lunes, 21 de enero de 2019

Eclipse de Superluna, la voluptuosidad del silencio y las tinieblas


Esta noche de transición entre el 20 y el 21 de enero, la luna nos ofreció un espectáculo mixto, perturbador, atractivo y al mismo tiempo sombrío

Las nubes, ensangrentadas por el paso de los rayos del sol moribundo, quedaron grises y azulosas con la luz de la superluna que se alzó en el horizonte  para observar el sol que se ocultaba Cuando la sombra brutal envolvía la noche, apareció la Superluna, que anoche estuvo 25 mil kilómetros más cerca de la tierra. Un espectáculo solemne y encantador.

De conformidad con los astrónomos, por su órbita elíptica, la luna estuvo en el punto más cercano a la tierra, unos 25 mil kilómetros menos y en consecuencia la vimos más grande, principalmente cuando se iniciaba la noche y a la madrugada, cuando se ocultaba.
El rayo fulminante de la luna llena que hoy nos miró desde un punto más cercano, se metió entre las melenas de las nubes, imponiendo su brillo sereno pero soberbio. Imperturbable, la superluna iluminó la faz de la tierra, como un tropel apocalíptico con la velocidad de sus rayos azules. Porque la naturaleza la hizo así, inquebrantable ante los rayos del sol... y puntual, a pesar del paso de los siglos. Con la soledad poderosa de su vuelo recorrió los campos de crueldad, demagogia, barbarie y miedo comunes en nuestro país y se regocijó con la mirada de los niños inocentes que admiraron su ascenso lento pero imparable.

Este evento fue especial porque el diámetro de la Luna se vio un 14 por ciento mayor, lo que se conoce popularmente como superluna. Esto se debe a que nuestro satélite estuvo en su perigeo, es decir que en su órbita alrededor de la Tierra se encontró en su punto más cercano al planeta (357,877 kilómetros).
Pero esta noche de transición entre el 20 y el 21 de enero, la luna nos ofreció un espectáculo mixto, perturbador, atractivo y al mismo tiempo sombrío, al ingresar primero a la penumbra y después a la umbra proyectada por la tierra que se interpuso entre ella y el sol. A su silencio sempiterno, se sumó el manto sagrado y misterioso de la oscuridad. Y en la desolación de esa perspectiva, millones de personas en todo el mundo, los avaros, los corruptos, los politiqueros, los violentos y los gobernantes, los enamorados, todos esclavos de sus vicios y de sus temores, acosados por sus pecados, también disfrutaron con la belleza indiferente del eclipse, con el enrojecimiento del satélite natural de la tierra, como apenado por el beso irredimible de la sombra, como si fuera el primer beso en los labios de una virgen. 

Y en algunas fotografías se vio como una enorme lágrima incandescente, sobre la cual flotaba una especie de vapor de pesadumbre, quizás porque desde la suprema oscuridad percibió el dolor y halló el rostro de la Colombia conformista sacudida por una explosión tras 8 años de un proceso de construcción de Paz y convivencia.
 Cuando la tierra terminó su tránsito por el plano que interrumpió el paso de la luz solar, la luna regresó con su perfil imperturbable y su luz azulada se diseminó por el horizonte y proyectó imágenes extrañas sobre el paisaje terrestre, peregrinó por campos y ciudades, por cementerios, edificios, mansiones, casuchas de cartón, ríos y mares y también por las vidas siniestras de los enemigos de la Paz que votaron a favor de la guerra y en las últimas horas marcharon hipócritamente inconsolables tras el bombazo en la escuela General Santander.

Desde el municipio de Solano, con sus más de 42 mil kilómetros de extensión, en el corazón de la Amazonia colombiana, sentados con la profesora Inés en una banca larga de iglesia, con el cielo pálido y la luna metida entre nubarrones, abstraídos por este gesto solemne del satélite gigante, le pedimos en silencio que, con sus fulgores, dispersara a cuatro vientos la ceniza de la desolación que se percibe en Colombia y sembrara la esperanza en valles y montañas porque es evidente que de la mano ambiciosa de los poderosos y ante el conformismo e indiferencia de los humildes, se cocinan nuevas catástrofes. Un nuevo periodo de fatalidades se incuba bajo las alas de las élites dominantes y entonces una nueva noche sin fronteras caerá sobre las masas de colombianos que le negaron una oportunidad a la Paz. De lo poco que se ha construido, nada sobrevivirá porque el pueblo sin memoria irá hacia el olvido.

Porque la muerte de las víctimas de la violencia es un anticipo de nuestra propia muerte, porque morimos con ellas. Y el tiempo se lleva los cadáveres de nuestros recuerdos. El único aliento es la premisa según la cual los muertos son aquellos que no luchan y que mientras exista una sola persona dispuesta a morir por una causa justa, habrá esperanza.
Como rocío, cayeron sobre nosotros algunas gotas, pasada la una de la madrugada, con la luna triunfal, a salvo, moviéndose con afán hacia el occidente y un soplo de libertad nos dio en la cara. Fue un soplo de energías que perturbó positivamente el comienzo de este lunes 21 enero, cuando el país regresa de las vacaciones de fin y comienzo de año.
Los hijos del silencio son los hijos del olvido, pensé mirando la Superluna que a las 2 de la mañana, dominante y voluptuosa, me iluminó el alma y me mostró que es más grato lo que se sueña que lo que se vive.



martes, 8 de enero de 2019

Bolivia, tierra de atavismos ancestrales, recuerdos de sacrificios, hija de las barbaries "conquistadoras"



Subido al bus de la normalidad después de casi un mes de febril itinerancia, con el mapa del Estado Plurinacional de Bolivia extendido sobre el escritorio y convencido de que los viajes son la mitad de mis pasiones, le hago cacería a las estampas más sobresalientes, perfumadas y luminosas del tránsito por el país del "compañero Evo".
Atraído por la construcción de nuevas identidades políticas, que transformaron las relaciones de poder a favor de las clases populares y con la intención de observar otros pueblos latinos de la misma raza heterogénea y confusa, como la colombiana, producto del cataclismo que fracturó la tierra y dibujó paisajes encantadores en la América del Sur, llegamos a Santa Cruz de La Sierra, el centro comercial, el músculo económico de Bolivia y santuario de la oposición radical contra el indígena Presidente.
La industrialización, la mecanización de las labores agrícolas, el desarrollo del sector comercial y el de servicios, así como la mezcla de culturas –argentina, Paraguay, Brasil, Perú y Chile- han modificado notablemente el entorno social, el paisaje urbano y las costumbres de los “Cambas”, como se les dice a sus habitantes. Ninguna de las personas con las que me relacioné supo cuantificar el número de habitantes de la ciudad, por causa de su crecimiento arrollador durante los últimos años. Pero, por deducción a partir de los recorridos que hicimos en auto, el número de sus habitantes no se baja de los 2.500.000.


La ciudad está dividida en anillos que de alguna manera se asocian con las clases sociales, siendo los externos los que envuelven a los sectores populares, tiene un servicio de transporte con frecuencias satisfactorias, eso sí, atendidas en vehículos antiguos y pequeños, la mayoría de cuyos conductores irrespetan constantemente las normas y señales de tránsito. El sobrecupo es normal y durante nuestra permanencia no vimos ni sentimos acciones de control por parte de las autoridades; abundan las  ferias artesanales, el arte callejero, la buena comida a bajos precios y en las vías, entre los transeúntes; el desorden y el caos vehicular se acentúa en las calles de "Barrio Lindo", que es un mercado popular enorme, lleno de artículos de toda clase, expuestos en callejuelas y encrucijadas en las que me separé del grupo familiar mientras tomaba una foto y desencadené una emergencia. Los “Cambas” son atentos pero también encuentras algunos indios indómitos que te rayan el alma con su mirada.
Rodeada de bosques y atravesada por el río Piraí, otrora majestuoso caudal, reducido a una colada de agua pantanosa aunque, sostienen sus habitantes, en invierno crece de manera peligrosa.  A poca distancia del casco urbano y sobre sus orillas, están las conocidas Cabañas, uno de los atractivos de mayor interés, en donde se saborean los mejores platos de la comida boliviana y otros especiales en locales de construcciones rústicas con materiales regionales y se puede degustar la comida típica cruceña como el majadito, patasca y locro, entre otros; además de los sabrosos pandebonos -a los que les llaman "cuñapé"- como si estuvieras en Zarzal o La Uribe, Valle del Cauca.
Nos sorprendimos al encontrar en el menú, armadillo a la brasa, al que llaman “tatú”. Un minuto después, nuestros contertulios caqueteños nos dejaron boquiabiertos porque, según dijeron, en Bolivia no cazan ni consumen la carne de chigüiro, capiguara o Yulo a pesar de que se ven manadas en las carreteras, porque existe la creencia que este, el roedor viviente de mayor tamaño, transmite la lepra, terrible enfermedad infecciosa.
Advirtiendo nuestra sorpresa por el plato de armadillo, asado en su propia concha, el mesero se apresuró:
-Aquí no está prohibida su caza, ni tampoco su consumo, dijo en tono afirmativo.
Abundan, de la misma manera, el taitatu o cafuche, el tropero o manao, el Jochi pintao o borugo y la calucha o guara.
En lo social, parece bastante claro que las nuevas identidades políticas fueron más allá de las personas de manera individual y reflejan un proyecto político construido para las mayorías sociales, con la ejecución, además, de importantes obras de infraestructura, lo que a su vez posibilitó que dichos proyectos ganaran de manera amplia y mayoritaria en las urnas, a pesar de la férrea y bien organizada oposición de amplios sectores de “cruceños”.
Pero a la barbarie primitiva de sus pueblos, le sigue ahora otra barbarie, la barbarie política de la izquierda que tras desflorar el poder se atornilló en él. Aunque  la gente lo reconoce como un proyecto político nacional-popular que transformó el Estado y su modelo económico, es evidente el cansancio con el nombre de Evo, a quien muchos sectores ya lo ven como una constelación adorada, contaminada por los vicios del privilegio y la corrupción, los que fueron su bandera de combate, y también lo acusan de incurrir en muchos casos de despotismo oprobioso.

Cochabamba, el adversario

Dominada por el enorme Cristo de la Concordia, clavado en uno de los cerros que la custodian, en donde el conquistador sometió a las indias vírgenes o quizás las recibió donadas por los caciques abyectos, está Cochabamba, cuyos habitantes tienen los rasgos acentuados, derivados de esos besos y abrazos combinados de la fuerza y el miedo, del comienzo de las visitas constantes de los aventureros sobre toda América. 
En esta ciudad, proclamada por sus habitantes como el corazón del país, se percibe claramente el sentimiento de apropiación y elogio de sus antepasados, expresado en sus costumbres alimenticias, en el vestido y en su forma de ver e interpretar el mundo. Allí observamos el genotipo boliviano universal que no es visible en Santa Cruz por causa de la mezcla que mencioné.
El traje típico que refleja la influencia de de las distintas culturas es notorio entre sus pobladores pero no de manera generalizada, lo cual indica el gradual ascenso de las culturas invasivas
El vestido largo de talle angosto, con flores en la tela, pañuelo de seda en el cuello, volados, mandil, alpargatas y la trenza y el sombrero de ala pequeña, son elementos comunes en los sectores populares.
Ahí en el silencio de sus selvas y de las montañas andinas sublimes que ascienden hasta La Paz, la capital administrativa del Estado, sobre lechos de hojas secas o en hamacas suspendidas entre las ambiciones de los invasores, se engendró la raza feroz pero también la apática y servil de nuestra américa sureña.
“Cocha”, como se le denomina, conserva su personalidad virreinal y se extiende por un valle fértil y productivo. Es evidente la rivalidad entre “Cambas” y “Cochas” y son frecuentes las acusaciones mutuas sobre inseguridad, pereza, abandono, descortesía y también las reivindicaciones orgullosas de su urbanismo, industria, personajes importantes y hasta con ídolos de sus mitologías y las danzas alrededor de la hoguera. Son muy dados al culto de sus héroes pero también son muy visibles quienes duermen en la indiferencia. Pero por lo general, la gente es naturalmente tímida y siente la necesidad de un amo, de un gamonal, de un cacique, de un caudillo…o de un Santo.
Los recuerdos de los viajes son como resistencias de fotocelda que se estimulan con la luz de cada amanecer. Hoy me mostraron las colinas multicolores, que dominan el viaje a la población turística de Toro Toro, confundidas con el crepúsculo encendido; una  belleza que produce a veces una tensión dolorosa del ánimo. Esas mismas sensaciones percibidas en el famoso y profundo mirador del geoparque de los dinosaurios, cuando se templa el cuello, se hincha el tórax, se inmoviliza el cuerpo, se quiere gritar de terror ante el abismo...la belleza sublime, espanta también.
Qué bello oráculo para este pueblo boliviano silencioso, sobre el cual es muy difícil dibujar ilusiones por la marcada diversidad de su raza y de su medio social...en esas sombras impenetrables de su etnología y de  su sociología en los que extraños atavismos obran en ellos, con sus teogonías absurdas y sus  incipientes organizaciones sociales, sus grupos autóctonos dispersos, llenos de mitos, con nuevos dioses y nuevos amos. El culto de la naturaleza generosa, de la fauna, de la flora,  fue sustituido por dioses nuevos, humanos y divinos, igualmente trágicos que han estimulado el fanatismo, el cáncer que carcome esas almas de selva incapaces de elaborar críticas efectivas, asombradas por los fenómenos políticos que no comprenden, como sus antepasados que no comprendieron el rayo, los huracanes, el viento y la misma muerte.
Si en Shakespeare las selvas andan y los espectros hablan, las colinas rojizas, grises y azulozas de Bolivia y sus tierras abrasadoras, calcinadas, con rocas volcánicas y sus cactus gigantes, son, sin duda, parte la inspiración del poeta y dramaturgo inglés.


Las viejas casas  de solares grandes, matizados de flores, de moles enormes en decadencia, en Toro Toro, son un rincón de sombra iluminado por las reflexiones de la luz de sus montañas pintadas por la brocha mágica de la naturaleza. Casas desocupadas, de salones inmensos, con sus espejos opacos en los cuales se miraron sus penas varias generaciones y algunos muebles viejos consumidos por las polillas que también se comieron las ropas de seda.
Y en su parquecito, un dinosaurio de tamaño real, embriagado de las pompas que le ofrecen los visitantes, con sus ojos taciturnos, contrasta con una “Chola” que amamanta un bebé, sin prestarle atención a los turistas que la contemplan.

-Deme 20 bolivianos, me dijo después de que le hice una foto con sus 4 hijos formados en "escalera".
Después de estas imágenes de desamparo y soledad, caminamos hasta la colina cercana, en donde funciona la pista de aterrizaje para aviones pequeños y desde allí caminamos por atajos y descendimos hasta el mirador, desde donde observamos con estupor exquisito la hendidura profunda y perfecta que dibuja el río deslizándose como una serpiente gloriosa.
Una somnolencia, como las que siguen a una noche de fiebre, me sacó del paseo a Bolivia con las luces de la tarde que se metieron lentamente y me rayaron la pantalla del computador. Una luz sutil, empujada por el viento me dio en la cara y entonces recordé que anoche dormì solo media hora por causa del calor infernal de Neiva, que en las ultimas horas subiò a 40 grados.
Mientras tanto, allá en el sur, el pueblo boliviano duerme para siempre en sus selvas lejanas, tapados sus ojos y sus oidos por la magia de la propaganda oficial que alimenta el odio después de lo que fue su gloria de dos lustros.