Asomado en la ventana desde donde se ven los jardines
apacibles de los años postreros de la vida, en la tarde muy cercana a la noche
que les da paz absoluta a los ancianos, Don Raimundo Muñoz Muñoz interrumpe con
frecuencia su soledad y grita frases que son el saludo a un jardín encantado,
voltea su cara hacia los que están cerca y les recuerda su heroica juventud.
Como contemplando el fondo de su vida y de su corazón,
dice en voz alta que sacrificó su tiempo por la familia, “fui verraco para todo”
y asegura que le arrancó la energía y los secretos a los cables de la luz con
los que trabajó la mayor parte de su vida, hasta pensionarse como obrero de la
electrificadora del Huila, hace 50 años.
“El tiempo es largo, como la vida dure”; “no hay más San
Juan que el de Oporapa y más amor que el de la mama”; “Juépale carajo que
cuando chiquita tenía” y “me gusta el tren porque camina y la mujer porque se
empina”, son las expresiones más frecuentes que salen con tono vehemente desde
su caminador a medida que da pasos evidentemente fatigados pero triunfantes.
Con mucha frecuencia vuelve su memoria hacia los
campos lejanos de la juventud y narra los episodios de la época como ayudante
de albañilería de su padre, las frecuentes tomadas de trago, durante las cuales
“nadie me miraba feo porque les daba en la jeta, carajo”, así como las
reuniones de amigos y las fiestas de la empresa.
Del mismo modo -después de tomarse un trago doble de
aguardiente- recuerda su condición de hombre tranquilo en el hogar, en donde
impartió autoridad sin represión, de acuerdo con el testimonio de sus hijos y
de personas cercanas a la familia que lo califican como un hombre “bonachón”.
Por alguna razón que no pude establecer, don Raimundo no habla de la violencia
partidista de la mitad del siglo pasado y siempre evadió mis preguntas sobre
esa bestia que devoró la patria. Sus recuerdos están encriptados y sellados y
no pude conocer ese momento histórico en la vida de un humilde trabajador que
se la pasó de casa en casa como instalador de redes eléctricas, por lo cual
tuvo mucha información sobre los hechos que caracterizaron esa etapa cruel y
triste de la historia nacional.
Lo cierto e incuestionable es que Colombia, desde
el fin del dominio español, ha sido escenario de conflictos violentos sin
solución que han contribuido a radicalizar la división social, por causa de la
bipolarización extrema que representaba el que el espectro político y electoral
estuviera copado casi en exclusiva por los partidos Liberal y Conservador. En
la década de los treinta, Colombia empezaba a ser permeada por los cambios
políticos, sociales y económicos que presenció y sufrió don Raimundo y además
se registra el fin de la hegemonía conservadora. Y también fue tocado por la
violencia desatada tras el asesinato de Gaitán e igualmente testigo del
conflicto más reciente que intentamos superar tras la firma de los Acuerdos de
Paz.
Atribuyo su silencio sobre los temas asociados a la
violencia, a la vigorosa e imperturbable discreción que los viejos mantuvieron
respecto de los hechos ocurridos en su entorno y gracias a la cual
sobrevivieron en medio de esa convulsión producida por las murmuraciones y los
testimonio “de oídas”, muy frecuentes en épocas de guerra. Y él lo reconoce: “Abundan los sapos…los
chiquitos y los grandes”, dice don Raimundo también con cierta frecuencia en
sus conversaciones.
Los viejos de hoy, sobrevivientes de los conflictos,
fueron los jóvenes que guardaron los hechos como confidencias exclusivas para
su Yo interior, ese Yo interior que impera en los dominios de lo desconocido y
que solo abre los labios para la madre Soledad.
Palpé en su mirada una angustia dolorosa cuando le
pregunté por su esposa y sentí las vibraciones de su alma en la respuesta:
-Se llama Margarita Muñoz y murió hace 12 años, me
dijo mirándome a los ojos. Y como el dolor es una fraternidad, sentí piedad por
su expresión de desvanecimiento y entonces fuimos hermanos en la pena por unos
instantes.
Hundido en el espectáculo de la autocontemplación
característica de los ancianos, violada por la presencia de un interlocutor
“preguntón” –como me dijo don Raimundo- me metí a la cama fría en “Casa Vieja”
y proyecté esta nota, pensando, del mismo modo, en cómo desaparecemos en los
horizontes del tiempo.
Muy temprano, casi adolescente, la tormenta de la
pobreza arrojó a don Raimundo sobre el seno tumultuoso y hostil de la
competencia laboral. Le tocó realizar distintas actividades, principalmente en
mantenimiento y aseo, para atender los gastos familiares y recuerda que trabajó
en la división de rentas del departamento del Huila, acompañó a su mamá y
protegió a sus hermanos menores.
Fue un bebedor frecuente de aguardiente pero sin
excesos, sin trasnochas ni escándalos, aunque confiesa que muchas veces le puso
sus puños encima a “más de uno por groseros" y se ganó la fama de peleador
respetado por sus contertulios y en general por las comunidades de Suaza y
Guadalupe.
-El aguardiente me mantiene vivo y alegre, dice en voz
alta y mira a sus hijos para que le den la dosis diaria que muchas veces pide,
en vano, que se la aumenten. Siempre tomó el mismo trago doble que ahora le dan
por la mañana, al medio día y por la tarde. Y algunas veces, como el día de la
entrevista, de manera excepcional, un trago extra “para que se active”, dijo su
hijo Norberto.
Como todas las personas demasiado mayores, don
Raimundo se absorbe en silencios prolongados, como escuchando las confidencias
de sus propios secretos, y quizás
mirando hacia la eternidad, tramando algunos argumentos para vencerla…o
para conquistarla. Son los primeros encuentros de la vida con el huerto del
descanso.
Todo anciano es una página de la historia, verídica,
osada, cruel o simpática como fue su vida, con la savia que lo nutrió y con la
sabiduría que aprendió; con el heroísmo que demostró y amó, con la fatiga
derivada de la construcción de sus proyectos y con el olvido de sus labores y
episodios más significativos que se fugaron al exilio, decretado por el paso
inexorable del tiempo y el deterioro normal de las habilidades propias de los
individuos.
Sus hijos Margarita, Nelly, Raimundo, Luis Eduardo,
Norberto, Miriam y toda su descendencia –
17 nietos y 13 bisnietos- son los principales admiradores de la formidable
resistencia de su padre, abuelo y bisabuelo, pero en general los habitantes de
Suaza y Guadalupe, las vecinas poblaciones del sur del Huila, miran con
profundo respeto a don Raimundo quien ya es una estatua viva y ambulante con el
escudo de la resistencia y la simpatía propia de los guerreros sembradores. No
toma ningún tipo de medicinas, no usa gafas y su voz es firme, alta y sonora,
una condición que no solo deslumbra sino que también fascina…es un derroche que
embellece a esta joya histórica del sur del Huila. Es un trofeo que llena de
orgullo a quienes lo tenemos entre nuestras manos y a la vez es un orgullo que
exhibimos sin soberbia.
Es un triunfo que resuena gratamente en el corazón de
toda la familia, de sus allegados, de la comunidad, como el eco de una victoria
permanente. Es una victoria que se observa a través de un cristal para no
contaminarla.
Sus familiares recordaron que don Raimundo es el hijo
menor de 5 hermanos longevos, la más joven de los cuales murió de 89 años;
cuentan que en la familia su mamá fue la que puso los condiciones y el “viejo”
siempre estuvo más preocupado por la atención de las necesidades fundamentales
y la asistencia a la iglesia y en general a los oficios religiosos. Hoy su
relación con los hijos es muy horizontal, de camaradería familiar, aunque por
momentos les recuerda que él es quien manda en su casa, especialmente cuando le
“maman gallo” para darle la dosis diaria de sus tragos dobles de aguardiente.
-Tengo una pensión, me la gané trabajando, les dice a
los encargados de administrarle el dinero. Viste de manera formal, elegante y
los fines de semana usa una cachucha cuya visera pone hacia atrás la mayor
parte del tiempo.
Hace varios años, la electrificadora del Huila lo
presentó como personaje principal en un homenaje a los trabajadores más antiguos
de esa empresa y diariamente recibe expresiones de reconocimiento y gratitud
espontánea por parte de personas que pasan por su casa y perciben la energía
alegre de un hombre claro y tranquilo que los deja perplejos.
Ninguno de sus allegados recuerda haber visto enfermo
a don Raimundo y su hijo Luis Eduardo explicó que hace algunos años, molesto
por dolores abdominales, el hombre fue llevado donde un médico homeópata quien
le dio un medicamente que disolvió los cálculos en la vesícula del centenario bisabuelo.
-Tengo el cuero sano, declara con orgullo.
Más recientemente y ante la pérdida de su movilidad,
don Raimundo fue sometido –casi contra su voluntad-a una cirugía en la cabeza,
pero al salir del procedimiento se sintió mal y no reconoció a sus familiares.
Fue remitido nuevamente a Neiva en donde corrigieron la operación y recuperó
sus articulaciones y su memoria. Aunque tiene algunas limitaciones, se desplaza
solo, apoyado en un caminador de aluminio, desde donde canta victoria por los
101 años que cumplirá este mes de junio del 2020.
-Si usted fue un hombre “toma trago, callejero y
peleador”, es muy probable que haya tenido hijos en otras mujeres, le pregunté.
-No señor, por ahí si no ofendí a Dios, contestó
visiblemente molesto y me pidió que me retirara. Regañado y a prudente
distancia, vi cómo se pasó su mano izquierda por la cara, como una caricia, y
sentí un extraño perfume que salió de esa alma taciturna…son los aromas de los
recuerdos, pensé.
En medio de una comunión excepcional con sus familiares
que lo respetan y aplauden, la casa de don Raimundo en Guadalupe es una
verdadera playa en donde bajo un cielo tranquilo se pasea la ternura de un viejo estremecido por el cariño
y las atenciones de la gente que lo venera, que lo admira y disfruta con esa
gloria de 101 años y con su pasado luminoso.
Mientras tanto, como el eco de una música muy lejana,
a don Raimundo le llegan las ondas rumorosas y lentas de sus recuerdos, algunos
ajados por el paso del tiempo y otros intactos, entre los que dejó ver la cara de
los profesores huraños de su época, los campesinos por todas partes, los niños
inocentes que pasean sin alguna amenaza por las pocas calles empedradas de
Suaza y Guadalupe; los adolescentes hiperactivos, los rostros angelicales y
colorados de la muchachas igualmente cándidas y todo el entorno sensitivo,
tierno y hermoso que nos robó la violencia.
Con mi deseo de intimidad frustrada con don Raimundo,
aumentado por mi imaginación, como sueños y capricho, sin respuestas sobre la
cotidianidad de la violencia en los municipios conservadores del sur del Huila,
me incliné sobre esos 101 años de sabiduría y al hacer una venia como la de los
japoneses, vi que las sombras del crepúsculo me envolvieron, quedé como un
vencido prematuro y la mirada de don Raimundo estranguló mis palabras.