Esta noche de
transición entre el 20 y el 21 de enero, la luna nos ofreció un espectáculo
mixto, perturbador, atractivo y al mismo tiempo sombrío
Las nubes, ensangrentadas por el paso de los rayos del sol
moribundo, quedaron grises y azulosas con la luz de la superluna que se alzó en
el horizonte para observar el sol que se
ocultaba Cuando la sombra brutal envolvía la noche, apareció la Superluna, que
anoche estuvo 25 mil kilómetros más cerca de la tierra. Un espectáculo solemne
y encantador.
De conformidad con los astrónomos, por su órbita elíptica, la
luna estuvo en el punto más cercano a la tierra, unos 25 mil kilómetros menos y
en consecuencia la vimos más grande, principalmente cuando se iniciaba la noche
y a la madrugada, cuando se ocultaba.
El rayo fulminante de la luna llena que hoy nos miró desde un
punto más cercano, se metió entre las melenas de las nubes, imponiendo su
brillo sereno pero soberbio. Imperturbable, la superluna iluminó la faz de la
tierra, como un tropel apocalíptico con la velocidad de sus rayos azules.
Porque la naturaleza la hizo así, inquebrantable ante los rayos del sol... y
puntual, a pesar del paso de los siglos. Con la soledad poderosa de su vuelo
recorrió los campos de crueldad, demagogia, barbarie y miedo comunes en nuestro
país y se regocijó con la mirada de los niños inocentes que admiraron su
ascenso lento pero imparable.
Este evento fue especial porque el diámetro de la Luna se vio
un 14 por ciento mayor, lo que se conoce popularmente como superluna. Esto se
debe a que nuestro satélite estuvo en su perigeo, es decir que en su órbita
alrededor de la Tierra se encontró en su punto más cercano al planeta (357,877
kilómetros).
Pero esta noche de transición entre el 20 y el 21 de enero,
la luna nos ofreció un espectáculo mixto, perturbador, atractivo y al mismo
tiempo sombrío, al ingresar primero a la penumbra y después a la umbra
proyectada por la tierra que se interpuso entre ella y el sol. A su silencio
sempiterno, se sumó el manto sagrado y misterioso de la oscuridad. Y en la
desolación de esa perspectiva, millones de personas en todo el mundo, los
avaros, los corruptos, los politiqueros, los violentos y los gobernantes, los
enamorados, todos esclavos de sus vicios y de sus temores, acosados por sus
pecados, también disfrutaron con la belleza indiferente del eclipse, con el enrojecimiento
del satélite natural de la tierra, como apenado por el beso irredimible de la
sombra, como si fuera el primer beso en los labios de una virgen.
Y en algunas
fotografías se vio como una enorme lágrima incandescente, sobre la cual flotaba
una especie de vapor de pesadumbre, quizás porque desde la suprema oscuridad
percibió el dolor y halló el rostro de la Colombia conformista sacudida por una
explosión tras 8 años de un proceso de construcción de Paz y convivencia.
Cuando la tierra
terminó su tránsito por el plano que interrumpió el paso de la luz solar, la
luna regresó con su perfil imperturbable y su luz azulada se diseminó por el
horizonte y proyectó imágenes extrañas sobre el paisaje terrestre, peregrinó
por campos y ciudades, por cementerios, edificios, mansiones, casuchas de
cartón, ríos y mares y también por las vidas siniestras de los enemigos de la
Paz que votaron a favor de la guerra y en las últimas horas marcharon hipócritamente
inconsolables tras el bombazo en la escuela General Santander.
Desde el municipio de Solano, con sus más de 42 mil
kilómetros de extensión, en el corazón de la Amazonia colombiana, sentados con
la profesora Inés en una banca larga de iglesia, con el cielo pálido y la luna
metida entre nubarrones, abstraídos por este gesto solemne del satélite
gigante, le pedimos en silencio que, con sus fulgores, dispersara a cuatro
vientos la ceniza de la desolación que se percibe en Colombia y sembrara la
esperanza en valles y montañas porque es evidente que de la mano ambiciosa de
los poderosos y ante el conformismo e indiferencia de los humildes, se cocinan
nuevas catástrofes. Un nuevo periodo de fatalidades se incuba bajo las alas de
las élites dominantes y entonces una nueva noche sin fronteras caerá sobre las
masas de colombianos que le negaron una oportunidad a la Paz. De lo poco que se
ha construido, nada sobrevivirá porque el pueblo sin memoria irá hacia el
olvido.
Porque la muerte de las víctimas de la violencia es un
anticipo de nuestra propia muerte, porque morimos con ellas. Y el tiempo se lleva
los cadáveres de nuestros recuerdos. El único aliento es la premisa según la
cual los muertos son aquellos que no luchan y que mientras exista una sola
persona dispuesta a morir por una causa justa, habrá esperanza.
Como rocío, cayeron sobre nosotros algunas gotas, pasada la una
de la madrugada, con la luna triunfal, a salvo, moviéndose con afán hacia el
occidente y un soplo de libertad nos dio en la cara. Fue un soplo de energías
que perturbó positivamente el comienzo de este lunes 21 enero, cuando el país
regresa de las vacaciones de fin y comienzo de año.
Los hijos del silencio son los hijos del olvido, pensé
mirando la Superluna que a las 2 de la mañana, dominante y voluptuosa, me
iluminó el alma y me mostró que es más grato lo que se sueña que lo que se
vive.