbre propia del joven que toma un camino desconocido, y sus sueños humedecidos por las lágrimas del desarraigo.
Con $200 de 1973 que le dio su papá como capital para la construcción del proyecto de vida, se dirigió al Caquetá, ilusionado por el sacerdote Leonel Narváez, quien días antes le aseguró que esa región de selvas vírgenes y de diversidad inconmensurable, no imaginada, necesitaba jóvenes como él, dinámicos, inquietos, llenos de vitalidad, dispuestos  a producir hechos trascendentales, a construir región y desarrollo, a comenzar un periodo histórico desde la Colombia olvidada de los entonces llamados "Territorios Nacionales".
Otro sacerdote, el inolvidable Padre Arnulfo Trujillo, lo recibió en su despacho de la entonces Inspección Nacional de Educación, a donde llegó el bachiller recién desempacado en busca de un trabajo como docente.
-Por qué te vienes desde el Quindío a aguantar hambre en esta tierra tan lejana, le preguntó el sacerdote|
-Yo no vengo a aguantar hambre, Padre, vine a trabajar en estas regiones olvidadas por el poder, por el centralismo y por la geografía, replicó el muchacho.
Con sus frases lentas pero llenas de sabiduría, el Padre Arnulfo le pidió que se fuera para Valparaíso en donde por la época la Iglesia estimulaba y exhortaba a la gente, a los campesinos principalmente, para que opusieran resistencia a las injusticias mediante la organización y la defensa de sus derechos.
Era la línea perfectamente cristiana dirigida por el emérito monseñor Ángel Cuniberti, según la cual la Iglesia debe estar al lado de los pobres, con su equipo integrado, entre otros, por el citado Padre Trujillo, las religiosas de la comunidad Bethlemita y un selecto grupo de cooperadores laicos, entre las cuales se destacaron Graciela Uribe y Clara Lucía Loaiza.
Muy pronto, el nuevo profesor hizo parte de los grupos de estudio que promovidos por reconocidos dirigentes sociales de la zona como el brillante e inolvidable líder, Jeremías Mendoza, mantenían la dinámica de la inconformidad y de la capacitación teórica que ayudó a la comprensión de los fenómenos sociales y de los orígenes de la desigualdad y la injusticia. Tenían, además, un instrumento llamado "Las Comunas Campesinas", eje de todo el proceso organizativo. Don Jeremías fue una de las primeras víctimas del conflicto en el departamento del Caquetá y de acuerdo con las averiguaciones de la época, los responsables del crimen fueron milicianos de las FARC.


 En ese renacimiento de ideas que buscaba cambiar la región desde los umbrales de la filosofía, se propagó un sarampión revolucionario tan contagioso como el "coronavirus", en medio de una extraña simbiosis ideológica, en una organización híbrida con gente de distintos sectores, estaban también Mario Poveda, Alfonso Bolaños, Octavio Narváez, su esposa Soledad Durán; Francisco Pabón, Wilfredo Jaramillo y Ricardo Franco, entre otros.
Era como un rugido de tigre que salía desde las montañas despertando las esperanzas de la población abandonada y excluida por el Estado, que finalmente evolucionó y se convirtió en la semilla de los distintos movimientos sociales de la década de los años setenta, alimentada por la desesperación del pueblo ante el desprecio oficial.
En ese medio se formó el docente Argemiro, desarrollando una sensibilidad especial por los dolores de la comunidad y avanzando en su proceso de cualificación política y académica, validó los estudios de Normal, gracias a las luchas del magisterio que presionó mediante la movilización los programas de capacitación y posterior profesionalización de los maestros del departamento.
Los campesinos recibieron el apoyo permanente de la Iglesia católica y de los docentes y entonces se produce un auge de masas que se expresó en distintas movilizaciones campesinas, una de las cuales, desde Valparaíso, tuvo la dirección del grupo de amigos de Argemiro, quien la presidió. El inconformismo campesino brotó en varias zonas del departamento, se produjeron muchas movilizaciones y surgieron los activistas quienes probados en la práctica de la protesta, se transformaron en verdaderos dirigentes populares que alcanzaron talla nacional como Jorge Guevara en la presidencia de FECODE y después como Senador, cargo al cual acaba de regresar en remplazo de Antanas Mockus. 
En Valparaíso, de manera simultánea, también dio sus primeros pasos en el despertar de su pasión por la radio. Cada partido de fútbol, de baloncesto y hasta algunas peleas de gallos, fueron "transmitidas" como si lo hicieran con los micrófonos de una gran emisora. 
 Trasladado al municipio de Morelia, los gamonales del pueblo, entre ellos los miembros de la familia Ricardo Acosta, lo pusieron a a prueba y aunque perdió su batalla con la casta turbayista que tenía a una de sus fichas, Hernando Henao, como secretario de Educación, mostró su garra y fue uno de los activistas más notables durante la lucha por la expedición del Estatuto Docente 2277. Y ademas, se cruzó en el camino de la profesora Esperanza Rincón, con quien se casó en Anserma, Caldas, y formó la linda familia, con sus dos hijos -Alejandro y Paola Andrea- y sus 4 nietos: José Daniel, Martín Andrés, Inti Isabel y Jerónimo.

Recordó con mucho cariño que por mediación de la entonces religiosa bethlemita Graciela Uribe, llegó a la inspección de Guacamayas, pasó a la educación secundaria y puso en marcha varias obras de teatro para expresar la situación social del momento y mostrar los anhelos de la comunidad.  
Inmerso en esa dinámica, adelantó estudios de pregrado y especialización y saltó a las cabinas de radio en donde terminó absorbido por la pasión de las comunicaciones.
Traslado al colegio Migani, y entre breves incursiones en los Medios locales, tomó las banderas del proyecto simbólico de ese colegio, el Encuentro de Periodismo Escolar, creado por otro docente y periodista, Nelson Osorio Patiño, lo fortaleció con el apoyo del Maestro Javier Dario Restrepo y lo convirtió en un referente para muchas instituciones educativas del sur del país.
Durante muchos años fue el motor que hizo crecer el periodismo escolar en el Caquetá y a través de los encuentros anuales en medio de la violencia, dejó escuchar la voz de los jóvenes contra la injusticia, contra las prácticas que destruyen el derecho y, de manera vehemente, sobre el derecho a la vida que no debe ser violado por ningún hombre ni por la sociedad. Mientras algunos Medios nacionales recogieron las conclusiones de los talleres de periodismo, los periodistas de la región no dimensionaron los alcances de ese proceso y se limitaron a registrarlo como un evento social.

Muchos jóvenes y profesores verificaron la importancia del uso de medios de comunicación masiva en la escuela y comprobaron que se trata de una herramienta de gran utilidad para el aprendizaje atractivo, interesante y cercano a la realidad tanto del alumno como de su entorno social. El periodismo escolar tuvo como temática principal el uso de los Medios para la Paz y para la transformación de los conflictos cotidianos.


Como producto de una tendencia ya  generalizada en casi todas las esferas sociales, administrativas y docentes del departamento, caracterizada por la envidia, las "zancadillas" y los golpes bajos como instrumento del "éxito", derivado de los paradigmas que forman ciudadanos individualistas, algunos lobos agazapados lograron sacar al profe Argemiro de la coordinación de los Encuentros anuales de Periodismo, en una decisión que sorprendió a la misma comunidad educativa.
Tras la llegada del obispo José Luis Serna al Caquetá, se conformó lo que se ha conocido como la dinastía eclesiástica que lleva su nombre, por la alianza con su hermano, el sacerdote Alvaro Serna, para retomar el vuelo clásico, romántico y vertical de la iglesia en el departamento. Las proporciones miniaturistas que la dinastía Serna le otorgó a los problemas de su feligresía y la falta de compromiso real por parte del entonces Vicariato para el desarrollo de los objetivos del movimiento de cooperadores laicos,  desbarató el trabajo adelantado en el marco de los postulados cristianos de solidaridad y lucha al lado de los más necesitados.
Este cambio en la conducción de la Iglesia católica caqueteña, sumado al incremento de la violencia y de la represión oficial, produjo la dispersión de los movimientos sociales, de sus principales dirigentes y, desde luego, de las masas que quedaron al garete, como escudo de las acciones militares.
La elocuencia y el brillo de los discursos de los dirigentes fueron remplazadas por el ruido de las balas y por el llanto de las comunidades. Muchos dirigentes silenciaron sus voces, los periodistas guardaron silencio o abandonaron la región  por causa de las amenazas, y la ciudadanía entró en una etapa de resignación y conformismo que fue aprovechada por la politiquería regional para la comisión de distintos actos de corrupción sin contradictores visibles.

El profesor Argemiro quedó atrapado en ese ambiente y como muchos docentes y periodistas, tuvo que rendirse a medias y con las banderas de su heroísmo casi arriadas, decidió fundar su programa de radio, "Cómo atardeció Florencia" que, con las limitaciones derivadas del miedo, el chantaje, la extorsión y las conveniencias, fue un ejercicio periodístico de servicio y de participación de la comunidad y un intento por acercarse al periodismo alternativo de doble vía entre emisores y receptores.
En medio de la inclemencia hostil derivada de la agudización del conflicto en Caquetá, como escenario importante de los actores armados, legales e ilegales, el profesor García admitió que tuvo que callar muchas  verdades, en el aula y en el micrófono.
-Los vientos de las inquietudes seguían soplando fuerte, pero en el ambiente y en el cielo se palpaban las amenazas, confesó.
Recordó que uno de los mayores miedos lo experimentó durante el tristemente recordado episodio de corrupción protagonizado por la alcaldesa Susana Portela. Con el documento en su poder, en el que German Isaza Morales se declaró como el cerebro de ese entramado delincuencial y relató pormenores de su itinerario, Argemiro dudó sobre su difusión en el programa radial. Pero finalmente lo publicó como una elocuente y ruidosa chiva periodística.
Se puede afirmar, pues, que además de las comunidades, la prensa y la docencia fueron otras víctimas del conflicto en el Caquetá.
Reconoció, del mismo modo, que el periodismo regional vive una etapa de marchitamiento, atribuido a las deficiencias en la formación y a la transformación de los periodistas en propagandistas que deben arrastrarse detrás de la pauta para asegurar un salario digno. 
-En la actualidad la prensa del Caquetá está al servicio de la clase política, dijo Argemiro en un tono combinado de dolor y enojo, y reclamó de sus colegas una autocrítica sana que permita construir formas de comunicación alternativas al servicio de de los intereses de las comunidades. Y especialmente al servicio de la Paz en esta época del posconflicto.

Su combatividad nativa, heredada de la raza campesina, lo ayudó a florecer también en el medio de la economía solidaria, en donde mantuvo la mano tendida a sus amigos en una actitud humanitaria desde la cooperativa Utrahuilca, een la cual ocupó algunos cargos de dirección.
Desde la dulce quietud de su enfermedad, con los vientos de la solidaridad y reconocimiento que en las redes sociales forman una tempestad cuando se presentan noticias sobre el docente, amigo y cooperativista, el profe Argemiro  me dejó ver su alma excepcionalmente optimista y la fuerza moral que le permite superar su conmoción dolorosa. Es como una actitud triunfal en medio de los dolores, pero también de la solidaridad, el reconocimiento y la gratitud del pueblo caqueteño, de sus alumnos, de sus lectores, de sus oyentes.
Y caminando sobre los laureles conquistados, nos olvidamos de las penas y en un viaje hipotético, regresamos altivos a su natal Génova para entregarle a su papá los trofeos conquistados a partir de los $200 pesos de 1973.