viernes, 29 de enero de 2016

¡Hasta luego!, padre Ariel Hoyos Zuluaga


Transcurrían los días tristes, cuando en el periódico Florencia –que funcionó como órgano del entonces Vicariato apostólico de Florencia- se le daba la espalda a los problemas más sentidos de la comunidad y se privilegiaban las notas misionales católicas en contraste con el calentamiento de la protesta y la lucha popular en un periodo considerado como el de mayor auge de masas en el departamento del Caquetá. Como dijo un dirigente político del siglo pasado, “se amordazaba al león por miedo de oírlo rugir”.

En concordancia con su pensamiento consecuente con los postulados cristianos de solidaridad y lucha al lado de los más necesitados, Monseñor Angel Cuniberti nombró al padre Ariel Hoyos como director del Centro de Pastoral Profética, alrededor del cual se gestó un movimiento social con representación de reconocidos dirigentes campesinos, cívicos, cristianos y de juventudes que por la época actuaban prácticamente sin dirección. Se llamó Movimiento de Cooperadores Laicos y fue el motor organizativo de distintas luchas, principalmente de los campesinos, en defensa de sus derechos, expresadas en las gloriosas e inolvidables marchas campesinas de los comienzos de la década de los setenta, que se extendieron durante varios años y que para algunos fueron la vanguardia de la protesta social que incluyó el inolvidable paro cívico de 1977 ceon el que se obtuvo la interconexión al sistema eléctrico nacional.
De manera simultánea con la dirección del movimiento de cooperadores laicos, el padre Ariel comenzó sus funciones como director del periódico Florencia, a través del cual se encadenó la parte organizativa, promocional y operativa de las distintas expresiones de inconformidad y se transformaron los contenidos informativos que se pusieron al servicio de las comunidades.
Fue un enamorado del culto a los pequeños detalles en el proceso organizativo de las comunidades y un fanático de la solidaridad. Rompió con las viejas fórmulas usadas hasta entonces por la iglesia católica en sus contactos con las comunidades y estimuló el reconocimiento de sus potencialidades para la exigencia de sus derechos, despedazó el conformismo y mostró los caminos de la organización y la lucha como fundamentales para la solución de sus necesidades básicas. Fue un innovador, fue un destructor, fue un revolucionario que se alzó contra muchos dogmas, no solo de su iglesia, sino de los dirigentes políticos de izquierda, a quienes pulverizó sus costumbres en el manejo de las comunidades.
Su modelo personal y organizativo, su rareza, su luminosidad, su fortaleza lo convirtieron muy pronto en un prototipo, en un creador de formas de expresión popular apoyadas desde las páginas del periódico Florencia. Ese hombre tranquilo, pasivo, cargado con todas las presiones de una iglesia vetusta, pero apoyado por el obispo Cuniberti, con su ingenio personal, fue el creador de un gran movimiento social a favor de los pobres.
Los docentes resucitaron del letargo, desenterraron sus armas de combate a partir del incumplimiento del pago de sus salarios –que por entonces se hacía cada 4 o 5 meses- y con su capacidad organizativa y económica fueron el eje de un proceso de luchas sociales y reivindicativas de su gremio y de los campesinos, principalmente. En 1977 se agudizaron los problemas de suministro de energía a la capital caqueteña –que se ofrecía a través de las llamadas plantas “chuecas”- y entonces, la ciudadanía se volcó a las calles para protestar de manera organizada ante los organismos del resorte nacional. Durante las etapas de promoción y organización del recordado paro cívico, así como en su posterior etapa de evaluación, el periódico Florencia fue instrumento importante. Ese movimiento popular desembocó con el compromiso de la interconexión eléctrica del departamento, a pesar de la violenta represión desatada contra sus organizadores. 
Rutilante, precioso y exquisito en la charla personal, al padre Ariel se le reconoció siempre como una de las personas mejores informadas y cultas de la región, y algunos lo conocimos como un mágico compositor de versos, primorosamente labrados con la esencia de los problemas de la gente del común y perfumados con los éxitos de la organización y de la lucha.
A la llegada del obispo José Luis Serna al Caquetá, se conformó lo que se ha conocido como la dinastía eclesiástica que lleva su nombre, por la alianza con su hermano, el sacerdote Alvaro, para retomar el vuelo clásico, romántico y vertical de la iglesia en el departamento. Las proporciones miniaturistas que la dinastía Serna le otorgó a los problemas de su feligresía y la falta de compromiso real por parte del Vicariato para el desarrollo de los objetivos del movimiento de cooperadores laicos, sumados a la satanización de su trabajo por parte de los organismos de seguridad y de algunos sacerdotes, motivaron su partida hacia el continente africano en donde continuó su labor pastoral. Un día le escuché decir que “todo, hasta el amor, carece de grandeza sino tenemos justicia social”.
Ninguna gran pasión que no fuera la pasión por la justicia social devoró la vida del padre Ariel y aunque muchas cosas se mezclaron en su vida, siempre actuó en correspondencia con ese sentimiento. Y como el mejor homenaje a un ser querido que se va, es la reproducción de sus puntos de vista, convirtamos la tristeza por su muerte, esas lágrimas que nos arrancó su despedida, en fuerza para revivir su lucha vigorosa por la igualdad social.
Con una reflexión sobre su vida de educador, de luchador, de agitador y de soñador, revivamos su optimismo y pensemos que la gente sumida en el conformismo y en la resignación puede despertar con nuestra ayuda. Y de manera organizada, asumir actitudes de lucha por la defensa de sus intereses y en contra de los manipuladores de las necesidades populares.
Hasta luego, padre Ariel Hoyos Zuluaga, compañero de luchas –de muchas que no se pueden narrar en una nota como esta- que fuiste por el mundo ebrio de justicia y de sueños, que conociste el alma del dolor que otros sacerdotes ni se imaginan…tu legado no se extinguirá jamás porque mientras existan personas capaces de luchar, siempre habrá una esperanza.

martes, 12 de enero de 2016

De Cocora al nevado del Tolima, un sueño que toma forma en un momento sublime



Hace un año, asomándome a la fosa inescrutable que se ve desde el cráter del volcán Puracé, saludé con honores supremos, entre inquieto y aterrorizado, la belleza del paisaje y la magnitud de ese coloso de la cadena volcánica de los coconucos.
Hoy, después de dos jornadas de ascenso por un sendero relativamente amplio, con inclinaciones de hasta el 57%, un agujero sinuoso que se mete en el bosque de niebla desde el valle de Cocora, en Salento, Quindío, hasta el páramo de Romerales, estoy aquí, perturbado positivamente, frente a numerosas colinas azules, desde donde llegan a mi corazón y a mi alma ráfagas sucesivas de plenitud, de niebla acariciante, de verde intenso, infinito.
Y, como un niño que disfruta su juguete navideño, me engolosino con esos campanarios de felicidad, en donde nace la fuerte brisa que trasciende, que revienta mi identidad, que afirma lo sublime. Los contemplo una y otra vez, me parece que es un sueño feliz, una lírica amorosa, de la que me sustrae Miguel, mi hijo, preocupado por la lentitud del ascenso, por las paradas frecuentes y por mi cansancio evidente.

Comienza la expedición

Como un conjuro, como un clamor contra la monotonía, la expedición fue programada desde julio y su primera parte se puso en marcha desde El Pital, Huila hasta Salento, en el Quindío.
El domingo 3 de enero, a las 5:50 de la mañana,  después de las instrucciones finales sobre el ascenso, mi sobrino,"el loco" Javier, nos puso en la boca de la banda sinuosa que nos transportó en medio de una carga visionaria exótica y exuberante hasta la base del nevado del Tolima.
El sol apareció radiante, como presagio de un día espléndido para los caminantes, iluminando el cerro "Morrogacho" durante el recorrido por potreros, a campo abierto, y despertando el ejército de palmas de cera que vigilan el valle de Cocora, hasta llegar al bosque, en donde "comienzan las dificultades", en palabras de los que ya han hecho la correría.

Transformación automática

Al ingresar al bosque, de manera mágica, se modifican los procesos de percepción e interpretación de los objetos y personas, que son vistos con una intensidad amplificada y entonces todo lo que vemos y sentimos tiene aire de trascendencia.

El rumor del naciente río Quindío, cuyas aguas descienden en una danza espumosa sobre piedras enormes, nos acompaña por muchos minutos, durante los cuales encontramos puentes colgantes o formados por un par de troncos, que con frecuencia son destruidos por las crecientes.
Las lecturas del paisaje son silenciosas pues los expedicionarios van distanciados, acumulando cansancio y solo son comentadas en los momentos de descanso, aferrados a una piedra grande, mientras que abajo se agitan los ecos del río, de los trinos de los pájaros o el relincho de un caballo que viene con un turista en sus lomos.
La capacidad física, la disposición y hasta el carácter personal se ponen a prueba porque aparecen los tramos más difíciles, con inclinaciones extremas hasta del 57%, tan humillantes, que por momentos te dan ganas de "tirar la toalla"...y hasta la maleta que llevas en tu espalda con los víveres, carpa y otros útiles de supervivencia.

-No quiero ser el héroe, quiero seguir siendo el vagabundo que se desvanece, pero en el plan, le dije a Miguel en una frase interrumpida por la falta de aire.
Al paso por "Acaime" o fundación herencia verde, llamada la casa del colibrí, observamos algunas especies de este pájaro diminuto, especializado en determinado tipo de flor que le permite ocupar un nicho ecológico particular y de esta manera evitar la lucha con otras especies.

El héroe que llevamos dentro

El camino difícil nos permite la posibilidad de identificarnos de manera heroica y entonces recordé el código de Hemingway, según el cual "hay que vivir la vida hasta agotarla". 
-En cada respiración, reverbera mi vitalidad, les dije a mis compañeros en una parada, para advertirles que la sabiduría de mi vejez no permitiría su menosprecio en la trepada.
Un grupo de muchachos que escuchó mi protesta, elogió mi decisión y en un gesto solidario una jovencita me pasó su bastón de escaladora.
-Este te ayudará en el ascenso, me dijo. Al acercarme para tomarlo en mis manos, vi en una de ellas sus dos puntos espectaculares en el pecho sensualmente marcados en la blusa delgada, como parches que aliviaron mi jadeo moribundo. Fue un vínculo espontáneo, teñido por un arranque lujurioso, propio de los viejos en decadencia. Después, por la magia de las redes sociales, supe que se trataba de un grupo de exploradores, entre quienes se destacan Gisela Franco, "Oriena et Córdoba",


Algunos avisos deteriorados, que denotan descuido por parte de Parques Nacionales, la CRQ y otras entidades involucradas en el mantenimiento del entorno, nos indican la presencia de tumbas indígenas y mientras los buscadores convertimos en poemas las dificultades que nos conducen a la alta montaña, sentimos cómo los campesinos y extranjeros nos superan con facilidad.


-Este héroe morirá, me dije en un monólogo dramático y solitario, casi asfixiado, con las piernas como corbatas, cuando un francés alto y flaco me pasó precipitado, atropellado, como acosado por un cólico de amibiasis, en la mitad de una de las faldas más "trincas".
En un Español perfecto me gritó:
-Ahora nos vemos, cuando baje
Me sentí humillado y abandonado, lejos de la meta, mientras una mariposa negra pasó volando como una pluma empujada por el viento, me rozó la gorra del deportivo Cali y entonces me senté sobre un barranco.

La belleza es divina, destruirla es un sacrilegio

El objetivo de la expedición no es solo la llegada al destino previsto. Hay que gozar, deleitarse con el entorno, con el árbol que agita sus hojas por el viento, como saludándonos; con el trino de un pájaro, con el campesino que pegado a la cola de un caballo arrastra su cansancio; con el viento veloz que te devuelve el polvo del camino, con la niebla que a veces te tapa el sendero; con todos los elementos exóticos que tienes alrededor; con el cerro que se ve a medias, oculto en la neblina, con el agua que brota con fuerza de una peña y hasta con la dama que se sale del camino y escuchas el rumor de la micción.

Miguel ya estaba preocupado por mi demora. Lo vi en la cumbre de una de las lomas más "severas". Al levantar la mirada y por entre la serpiente encajonada del camino observé su tranquilidad y me convencí de que llegar sí era posible.
-Dónde están los ángeles de los abismos?, le pregunté. 
Tengo combustible para 10 minutos, le dije antes de su respuesta, evidentemente agotado física y emocionalmente.
Cuando nos amarramos los bolsos para continuar, reapareció el francés, sonrió ante nosotros y siguió raudo cuesta abajo.
Después de dos ascensos pronunciados, el camino se hizo suave y comenzamos a descender por una pared inclinada, casi perpendicular. Les dije a los compañeros que tomaran atenta nota para el regreso
-Nos hará llorar, les comenté

Primera estación


El sol de la una de la tarde alumbró a través de una grieta enorme. Era el final de la primera parte del bosque y una puerta de golpe nos permitió entrar en un pequeño potrero en donde se encuentra la estación biológica Estrella de Agua, primera etapa de la jornada de ascenso, metida en el cañón del río Quindío, entre dos cerros cuyas cúspides están ocultas tras la neblina.
A unos 3.170 m.s.n m., el sitiio tiene dispuesto un espacio como zona de camping, por el que se pagan $5.000 por persona-noche.
 A las 6 de la tarde, al menos 50 personas que llegamos ese día, estábamos "enchuspadas" y enroscadas en el interior de las carpas. Todas las conversaciones giran alrededor del frío que se mete por todos los orificios del cuerpo y penetra a los huesos, a todo el cuerpo; sobre la aventura del día y las expectativas de mañana. Unos pocos departieron cerca de una cortina de llamas y otros hablaban entre "porro" y "porro".
Miguel Angel Vélez Orozco salentuno que ahora vive en Inglaterra, me pasó una botella aguardiente "para que se caliente y sueñe con la jornada de mañana". Con Él y con su compañera, Jenny Daza, también construimos durante el viaje un vínculo especial que muy seguramente se convertirá en una sana y productiva amistad.

El diálogo con Uno mismo

El silencio es absoluto a las 8 de la noche. Llega el momento de oírse a sí mismo metido en el “sleeping”, en medio de los compañeros de expedición, el cansancio, el frío y la ansiedad. Es un monólogo sincero, una revisión personal milimétrica;  es el paseo por la mente, por la anatomía, por la cartografía personal; es tocarnos y mirarnos la máscara que pocas veces nos quitamos. Es una de las razones que me mueven a este tipo de expediciones: el encuentro con uno mismo
Entre tironeos, empujones y ronroneos, me quedé dormido.
Con el balance de lo que fui y de lo que realmente soy –un viejo sin esperanzas- me paré y me salí de la carpa a las 6 a.m., muy temprano si tenemos en cuenta que amanecí a más de 3 mil metros de altura.

Segunda etapa, al encuentro con el "patrón"

A las 7 me dieron la partida, como “una ventaja para el cucho”, escuché. Solitario, pero lleno de optimismo, ansioso por el encanto que viene, tome el sendero. Pero ahí, apenas unos metros adelante, mi Ego, mi Yo real, el alter Ego, de anoche, chocaron contra una pared con escalones en zigzag. Sin embargo, con el equipo más liviano por el consumo de la víspera, y recuperado después de casi 12 horas de sueño y reposo, me enfrenté a ella con éxito. Muy pronto, llegué a la señalización de la finca El Vergel, ya estaba a 3.330 metros de altitud y mis condiciones físicas se mantenían en un nivel muy elevado.
Repensando en la libertad que ofrece la soledad, me senté al final de una loma “áspera”, como le dicen los muchachos a las cosas difíciles, saque de mi equipo una manzana y una lata de salchichas. Mientras comía, me distraje con las formas de los helechos arbóreos, los musgos y, en fin, con la vegetación propia del bosque de niebla, con los pájaros que en el suelo se mueven con saltos cortos, con las moscas grandes verde-azuladas que forman manchas brillantes sobre el cagajón y con los cucarrones que brotan de los barrancos.
En el bosque, la humedad introducida por las nubes en formación es retenida con mayor efectividad, lo cual disminuye considerablemente la temperatura, produce el rocío y, por consiguiente, se deriva la evotranspiración, que a su vez, genera una sensación térmica helada cuando te detienes por algunos minutos.



Acosado por esta circunstancia, activé mi ánimo y cuando continuaba el ascenso llegaron Elkin Ramírez y Adolfo Cristancho, compañeros de expedición.
-Su hijo viene reventado, me dijeron.
Preocupado por la condición de Miguel, bajé el ritmo pero avancé victorioso por entre las banderas verdes, recuperé la temperatura y sentí que las condiciones extremas de ascenso cambiaron favorablemente.
Como tocado por una cascada de energía espiritual fresca coroné otra loma y me senté a esperar al rezagado, a quien muy pronto vi desde mi posición.
-Mientras Yo tengo dificultades con la respiración, tú vienes como un tiro, Catañito, me dijo, visiblemente cansado.
Con la fragancia del bosque y el entusiasmo que nos brindaron muchos caminantes, llegamos a una “vaga”, un terreno como la onda de las aguas. Es la feliz transmutación del bosque en páramo. El páramo de Romerales.

Nuevas perspectivas del paisaje

Es un cambio radical de la perspectiva visionaria, que conmueve y emociona, que aparece, de pronto, en el camino. Es como la profecía de un enigma no resuelto, una paisaje que se debe leer más con el corazón que con los ojos;  frailejones que se protegen del frío con sus hojas peludas y los cerros verdes y azules que despiertan las ganas de conquistarlos.
Situado sobre los 3600 msnm, limita con los departamentos de Quindio, Tolima, Risaralda y Caldas, en él se encuentran dos lagunas, El Encanto y La Virgen.
Con la advertencia sobre el alto riesgo de pérdida y desorientación, anunciada en un aviso igualmente deteriorado a los que vimos en el ascenso a Estrella de agua, Miguel me mantuvo a centímetros mientras caminamos por un sendero que ronda uno de los picos que nos sorprendieron al terminar el bosque, siempre en ascenso. Allá, a lo lejos, se asomó el nevado del Tolima, nuestra recompensa, aunque su cúspide está oculta por las nubes.

La montaña nos educa para pensar y actuar con realismo y nos enseña que todo lo importante no es gratis, que necesitamos esforzarnos. Y también, que en muchos momentos de la vida, debemos ser autosuficientes, capaces de resolver nuestras propias dificultades.
El triunfo sobre las dificultades fue anunciado con un abrazo por Miguel, al pie del aviso –también notoriamente abandonado- en el que se anuncia la proximidad de la finca La Primavera, destino final de la expedición.

Comienza el espectáculo. La boleta ya está comprada

Pocos metros adelante del aviso y en el fondo de la perspectiva, como un tesoro, brilló el techo de zinc de una casa, y al frente, imponente, el nevado del Tolima, aunque su pico seguía escondido.

Comenzamos el descenso hacia ese paraíso real. Sentí que las piernas me dolieron, como si fueran hechas solo para el ascenso, y me fui quedando.
No puedo cuantificar mi gloria por la cercanía de la meta, ni la esperanza que me invadió de ver al nevado “descobijado” y su pico nevado, como una revelación, osada y vital, dándome la bienvenida.
-Lo que tengo aquí es un cuerpo de poesía para trabajarlo, pensé, al recibir una taza de aguapanela caliente, pocos minutos después de mi llegada a La Primavera, de manos de doña Mábel, una señora emocionalmente neutra, quien no se ríe ni se enoja, matrona de la familia dueña de la finca.
Elkin y Adolfo tenían clavada la carpa, a la que ingresé 10 minutos después de la llegada, acosado por la lluvia inminente y el frío de los 3.800 metros. 

La "pinchada" de Miguel

Afuera, escuché los quejidos de Miguel por sus mareos, disminución de presión, dolor de cabeza y trastornos respiratorios, propios del mal de altura o soroche.
-Me devuelvo a la madrugada, les dijo a otros escaladores que lamentaron su abandono forzoso y le recomendaron algunas medicinas.
Los terneros bramaron, los perros aullaron y Yo sufrí con el agua que se metió a la carpa por la costura del cierre de la portezuela de entrada cuando la tempestad se convirtió en granizada. De momento, lo único bueno fue el presagio de una nevada que nos enriquecería la vista del “patrón” en las próximas horas.
Antes de dormirme y revisando los síntomas del soroche, pensé si el heroísmo admirable podría ser, del mismo modo, destructivo, a tiempo que tocaba el aislante de la carpa, frío como una tumba. Casi me pongo a llorar, todo por culpa de la escasez de oxígeno que te hace saltar de la euforia a la depresión, a pesar de que estés en un jardín verde, fértil y tranquilo.
A las 4 de  la mañana, llegó el momento fatal.
-Catañito, salimos a la 5, dijo Miguel con un lenguaje denso, apagando mi goce con el sueño del nevado descubierto que tuve toda la noche. Mendigué un poco de tiempo, pero el estado anímico de Miguel me lo negó.
-Entonces se queda, sentenció, saliendo de la carpa.
Apurado, me salí del envoltorio, me puse los zapatos, fui al baño de la casa, me acondicioné la gorra y los sacos, ordené mi equipo, encendí la linterna y me declaré listo.
Saliendo, entramos a la cocina en donde la señora neutra nos cobró $12 mil por la acampada y nos permitió calentarnos las manos en el fogón que apenas encendía.

Los momentos sublimes

La luna menguante nos dibujó la silueta negra de los cerros, del nevado del Tolima y mostró un cielo limpio y desnudo, como recién lavado. Las condiciones estaban dadas para un avistamiento sublime de la cresta nevada y entonces apuramos el paso para que el amanecer coincidiera con nuestra llegada a la cumbre. Pronostiqué una parálisis del pulso al sentirme reflejado a la distancia por el glaciar del nevado.
-Este es el amanecer más sublime de mi vida, proclamé en voz alta, abrazando a Miguel, con la mirada fija en la estribación de la cordillera que apenas dejaba ver sus líneas sinuosas, como una radiografía gigante del cráneo.





La luna se apagaba y el horizonte se tiñó de sangre. Entonces me quedé quieto, perturbado, observando la belleza del entorno como una materialización del sueño, del ideal de la expedición tomando forma en la perfección de la línea, en la armonía de los colores, entre la luz moribunda de la luna y el altar iluminado por los primeros rayos del comandante sol.
Le di un abrazo simbólico a esta estampa y en voz alta declaré que si bien el precio de la boleta para este espectáculo es muy caro por el sacrificio que representa, el placer  y la sinfonía de sus proporciones nos conceden el éxtasis que perseguimos.



La voluptuosidad de la estampa se tornó melancólica al ser inundada por los rayos solares de la madrugada y, renovando la marcha, vimos, en lontananza, sus tonos cromáticos como una floración de sueños, como un “hasta luego”…como un poema de Pablo Neruda.
La masa glaciar del nevado del Tolima apareció impecable, aumentada por la granizada de la víspera, y las líneas severas de sus formas pintaron un rostro “legendario”, en palabras de Miguel. No obstante, el aumento de la temperatura en los siguientes minutos y el calentamiento global, lo hacen llorar con lágrimas enormes, impasibles, que ruedan hasta el  valle del páramo de Romerales.


Sacrilegio impagable

Destruir la belleza natural es un sacrilegio y no obstante el hombre la ataca constantemente. Desde el comienzo de la zona de páramo, hasta la base del nevado, se perciben las señales destructivas de la ganadería. El Estado y sus entidades involucradas en la preservación del medio ambiente deben proporcionar a los campesinos de la zona los medios idóneos para que puedan subsistir con las actividades asociadas al turismo y abandonen las prácticas desequilibradoras del ecosistema en esa zona.
Me sentí como un dios vagando por el camino, entre frailejones de dos metros y medio. Hasta mi sombra, alargada por el sol de la mañana, se ve augusta, venerable, después de esa sesión de blasfemia contra la tristeza.


Hicimos una travesía por el cerro y la laguna de Virgen, desde donde vimos en la distancia a Pereira, Filandia, Circasia, Montengro y Salento.
Muy pronto el camino se convirtió en un hormiguero por la cantidad de caminantes que suben y bajan en forma compulsiva, acelerada, atraídos por un personaje desconocido, como atendiendo una cita inapelable. Los extranjeros, principalmente, son más expresivos y su movilidad parece tener el combustible de la adrenalina producida por la novedad. Con sus facciones de niños alegres, muchos de ellos con libretas de apuntes, especie de breviarios de sus sueños cumplidos.

Factura de cobro

Me enrollé en los laureles de la victoria y dejé a la gravedad todo el peso de mi cuerpo y de mi equipo, pero muy pronto los músculos gemelos perdieron sus funciones flexoras y estabilizadoras y mis rodillas me pasaron la factura de cobro por el esfuerzo de los dos días anteriores.
En silencio, sufrí en cada pendiente y, de manera extraña, bajé por pendientes que no recuerdo haber ascendido, lo que confirma que el alma del escalador tiene sus secretos.
En Estrella de agua dejé el bastón y un saludo caluroso para la joven que me despertó viva admiración y juvenil curiosidad cuando puso en mis manos el útil adminículo. No la vi más, durante el recorrido, pero como ya lo indiqué, la encontré muy fácilmente en las redes sociales. El vínculo se refuerza y entonces acaba de comenzar una amistad estimulada por el mutuo interés en la admiración y defensa de los recursos naturales.
Nos reabastecimos de agua y seguimos el camino, metidos en la garganta del bosque, cuya boca está a dos kilómetros de Cocora. Son las 10:30 a.m. y la meta es llegar a Salento antes de las 5, hora de salida del último williz para Kajamarca, la finca de Alberto, “el pato”, Ramírez.

El camino, que veo como una avenida de última generación, parece una gran cremallera enroscada que busca el río. El alma del medio día se mete por entre los árboles y la fuga de las hojas secas a nuestro paso semeja un enjambre de abejas “toriadas”.



De súbito, se abrió el bosque e inocentemente al ver el potrero pensé que había coronado la jornada de regreso, engañado por la ansiedad y el dolor de mis rodillas. Fui engañado, como los políticos engañan a la gente. Avanzando con dificultad me hice a la idea de que el campo abierto era más largo que la primera parte del bosque.
Quise escapar y volar para acabar con la monotonía del camino pero levanté la mirada y vi las palmas de cera, erguidas sobre el paisaje en un gesto formidable de guardianas insomnes de esta riqueza natural, que baten sus hojas rasgadas como brazos al vacío infinito y se inclinan levemente ante el viento fugitivo.
Fue otro encuentro con migo mismo. El viejo hombre dialéctico que hay en mi, experimentó una sensación extraña ante el nuevo hombre, sensible y soñador, de ese momento. Un encuentro retrospectivo con el fantasma de mí mismo.
Con pena de los cientos de turistas, a las 2 de la tarde, después de cruzar con dificultad el río Quindío, me prendí de la malla que encierra la truchera y llegué al caserío. Otra vez, como hace un año, me declaré mamado pero feliz.
Porque el alma desfallecida en el ocaso de la vida se rejuvenece con estas visitas al a las entrañas de la naturaleza, el corazón se abre con las luces de la aurora en los picos de la cordillera y la imaginación se nutre y se adorna con el espléndido follaje de los frailejones.
Porque, como dijo Andrés Nadal en una de sus expediciones: “el camino de la montaña, como el de la vida, no se recorre con las piernas sino con el corazón”.